La revuelta de otoño de un país en estado de emergencia

Por Catalina Guerrero (EFE)

La ola de violencia que inflamó los barrios marginales de Francia, focos de paro y delincuencia y con mucha población procedente de la inmigración, mostró los fallos de la política de integración de este país, aún en estado de emergencia.

El fenómeno que sobrecogió a Francia duró tres semanas: una orgía de incendios y un sinfín de disturbios que se concentraron entre el 27 de octubre, cuando dos adolescentes de Clichy-sous-Bois (afueras de París) murieron electrocutados al ocultarse en un transformador para escapar a un control policial, y el 18 de noviembre.

Ese día se dio por terminada la crisis más grave que había vivido Francia en los últimos 40 años, pues durante esa noche ni siquiera se llegó a cien coches quemados, que es la media "normal".

Fueron unos días de otoño en los que pandilleros sin orden ni concierto, ni ideología ni jerarquías se emplearon a fondo en prender fuego a todo lo que encontraban a su paso en los mismos barrios marginales y marginados en los que residían.

Pasto de las llamas y de los destrozos fueron más de 10.000 vehículos, pero también dos centenares de edificios públicos (escuelas, guarderías, gimnasios, bibliotecas u oficinas para desempleados) y miles de metros cuadrados de inmuebles comerciales.

Impresionantes imágenes de destrucción dieron la vuelta al mundo y generaron titulares tan alarmistas como "Francia en llamas" o "intifada en los suburbios", que molestaron a las autoridades, por lo que pidieron mesura a los periodistas extranjeros.

Un alarmismo al que contribuyó, en gran medida, la decisión del gobierno conservador de desempolvar el 8 de noviembre la ley sobre el estado de emergencia de 1955, y prorrogarla, con el aval del Parlamento, hasta casi finales de febrero de 2006.

Chirac debilitado

Ya debilitado por el "no" francés de finales de mayo en el referéndum sobre la Constitución europea y por el accidente vascular que sufrió a primeros de septiembre, el presidente francés, Jacques Chirac, aparece como la principal víctima política de la revuelta.

Se le recrimina, en especial desde la izquierda, su silencio durante los primeros quince días de la ola de violencia y luego el escaso alcance de sus propuestas para integrar a los marginados.

Fortalecido ha salido el ministro de Interior, Nicolas Sarkozy, firme defensor de la "tolerancia cero" que con su populismo, al decir que iba "a limpiar los suburbios a manguerazos" o al tratar de "gentuza" a los incendiarios, contribuyó a caldear los ánimos.

Apagado el fuego llegó el tiempo de los análisis y parece que no hay consenso sobre las causas de la revuelta y sus protagonistas.

Según Sarkozy, del 70 al 80 por ciento de los detenidos por violencias urbanas eran "conocidos" por la policía y había también extranjeros, que prometió expulsar.

El último parte judicial del 27 de noviembre señala que hubo cerca de 4.500 detenidos y 800 están encarcelados -más de la mitad han sido condenados a penas de prisión firme-, mientras que 577 menores comparecieron ante los tribunales y 118 están en centros especiales.

Generación "game-boy"

Un estudio del prestigioso diario Le Monde contradice a Sarkozy, pues cifra en sólo un 20 por ciento los delincuentes habituales que hay entre los detenidos y encarcelados.

La mayor parte de los menores implicados en los altercados, en su mayoría hijos o nietos de inmigrantes, pero también de franceses de pura cepa, no presentaban problemas especiales y pertenecen a la generación "game-boy", lo que explicaría su participación lúdica y mimética en la revuelta por imitación de lo que veían en televisión.

Lo que la rebelión violenta de los suburbios refleja es la desesperanza y pocas perspectivas de muchos jóvenes sin futuro, al tiempo que pone en tela de juicio el agresivo urbanismo creador de guetos y el estrepitoso fracaso del modelo francés de integración.

A Francia, uno de los países europeos que cuentan con más extranjeros, le ha saltado a la cara la discriminación real de que son objeto ya no sólo los inmigrantes sino los franceses de ascendencia extranjera, especialmente magrebí y subsahariana.

Como ejemplo, de las 700 personas que componen los gabinetes ministeriales sólo 10 son de origen inmigrante, y es que, en el actual contexto de desempleo, llamarse Mohamed o Fatima es un fardo.

Ahí, en el paro, reside la verdadera raíz del problema, en eso coinciden todos. Y la solución, por tanto, no se perfila fácil.

Hay quienes dicen que la ola de violencia de este otoño estaba cantada y que todos, a derecha e izquierda, se limitaron a mirar a otro lado. Bastaba -dicen- con haber escuchado un poco de rap de grupos como Zebda o Sniper.