Magdalena León
El magisterio del canto
"Cada vez que canto estoy convencida de que me mejoro espiritualmente, me conecto con lo mejor que tengo y puedo dárselo a los demás", dice Magdalena León, una de las voces del recordado Buenos Aires 8 y maestra de intérpretes. Entrevista de Álvaro Costa.

Hay gente que trabaja en silencio. Valga la paradoja si se trata de un músico o de una cantante que ocupa un lugar poco y nada rutilante en los rankins de los difundidos. Ya lo dijo Baudrillard: "La guerra del Golfo no tuvo lugar". El drama es aparecer o no aparecer, parecerlo o no, sin que haya otra cosa. Se me antoja que la letra de "En el fuego" debe ser un emblema. Allí, Magdalena León (disco "Para vivir", Buenos Aires 2004) alcanza uno de sus máximos esplendores.

El segundo y el tercer silencio son más directamente productivos. Es el silencio de Joachim Dallayrac sosteniendo las voces de Sophie y de Jean en "El maestro de música" (Gérard Corbiau, 1988), y es el silencio de los coreutas, el de quien une su voz a la de otros, alternativa y simultáneamente, para escucharse al escucharlos. No son tres silencios separados en la vida de Magdalena León: española, radicada desde hace años en la Argentina, una de las voces del reconocido grupo vocal Buenos Aires 8 y de las más prestigiosas intérpretes de la música popular latinoamericana.

-Tus viajes de España a Venezuela, primero, y luego de Venezuela a Argentina, podrían ser interpretados como revoluciones en tu vida...

-Pienso que sí, son cambios importantes; situaciones que te permiten modificarte y que, sobre todo, te enriquecen. Son revoluciones inevitables, porque cambiás absolutamente: el lugar de estar, la gente con la que te rodeás, colores, comidas, olores, temperatura. Es muy diferente el Caribe que estar en España, de donde yo salgo, además, en invierno. Tengo una foto de ese momento, de cuando salí de España: estaba terminando el primer grado y estoy abrigadísima, ropa de felpa, capa y boina, guantes y botas, porque nevaba... Y me voy a Caracas, pleno Caribe; específicamente a El Hatillo, donde vive actualmente Cecilia Todd. En esa época era selva tropical. Así que ya, de movida, el paisaje se me cambió absolutamente. Pero también los ritmos de la gente, la forma de hablar... Sí, para mí fue una revolución. Soy otra persona después de haber pasado por ese lugar. Porque me gusta la naturaleza profundamente, me relaja, me emociona, me lleva hacia otro lugar. Y además, es una etapa diferente de la vida de mis padres.

-¿Cómo se vive el hecho de ser amiga de una cantante tan reconocida como Cecilia Todd? ¿Nunca grabaron juntas?

-Me doy cuenta de lo que implica cuando la gente me lo pregunta, pero sinceramente lo vivo con alegría y simpleza, porque nos conocemos desde quinto grado. Fuimos al Colegio juntas, después nos dejamos de ver, y un día aparece en Buenos Aires con Roberto Todd, su hermano. Venían cantando para acá. Yo estaba en El Viejo Almacén, cantando, y aparecen ellos, que no sabían que yo estaba en ese grupo. Es más: no nos asociábamos. Porque Cecilia, en el quinto grado, era un proyecto de persona como yo. O sea que, cuando nos reencontramos, no sabíamos quiénes éramos. Ellos sí conocían Buenos Aires 8 y eran fanáticos admiradores. Se pegaron al grupo, yo me pegué a ellos, empezamos a hablar, "yo fui al Colegio tatatá", hasta que llegamos a "vos estabas con la hermana Teresa", "sí, yo también", "pero en qué año..." Conclusión: "ívos sos vos, yo soy yo, qué hacemos acá!". Al final, ellos venían desde Perú dando recitales por todas partes y yo me estaba yendo de mi casa paterna en ese momento -teníamos 20 años-. Ella se quería quedar en Buenos Aires, entonces le digo: "Yo voy a alquilar un departamento, ¿querés vivir en casa?". Alquilamos un departamento juntas, y primero vivimos en una casa que nos prestó Mercedes (Sosa) por la calle Billinghurst, íqué época esa! Claro, yo vivía en Ituzaingó y los recitales eran en Capital. Así que nos fuimos a vivir juntas un ratito y después ella tuvo la feliz idea de enamorarse de uno de mis compañeros de Buenos Aires 8, Miguel Ángel Odiard, con el cual formó pareja durante varios años, y me dejó sola en el departamento, cosa que se la reclamo cada vez que la veo...

Cuando se terminó su pareja, se fue de vuelta para Venezuela y yo me quedé acá. A partir de ahí, empecé a volver a Venezuela a cada rato. Voy dos veces por año: enero-febrero y julio-agosto, a cantar y dar cursos. Paro en la casa de Cecilia, y cuando ella viene para acá, para en la mía.

Con Cecilia hemos cantado juntas infinidad de veces. "Cecilia Todd en la Argentina" es el primer disco en el que participo con ella; es un recital en vivo en el Teatro San Martín.

