Editorial

El peligro de Irán

Como era de esperar, el gobierno de Israel y sus principales dirigentes políticos reaccionaron enérgicamente ante las declaraciones francamente provocativas de Mahmoud Ahmadinejad, el presidente ultra conservador e integrista de Irán. Como se recordará, el mandatario dijo en declaraciones públicas, que luego ratificó, que Israel debe desaparecer y que, si sus habitantes no quieren perecer arrojados al mar por los hijos de Alá, deberían trasladarse a algún territorio europeo o americano, cedido previamente por las naciones que -según sus palabras- lo defienden.

En el mismo tono, el presidente de Irán puso en duda la existencia del Holocausto y convocó al mundo islámico a luchar contra los "perros sionistas que ocupan nuestros territorios sagrados".

Estas declaraciones no dejan de ser una ironía, ya que los que mataron más iraníes en los últimos años no fueron los judíos, sino sus vecinos musulmanes de Irak, durante una guerra que se extendió por varios años y que se cobró más de un millón de muertos.

Ahmadinejad llegó al poder hace unos meses, encarnando las versiones más fundamentalistas de Irán. Si bien el país no es una autocracia, se sabe que es el poder religioso el que decide. Los maquillajes jurídicos en Irán no alcanzan a disimular el carácter teocrático del régimen y su abierta identificación con prácticas terroristas e ideologías que en sus líneas centrales coinciden con los nazis.

A través de sus voceros más representativos, el gobierno de Israel informó a los organismos internacionales y a los mandatarios de los principales países del mundo sobre el carácter belicista y antisemita del régimen. También advirtió que dispone de recursos militares como para afrontar con éxito ese desafío, una amenaza velada que, atendiendo a la eficacia de las fuerzas armadas israelitas, el gobierno de Irán haría muy bien en prestar atención.

Más allá de bravatas, lo cierto es que la comunidad internacional tiene buenas razones para estar preocupada por lo que está ocurriendo en Irán. Se sabe que este Estado teocrático alienta al terrorismo por diferentes vías, aunque muestre una tendencia hacia la secularización y la liberalización de las prácticas religiosas y políticas.

La llegada al poder de Ahmadinejad representa un retroceso que se manifiesta en las purgas y persecuciones iniciadas por las flamantes autoridades contra quienes en su momento impulsaron políticas reformistas. Aceleradamente, el régimen se endurece e instala en un primer plano a los sectores más recalcitrantes del poder religioso.

El tema trasciende la cuestión individual o grupal para poner en evidencia los preocupantes niveles de consenso popular que estas políticas guerreristas, xenófobas e intolerantes tienen en Irán. No es casualidad que este giro hacia el integrismo coincida con las tentativas de construir reactores atómicos, iniciativa que la comunidad internacional condenó en toda la línea.

No hay que perder de vista que Ahmadinejad se considera un heredero de Mahoma; sus declaraciones y su conducta ponen en evidencia no sólo su ideología, sino también su personalidad conflictiva. Además, no hay que olvidar que es un dirigente elegido por el voto popular y que una poderosa estructura militar, religiosa y política lo sostiene.