La autenticidad criolla de la Fiesta de la Yerra
La fiesta seguía a puro chamamé y valsecitos. Eran las cuatro de la tarde y había comenzado temprano pero aún desbordaba el entusiasmo. A esa hora, muchos vecinos de la Costa, con sus trajes de gaucho y ellas como chinas, junto a un sinnúmero de peones con sus boinas boyeras se hicieron presentes en la pista polvorienta. Y el baile seguía entre sapucays y el zapateo, las parejas se deslizaban en ronda y la alegría se hacía contagiosa.
La tan mentada globalización de la cultura, ayer, en Cayastá, parecía olvidada. Desde muy temprano, todo tenía el sello propio de nuestro campo. Con la primer mateada llegaron las tortas fritas caseras hechas en los fogones que aportaron las familias. Después comenzaron a arriar los animales para marcarlos a fuego, repitiendo el rito ancestral. Los hechos eran narrados por un locutor que sabía matizar el relato de la acción con anécdotas y chistes, mientras el público celebraba con ingenuidad y lo acompañaba con risas y aplausos.
Después un malón de yeguarizos chúcaros pasó a toda carrera. Con sus crines al viento y el rumor intenso del galope, agregaron espectacularidad a una fiesta de por sí colorida y auténtica.
Hubo destreza entre los peones, aplausos en familia, premios y recordaciones. También una evocación nostálgica del Dr. Carlos Silvestre Begnis, aquel gobernador que solía ponerse a tono con las circunstancias, y por allá en los años sesenta, instalado en el palco, con los músicos, con su pipa, dejó el único testimonio de la presencia de un gobernador en el lugar. "Político de otro tiempo", se escuchó decir al del micrófono, mientras el público asentía. En esta edición de la Fiesta de la Yerra no hubo ningún funcionario que acompañara a los vecinos del campo, a pesar de, que con insistencia, siempre se alude a la necesidad de desarrollar las posibilidades turísticas de la Costa.
La gastronomía también dio muestras de excelencia: las empanadas estaban hechas al modo tradicional, fritas en el momento, y el picadillo cortado a mano, con cuchillo.
El asado con cuero fue cosa de la peonada. Lo sirvieron a punto, y se formaron largas colas de familias esperando su trozo para comerlo junto al ruedo, mientras seguía sonando la música y se preparaba el baile. De postre, pasteles también hojaldrados realizados por mujeres de Cayastá.
A lo lejos paseaban las reses de origen primitivo, otro de los vestigios de la ciudad primera, la Santa Fe que fundó Juan de Garay en 1573, y que a los tres años de su fundación ya tenía su primer registro de marcas.
Todos los detalles estaban previstos. Esta vez, los puestos de venta eran sólo de ornamentos y utensilios criollos, hechos por artesanos de la zona, lo que agregó un detalle más de autenticidad a esta fiesta.
La primera marcación de ganado o yerra del Río de la Plata se hizo en Santa Fe la Vieja, lugar donde se inicia la primera explotación ganadera de la región.
Se sabe que los primeros vecinos de la primitiva ciudad trajeron desde Asunción sus animales marcados. Pero al poco tiempo de llegar a la primitiva ciudad, se hizo imprescindible la tarea de marcar a fuego. Las vaquerías o estancias estaban dispersas y había grandes extensiones de ganado cimarrón, por lo tanto se necesitaban establecimientos dedicados a la cría de animales mansos.
En 1576, tres años después de la fundación de la ciudad, comenzaron a marcar los animales. Las marcas de las primeras familias vecinas quedaron registradas con las iniciales del nombre o apellido de sus dueños.
Las mismas formas registradas se usaron también como señal de posesión en distintos objetos de la vida diaria de la ciudad. Tinajas, tejas, ladrillos hallados en Santa Fe la Vieja tienen incisiones de las mismas formas jeroglíficas. Estos objetos constituyen hoy aportes arqueológicos de gran interés para los estudiosos y visitantes al Parque Arqueológico de la antigua ciudad.