Aquellas voces de Buenos Aires

-Recuerdo las versiones de Buenos Aires 8, de "Rancho abandonado" o "Los Tristes", de Julián Aguirre...

-Y lo más importante es que sonaba todavía mejor en vivo, se te caían las medias. No había nada falso. Y si te fijás, las voces no eran individualmente voces que dijeras "íuy, qué barbaridad!", sacando a Chichita Fanelli, que era la otra soprano, amiga y compañera del mismo micrófono, que para mí fue una de las voces más hermosas que ha tenido ningún grupo vocal. Lo que ella tenía era un color angelical, y yo tengo más potencia; entonces, mezcladas daban algo... glorioso.

-¿Qué temas recordás del primer disco?

-Muchos, pero especialmente "Danza de la moza donosa", porque no hay cosa más difícil de cantar. Tiene muchísimos cambios de tono. Hay que recordar cómo se grababa entonces: en mono, todos juntos, no había posibilidad de cambios. No sé lo que sonaría el grupo hoy en día, porque si entonces sonaba así...

-Recuerdo que Radio Nacional de Córdoba los pasaba en plena dictadura, cuando muchas músicas estaban prohibidas...

-Sobre todo, el último disco. Verás que hay algunos temas que no tienen letra. "Vidala para dormir a un chango pobre" no se podía grabar, por lo cual nos atrasaron el disco. Porque "no había pobres en la Argentina". Y hay una chacarera, que tampoco tiene letra, que la dejamos igual, de la bronca que nos dio porque hubo que sacársela. Era una chacarera o un triunfo, creo que de Remo Pignoni. Justo me han mandado todo el material de él hace muy poquito. Raúl Biguini es un enamorado del trabajo de Pignoni y considera que yo puedo aportarle a eso.

-¿Cuánto tiempo pasó entre el fin del grupo y tu primer disco como solista?

-Muy poco, por una sencilla razón: yo había pedido permiso al grupo para empezar a cantar. A mí ya me picaba. Me gustaba cantar en portugués. Y Fernando Llosa, que tocaba la percusión, me acompañaba con su guitarra. Tuve que pedir permiso, como los chicos, porque no era fácil; además, era la más chica del grupo. Pero a regañadientes me dejaron y me escapaba a cantar a cuanto lugar podía. Un día me proponen participar en el Festival de la OTI, en Argentina, y no se dieron cuenta de que yo soy española. Y lo gané. Y me fui a Perú en el '82 a representar a la Argentina. Canté "Canción para dar las gracias", de Horacio Malvicino (que dirigía, con arreglos de él, una orquesta maravillosa de 80 músicos) y de Luis González, que le hacía en ese momento los temas a Jairo. Y salimos terceros. Cuando me volví grabamos el primer disco, "Creceremos", en RCA, con orquesta gigante. Era el estudio más importante por sus dimensiones que había en Latinoamérica. Ahora está el Estudio ION, donde grabamos nuestro último disco.

Después del primer disco, me invitan de nuevo al Festival de Ancon y salimos primeros, gano el Festival; luego en Buga, Colombia, salimos segundos. Hará 6 años volví a representar a la Argentina y salimos otra vez segundos. Nunca se dieron cuenta ni me preguntaron si era argentina...

-Es como si lo fueras... ¿Y el segundo disco?

-Los dos discos siguientes son para la Warner Music. Y el tercero de Roberto López, lo mismo que el cuarto. Entre medio de eso, hago un disco con Jaime Torres para Alemania. Grabamos, entre otras, una versión preciosa de "El día que me quieras" en vivo. Y dos discos de "Ruidos y ruiditos" para los más chiquititos.

El disco siguiente se llama "Magdalena León" y tiene todos temas baladísticos. Fue para mí la búsqueda de algo nuevo que estábamos intentando. No creo que sea el mejor disco, pero es lo mejor que se pudo hacer en ese momento. Yo aprendí que cada disco es un escalón que, si no lo hacés y no lo terminás, no podés hacer el próximo. A mí me sirvió muchísimo eso, darme cuenta de lo que me pasaba con ese tipo de música.

Vehículo del alma

-En un reportaje decís: "cada maestro con su librito". ¿Cómo elegir el maestro?

-Creo que hay que estar muy atento a eso. Uno lo percibe en un momento dado. Cuando lo encuentra fluye, tanto en el que recibe como en el que da, ese puente que no se encuentra en todo el mundo. Uno tiene que estar cómodo, tiene que disfrutar de lo que hace, reirse, sentir que es un lugar de equivocaciones -todas las que puedas- porque de ahí vas a aprender. Si esto no sucede, si uno se deja admirar por los peces de colores, hay que cambiar hasta que encuentres con quién. Creo que los "maestros" no son tantos y que, a veces, uno se convierte en un maestro durante un tiempo. Y hay que estar agradecida de que este alumno te permita acompañar o descubrir cosas maravillosas o no tanto, a lo largo de este camino, ese espacio en el cual vos vas al lado, no adelante, vas al lado. Uno no le marca, le va mostrando, porque él lo tiene que descubrir y disfrutar. Si lo hace, le queda para toda la vida y va a buscar esa sensación de bienestar todo el tiempo.

