Opinión: OPIN-04 La noche de las velas


Las dualidades del presidente se manifestaron una vez más, a partir de la histórica marcha convocada por un ciudadano común, Juan Carlos Blumberg, y por su tremendo impacto sobre la opinión pública, tras una difícil semana en que la crisis energética también le explotó en la cara al gobierno.

Algunos analistas creen que ambas circunstancias, aunque especialmente si no se atiende de modo urgente y efectivo el clamor por una mayor seguridad que termine de raíz con la delincuencia y con las mafias enquistadas en el Estado, pueden ser un punto de inflexión en la consideración de la imagen presidencial.

Esas dualidades de estilo han estado presentes en Néstor Kirchner en diversas circunstancias por las que tuvo que atravesar su gobierno. "No voy a renegar de mis convicciones" es una frase que habitualmente usa el presidente para cerrase en negociaciones que -similar a "75% o nada"- está reñida con el arte de la búsqueda de lo posible.

Pero Kirchner pronunció también ante empresarios otra frase que resulta la contracara de la anterior: "No escuchen lo que digo, miren lo que hago". En ese caso se mostró pragmático, componedor y abierto, como en muchos otros episodios donde finalmente se salió con la suya.

Este comportamiento tan particular, navega de modo permanente entre la necesidad que tiene todo presidente de ponerse por encima de la ciudadanía para beneficiar al conjunto de la sociedad, aun a costa de pagar precios políticos de coyuntura, y la vergüenza que le produce a su interior tomar algunas decisiones a contramano de su ideología o de quienes habitualmente lo rodean.

Por no dilucidar esta contradicción, el gobierno barrió debajo de la alfombra en materia energética y en la cuestión de la seguridad. En cada dilación, en cada jugada irresuelta, en cada parche que se intentó, las cosas salieron aún peor.

Por el lado de la energía, el efecto dominó terminó en el peor de los mundos para el gobierno: con la demostración de que no se pudo armar un Plan A, cuestión que Kirchner imputó a que tiene "las manos atadas" por las privatizaciones, pero que ni siquiera había un Plan B para atender la contingencia.

Y por el lado de la seguridad, con la piel de gallina de toda la sociedad, conmovida ante las velas encendidas por la multitud que exigió "justicia" a los tres poderes del Estado.

El presidente recién vio las imágenes de la más grande manifestación popular recordada desde el advenimiento de la democracia, el viernes por la mañana en Ushuaia. Dicen sus allegados que se estremeció por su sencillez y su espontaneidad.

Había abandonado Buenos Aires en momentos en que la gente se concentraba frente al Congreso y su reacción más instintiva fue ordenar una conferencia de prensa para que Alberto Fernández calme las aguas y apuntar, apenas bajó de la escalerilla, contra Felipe Solá poniendo el acento discursivo en los problemas de "la bonaerense".

Allí, Kirchner, el presidente con mayor índice de popularidad, mantenido y acrecentado después de 10 meses de gobierno, inexplicablemente dijo sentirse "solo".

En tanto, sus acompañantes deslizaban que al presidente no le había gustado la ""solución Giannetassio" y ponían al gobernador en el ojo de la tormenta. Esa noche, Felipe Solá, acorralado, levantó el teléfono en La Plata y habló con Eduardo Duhalde, quien avaló su proceder. Kirchner sabía que el bonaerense había sido el gran abucheado por el desprendimiento de unas 5 mil personas que llegaron hasta la Plaza de Mayo y que se plantaron frente a la Casa Rosada, sin saber que el presidente había decidido viajar al Sur. Inútilmente, este grupo algo más agresivo que el tono general de la manifestación, pidió la renuncia de Solá, insultó al ministro Béliz y solicitó la presencia presidencial en el balcón.

Tras observar por televisión el acto del Congreso, Kirchner se quejó de las presiones que le hacen grupos económicos vinculados al negocio del petróleo, a quienes no duda en recibir cuando se anuncian inversiones, y en materia de seguridad, volvió a tender algunos puentes con Solá e hizo trascender que le preocupaba la utilización política que podía hacer del acto "la centro derecha". Como si los delincuentes, a la hora de gatillar, le preguntaran a sus víctimas con qué partido se identifican.

Estas flagrantes contradicciones entre su rol y su pensamiento, que también se manifestaron la semana anterior en el Congreso peronista, armado y disuelto en 48 horas por la mano presidencial o en la crítica despiadada contra los periodistas que no piensan como él, le quitan capacidad de maniobra al presidente. Ahora, la dicotomía deberá pasar por un test clave: cómo propiciar leyes más duras, después de haber auspiciado el ingreso de Eugenio Zafaronni a la Corte.

Cada uno es como es y en ese aspecto, Kirchner mejora en muchos puntos ciertas características controvertidas de sus antecesores, pero en este caso su cintura política deberá decidir muy rápidamente, o bien jugar a favor del conjunto o bien encerrarse en su microclima. Y cada cosa le traerá sus consecuencias, de cara a la sociedad.

Hugo E. Grimaldi