Opinión: OPIN-04 Cartas a la dirección

Emblema ciudadano


Señores directores: Hay monumentos, edificios y puentes que -más allá de su trascendencia arquitectónica- son emblemáticos para sus ciudades. El Monumento a la Bandera en Rosario; el Obelisco en Buenos Aires; el Arco de Entrada en Córdoba; el Big Ben; la Torre Eiffel; el Empire State; la Estatua de la Libertad; la Torre de Pisa...

Si alguno de esos íconos fuese destruido, como sucedió con las trágicamente célebres Torres Gemelas, su ciudad sufriría un golpe demoledor. Por eso, los ingleses celebraron casi como la victoria de los aliados el hecho de que el Big Ben permaneciera mostrando al mundo su figura sobria y esbelta.

Cuando en 1983 la devastadora inundación arrasó el Puente Colgante de Santa Fe, la ciudad se quedó sin alma. Seguían existiendo la Costanera, el bulevar Gálvez, la Setúbal, el parque Juan de Garay, la Rotonda de la ruta 1, la iglesia de Guadalupe, la peatonal San Martín y las canchas de Unión y Colón, pero la ciudad ya no fue la misma por muchos años.

Antes, el espectacular Túnel Subfluvial le arrebató a la capital de la provincia el pintoresquismo de lanchas y balsas cruzando el río hacia Paraná; y con el derrumbe del Puente se extinguió la última expresión tradicional de su paisaje litoraleño.

Felizmente, una gestión sin estridencias lo reconstruyó, y hace unas semanas fue reinaugurado encendiendo la emoción de los santafesinos. Quedará para la historia la eterna discusión sobre si en tiempos difíciles hay que hacer obras físicas o ayuda social; pero en el presente, la ciudad sucesora de Cayastá tiene nuevamente su mejor postal; su entrañable emblema; ése de historias, fotos y recuerdos; ése del cuento de don Velmiro Ayala Gauna. Y sobre la laguna Setúbal, hoy luce nuevamente su orgullosa silueta el Puente Colgante de Santa Fe. Edgardo Urraco. LE: 6042889. Rosario.

La llama viva


Señores directores: Cuánto nos reconforta comprobar que hay gente que piensa en positivo, que mantiene viva la llama de la ilusión de ver liberada a nuestra querida patria de esta lacra de políticos sin hiel, sin conducta moral, cuyo sentido de argentinidad lleva un sello, el único que conocen, al único que se aferran, poder gobernar sobre la voluntad de los demás, sin mirar los métodos que se emplean en contra de quién o quiénes se interpongan a sus ideales partidarios.

Sabemos de sobra que nuestros escritos, nuestros discursos, nuestras críticas no le hacen mella ni les conmueve la conciencia; porque hace rato que la han perdido como han perdido la poca vergüenza. Quizás su fortaleza está basada en la ignorancia que todavía reina en un pueblo desconcertado y confundido, pero tarde o temprano los que pensamos distinto podremos despertar estas mentes dormidas y ponerlas a funcionar en aras del bien para destruir estas alimañas del mal. Pedro R. Sgarbossa. Ciudad.