Tres mujeres conducen en líneas urbanas
De oficio, colectiveras
Tamara Peralta confiesa que desde los 13 quería manejar un colectivo. Foto: Néstor Gallegos.. 

Entre precursoras y nuevas, quedan tres mujeres manejando colectivos de líneas urbanas en las calles santafesinas. Para ellas, una forma natural de ganarse la vida.

Por Nancy Balza

Son tres. Son sólo tres, podría precisarse. Susana Salas en la Línea 2, Tamara Peralta en la 8 y Marina Contreras en la 14 son las tres exponentes del género femenino que actualmente -las hubo en otras líneas- conducen colectivos. En la ciudad y sobre un plantel total de varios cientos de choferes, un ínfimo porcentaje está cubierto por mujeres. Y ninguna parece responder al forzado y anacrónico estereotipo del sexo débil.

Tamara y Marina accedieron a dialogar con el Litoral sobre sus motivaciones, experiencias y expectativas, mientras sus horarios se acomodan para cubrir vacaciones y licencias por enfermedad de sus colegas. Ambas ingresaron hace muy poco a la actividad. Salas, en cambio, maneja desde hace ocho años un colectivo de la única línea que va a barrio El Pozo.

El volante en el alma

"Me encanta", confiesa Tamara con su sonrisa de 22 años. Desde los 13 que decidió que lo suyo era manejar colectivos y así lo hizo. "Estoy en lo mío. Los compañeros de trabajo son todos muy buenos. Por ahí piensan que la integración es difícil pero no lo es". Nunca antes se había dedicado a esta actividad; a fuerza de insistir, practicó en una línea y terminó manejando en la 8 y, alternativamente, en la 14.

Las responsabilidades de manejar un vehículo de gran porte y un automóvil son distintas, aunque tienen un denominador común: la responsabilidad, "sólo que en un colectivo vos tenés a cargo a más de 32 personas, más el auto, más la moto que te pasa. Si te gusta, lo disfrutás". Al cumplimiento de los horarios de salida y de ingreso a cada sector, se suma el compromiso de que el pasajero vaya con boleto, que viaje lo más cómodo posible. Y ahí se anima a marcar diferencias entre los coches grandes y los minibuses: en los primeros admite que "la gente viaja mejor, porque cuando hay pasajeros de pie manejás incómoda". Los minibuses, en cambio tienen a favor que "entran en cualquier parte".

Antes de ser colectivera -y todavía ahora- Tamara era una usuaria más del servicio, así que conoce por propia experiencia sus fallas o los distintos comportamientos de la comunidad: "Tengo una nena y muchas veces subía al colectivo y el chofer estaba incómodo porque no había asiento para mí". Lo mismo le ocurre ahora, pero del otro lado: "La gente parece haber perdido el respeto por la gente discapacitada, o que viaja muy cargada. Tenés que recordarle que hay alguien que necesita un asiento, que se tienen que correr para atrás, porque tenemos que parar en todas las esquinas: no podemos dejar a nadie".

¿Qué pasa con los hombres cuando suben al coche y la ven? A la pregunta, de rigor, Tamara responde que "la mayoría se queda parada en el estribo y suspendida un instante. Pagan el boleto y me siguen mirando; algunos me felicitan porque dicen que manejo bien. El pasajero es muy atento, es como que reaccionan distinto y mejor cuando ven una chica, con mucho más respeto".

Sin herencia ni influencia familiar -no hay colectiveros entre sus antepasados- ser mujer y manejar un colectivo le resulta absolutamente natural. "Me siento orgullosa porque durante mucho tiempo quise entrar al transporte, y además "cada vez que te sentás al volante, tengas un mes o diez años de experiencia, siempre aprendés algo".

Nada que la mujer no pueda hacer

A los 30 años y con cuatro hijos a cargo, Marina Contreras tiene en claro varias cosas: "No hay trabajo que la mujer no pueda hacer", "conducir un colectivo le exige a una mujer lo mismo que al hombre: atención y reflejos" y "hay mujeres que no se animan porque piensan que no van a poder".

Antes de subirse a un coche de la 14, manejó durante cinco años un camión, y así cruzó varias veces las rutas argentinas e ingresó al Brasil y al Paraguay. Pero los hijos ya están más grandes y "una no puede estar tanto tiempo afuera". Por eso empezó a buscar trabajo en Santa Fe y la puerta que se abrió -de tantas que golpeó- fue ésta. Ahí hace un alto y agradece a Jorge Kiener. "La mujer no puede entrar a un rubro de éstos porque tal vez es una sociedad machista", evalúa ahora con bastante experiencia acumulada de su trabajo anterior. "Manejando un camión siempre fue un poco difícil que me aceptaran", recuerda Marina y consigna que más de una vez la mandaron a lavar los platos. Entonces "para no escuchar el vocabulario de los hombres, me ponía una gorrita o un buzo grande y aparentaba más ser un muchachito que una mujer".

Ahora, como colectivera "veo que la gente está muy conforme". Y con los compañeros de trabajo no hay problemas: "tratan de informarnos e integrarnos".

Si el tránsito es complicado y estresante, para la mujer tiene un plus: "si te equivocás, te dicen cualquier cosa". Pero asegura que su actividad "exige mucha atención al volante, al tráfico, a la gente, a la máquina que expende el boleto, abrir y cerrar las puertas, que no se lastime nadie". En definitiva "nada muy distinto de lo que tiene que hacer el hombre".

Marina insiste en que "no hay trabajo que una mujer no pueda hacer", más si está dispuesta a salir adelante.

Por ahora son apenas tres. Tal vez en el futuro, cuando su participación se naturalice, encontrar mujeres al volante de un colectivo deje de ser noticia.