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De Santa Fe La Vieja a su actual emplazamiento: ¿Quiénes mudaron la ciudad?
Es poco lo que se conoce del traslado de la ciudad de Santa Fe a su actual emplazamiento. Y mucho menos se sabe quiénes fueron los protagonistas de aquel episodio de nuestra historia, que tiene características de epopeya popular.


Corren los años de la década de 1640 y cunde entre los cada vez más pocos y empobrecidos habitantes de Santa Fe, el deseo y la necesidad de ausentarse definitivamente de ella.

No era para menos. A años de sequía y mangas de langostas que terminan con las sementeras y los viñedos, se suman las periódicas crecidas del río que azotan a los lugareños y echan por tierra todos sus esfuerzos y sacrificios. Además, la pobreza en un suelo que da muy poco y la nula actividad comercial -salvo los cueros y la carne de las vaquerías-, han provocado que esa sensación se agrave.

Por ejemplo, este estado general origina que el Cabildo, ante la falta de moneda, se vea obligado a tomar como medida de valor de las escasas mercaderías que se intercambian, la vara de lienzo.

En esa circunstancia, "la única solución consistía en lograr una mejor ubicación geográfica, factor esencial para brindar el campo propicio para el desarrollo del comercio, base primordial del progreso de los pueblos. Santa Fe era el paso obligado de la línea económica Paraguay, Tucumán, Chile, Perú, donde se trajinan ganados, frutos del Paraguay y otros géneros que de ella se sacan".

Según el libro "Santa Fe, La Vieja", de Andrés Roverano, el 3 de enero de 1651 se advierte que "en esta ciudad hay la menor plata y comercio que nunca, desde su fundación" y el 3 de febrero de 1662 se confirma: "Cuando la ciudad estuvo en el sitio viejo, a las tropas de carretas se le añadían doce leguas de camino y en ellas había que pasar un río caudaloso y muchos pantanos, causa principal porque se trató de mudar la ciudad". Los señalados se convertían en obstáculos insalvables en las repetidas crecidas del río Paraná.

Sanciones para los que se van


Ante ese éxodo paulatino que amenaza con dejar despoblada la ciudad, las autoridades capitulares se ven obligadas a producir sanciones. Así, penaba con la expropiación de sus bienes y reclusión en la cárcel, a todo vecino que fuera sorprendido en circunstancias en que era evidente su decisión de ausentarse del lugar.

A esta situación se une el estado cada vez más evidente de indefensión, ante los cada vez más frecuentes ataques y saqueos de los indígenas que merodean a su alrededor. Pero además, y como si esto fuera poco, las aguas del río iban comiendo con sus crecientes repetidas las tierras urbanas. Esto ya había ocasionado el derrumbe de algunas casas y otras edificaciones, entre otras, la parroquia de San Roque.

Lo cierto es que el pensamiento de abandonar la ciudad se hace cada vez más general y cobra fuerza la decisión de mudar el poblado a un lugar más conveniente y seguro. Esta idea adquiere cada vez más consenso público, y allí aparece la figura y personalidad del entonces procurador general, capitán Juan Gómez Recio, de cuya persona y antecedentes se carece de información, aunque su nombre figura muchas veces en las crónicas posteriores.

No obstante, es de presumir que -junto a destacados vecinos- se dio a la tarea de explorar e inspeccionar la zona, tratando de ubicar un sitio más apropiado para el nuevo emplazamiento. Y lo encuentran en el campo que denominan Rincón de don Juan de Lencinas, también llamado el pago de la Vera Cruz, tal como lo había nominado el fundador don Juan de Garay. Propuesto el cambio, es posible que el pueblo, en Cabildo Abierto, lo haya aprobado.

Sobran los motivos


Por entonces, el Cabildo está con sus arcas exhaustas, por lo que -entre otras medidas- se procede a la venta de tres pulperías, con cuyo importe se pretendían aumentar las rentas de la ciudad. Pero ello es insuficiente.

El capitán Gómez Recio inicia de inmediato las tramitaciones de rigor que legalicen el traslado, y remite el 21 de abril de 1649 el correspondiente pedido a las autoridades virreinales. Así, concreta el clamor popular, amparado en éstas y otras múltiples argumentaciones, y fundamentándolas en que el mismo fundador previó esta situación al consignar en el acta de fundación de Santa Fe fechada el 15 de noviembre de 1573: "...y asiéntola y puéblola con aditamento que todas las veces que pareciere o se hallare otro asiento más conveniente y provechoso para su perpetuidad lo pueda hacer (la mudanza)...".

Es sorprendente el análisis de este párrafo insólito en un acta de fundación de un pueblo: el de persistir o proveer un eventual traslado. ¿Habrá estado en la mente de don Juan de Garay que no es el caso de "abrir puertas a la tierra" en cualquier lugar, en cualquier momento? ¿O lo hizo apremiado por las circunstancias históricas, ante el planteo militar del gobernador de Córdoba, Gerónimo Luis de Cabrera, consciente de que el lugar no era el apropiado? Pero es un tema que no me corresponde analizar, puesto que no soy historiador ni investigador.

Es en este momento cuando aparece claramente el espíritu solidario y apego al terruño de este destacado -pero histórica y públicamente olvidado- grupo de desprendidos e ignotos vecinos que no vacilan en despojarse de parte de sus bienes (ver aparte).

La decisión del traslado


La mudanza de Santa Fe quedó aprobada el 16 de agosto de 1650. Pero no se realizó en un día. Demandó un período de largos y difíciles diez años (1650/1660) hasta su total consumación y hasta convertir el nuevo emplazamiento en Santa Fe de la Vera Cruz. Así pasaría luego a llamarse esta ciudad, y desde este nuevo lugar participaría activamente en nuestra historia nacional, durante un período que alternó con etapas de gran actividad y crecimiento (Puerto Preciso) y otras de total estancamiento -y hasta retroceso- que harían peligrar su concreción.

Por último, un interrogante y un desafío: ¿por qué razón los historiadores locales, las autoridades culturales provinciales y municipales, silencian u omiten el conocimiento detallado y los nombres de estos personajes encargados de gestionar y concretar el traslado de Santa Fe? No hay siquiera una calle, una plaza, un monumento, una placa que los recuerda y perpetúa.

¿Por qué, por ejemplo, "honramos" la figura del general Juan Galo Lavalle con escuela, con una calle, etc., para recordar a tan nefasta y abominable presencia en nuestra ciudad, que permitió a sus tropas indisciplinadas el saqueo, las violaciones, incendios, latrocinios, asesinatos, sacrilegios cuando la ocupó militarmente en 1840? ¿Es que un militar, por más glorioso que haya sido en la Guerra de la Independencia, tiene más derecho al reconocimiento público santafesino que esos héroes civiles -y hasta hoy anónimos- que he nombrado?

Aquellos crearon. Éste destruyó. Por eso dejo asentado los nombres y apellidos de quienes hicieron posible el traslado de la ciudad para que, por lo menos, este pequeño homenaje que se merecen, los recuerde.

Eduardo Bernardi

Fuentes: "Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe", Dr. Manuel Cervera"Santa Fe, La Vieja", Andrés Roverano"Memorias", general T. de Iriarte."Escritos", presbítero José de Amenábar