Por eso, me parece que hay muchas maneras de enseñar, como hay muchas religiones: todas van al mismo lugar. Algunos son más sabios, otros menos. Está en uno con quién se encuentra mejor. También creo que los maestros aparecen en el momento en que uno está dispuesto a recibir. No es: "a partir de mañana estudio canto". Hay que ver si es una decisión realmente profunda o superficial.

Los que aprenden realmente son los que se quedan muchos años y los que no sólo aprenden canto, sino las cosas más íntimas y personales que te puedas imaginar. Si, además, tienen una voz que los acompaña, muchas veces salen cosas que me devuelven a mí los psicólogos, porque yo, sin quererlo, movilicé partes que hacen que esa persona llegue a: "pero, por qué hice esto".

-¿Cosas como cuáles?

-La selección de temas, ponerse a llorar porque te movilizan, no poderse mirar en un espejo para ver cómo mueven la cara, porqué tienen bruxismo... Cantar no es una cosa que se hace con las dos cuerdas vocales: la voz sale de un cuerpo y de un espíritu. Y según como esté tu cuerpo, te da un resultado. Si yo estoy triste, mi voz tiene un sonido; si estoy alegre, me voy a los agudos con mayor facilidad; si estoy muy nervioso, me tiembla la voz... Es un vehículo del alma, de las emociones.

Yo siempre le digo a mis alumnos: "La gracia no es que emplees lo que yo te doy, sino que lo tengas a mano para el día en que lo necesites. Es mucho mejor pintar un cuadro teniendo en la paleta 50 colores que teniendo 3: los matices expresivos van a ser mucho mejor, más claros y van a permitirme colorear muchas más cosas".

Actuar para vivir

El disco más reciente de Magdalena León se llama "Para vivir", fue editado en forma independiente y significó su regreso al canto después de varios años de "silencio".

-¿Cómo surgió?

-Nosotros pertenecemos a la Fundación "Joven 2.000", que tiene un comedor para niños de la calle. Se habían acabado todos los recursos y me dijeron si no quería hacer un recital a beneficio. Me parecía una locura después de ocho años de no cantar. Pero empecé a llamar a los amigos, juntamos el material que se me ocurrió que tuviera que ver con "Para vivir", porque así se llamaba el espectáculo, y los amigos me dijeron: ¿por qué no lo dejamos grabado de recuerdo? No, yo no tengo plata, les contesté. Al final, fuimos al estudio y logramos ir pagando el disco de a poquito. íSusana Lago me impulsó tanto! Alejandra Boero, una gran luchadora, desde que yo dejé de cantar no había vez que nos viéramos que no me lo decía.

Yo no quería ir a ninguna discográfica que me dijera que no eran temas comerciales, que la tapa, que no sé qué... Entonces, ílo sacamos nosotros! Seguiremos haciendo lo que nos dé la gana, aunque implique mucho esfuerzo, y si alguien se monta en esta ida, tendrá que pensar más o menos como nosotros.

La cuna

"Yo nací en Madrid. Mi papá era de Magaña, un pueblo de Soria, precioso, con su propio castillo, como corresponde. La casa de mi papá es de piedra, cavada, como una caverna. Yo me traje la llave de la puerta, que mide unos 15 cm. Ya no hay nadie, quedan 12 personas en el pueblo. Son esos pueblos blancos, contra las laderas de la montaña, que van perdiendo a la gente joven y van quedando los mayores, vestidos de negro, con la camisita blanca cerradita, con boina... Cuando llegué al pueblo, me encontré con una foto igual que las que había visto de mi papá".

Descubrir el Caribe

"Yo no elegí Venezuela porque era chiquita. Pero mi padre, un republicano comprometido e idealista, va de voluntario a la guerra y cuando ésta termina, le cuesta conseguir trabajo. Queda marcado. Mi mamá también: estuvo 2 años y medio en un campo de concentración en El Escorial. Desde Caracas, lo invitan a plantear una granja piloto donde se produzca una raza de chanchos para la zona. Mi papá se decide y se va. En 6 meses prepara el espacio en donde íbamos a vivir: la granja El naranjal, en el medio de la selva, a 30 km de Caracas. Así que se hizo el laboratorio y fabricó los chanchos que hoy se comen en el Caribe".

Un nuevo país

"Acá llegamos a trabajar. Mis padres pusieron un negocio de ramos generales, pero como eran muy buena gente, no ganaban mucha plata. Daba clases de matemáticas, porque además de profesional -ingeniero agrónomo-, era muy culto. Es lo único que nos quedó: una gran biblioteca que él se llevaba adonde fuera. Lo demás no le importaba. No había zapatos, pero había libros. Mi padre nunca perdió su objetivo: que fuéramos mejores personas".