La lógica de los reclamos salariales

En las últimas semanas se habla con insistencia acerca de los paros o medidas de fuerza que proponen diferentes sectores productivos y, muy en particular, aquellos relacionados con el Estado. Más allá de las evaluaciones sobre la oportunidad de estas decisiones, corresponde hacer un análisis respecto del contexto social y político en que tienen lugar estas medidas de fuerza a la luz de las consideraciones o enseñanzas que brinda la propia experiencia histórica.

En primer lugar hay que recordar que el paro o la huelga es un derecho reconocido por la Constitución nacional. Ya en 1957 esta garantía se había incorporado a la Carta Magna y luego fue ratificada por la reforma de 1994. Esto quiere decir que la norma reconoce la legitimidad del derecho de huelga. El fundamento de este reconocimiento parte del principio de admitir que en las sociedades de masa, suele existir un conflicto acerca de la distribución de la renta o la ganancia y los sectores del trabajo pueden reclamar mejoras salariales o de otro tipo a través, incluso, de medidas de fuerza contempladas por el derecho positivo.

El contexto social y económico es otra variable que permite reflexionar sobre la lógica de los paros. En contradicción con lo que se cree habitualmente, las medidas de fuerza por mejoras salariales, se realizan no en tiempos de recesión sino en tiempos de expansión económica. En períodos de estancamiento o crisis los trabajadores suelen privilegiar la estabilidad laboral, y las huelgas que se realizan en ese escenario apuntan a defender el derecho al trabajo más que el derecho a un aumento de salario.

También la experiencia postula que cuando la economía se reanima crecen las demandas por aumentos de sueldos, porque los trabajadores perciben que, en ese momento, hay condiciones para plantear reclamos de este tipo. Contrariando el pensamiento vulgar que postula que los obreros luchan en momentos de escasez, la historia del movimiento obrero en las sociedades modernas enseña que las demandas crecen con la expansión y no con la escasez. Si esto es así, y hay que creerle al gobierno nacional y provincial cuando dice que la Argentina está saliendo de la crisis, los paros programados por diversos sectores laborales deben entenderse o explicarse en este marco.

Por último, es necesario e importante establecer otra consideración que pone límite o encuadra desde el punto de vista político esta realidad. Si es verdad que las demandas laborales crecen durante el ciclo positivo de reproducción del orden económico, hay que interrogarse acerca de la intensidad de estos reclamos y hasta dónde ellos no pueden poner en riesgo o en peligro las posibilidades del crecimiento.

Un escenario no deseable en estas coyunturas, es el que se instituye cuando las demandas salariales crecen y desbordan las posibilidades reales del sistema para satisfacerlas. Estos procesos ocurren cuando los sueldos han estado comprimidos por mucho tiempo como consecuencia de las crisis, razón por la cual, cuando se reinicia el ciclo del crecimiento los trabajadores o sus conducciones sindicales inician reclamos que tienden a multiplicarse, desbordando la capacidad del estado o de la estructura productiva.

El problema que se puede llegar a plantear en estos casos es que la ola de huelgas pongan en cuestionamiento el propio crecimiento. No sería esta la primera vez que un ciclo de recuperación económica se ahoga en sus inicios porque las exigencias laborales lo exceden. ¿Esto quiere decir que los trabajadores deben renunciar a los reclamos? De ninguna manera, pero sí importa saber que a la hora de atender esta conflictividad, los dirigentes sindicales, el Estado y los actores sociales que participan de estos procesos, están obligados a evaluar todas las variantes que se hacen presentes. Digamos que la exigencia justa de mejoras salariales es mediada por las posibilidades del sistema para satisfacerlas a todas simultáneamente. La contradicción es evidente y debe ser resuelta a través de la política. No hay recetas que permitan prescribir soluciones establecidas de antemano; en todos los casos es la dinámica social y la capacidad de autocontención de los actores, lo que provocan resultados más o menos funcionales al desarrollo del sistema