Toco y me voy
Los picados del verano
En enero, cualquiera juega al fútbol: entre los que están de vacaciones y los que no salen por el calor, los picados demandan gente en cualquier condición que se meta para hacer número.

Justo nosotros elegimos como deporte más popular a uno que requiere veintidós jugadores por lo menos. En enero, no juntás veintidós ni reclutándolos con la fuerza pública. Tenés el atajo del fútbol sala o cinco, que para mí fue inventado en enero.

Lo cierto es que los picados que se sostuvieron sin problemas durante todo el año, ahora tienen una prueba de fuego (sobre todo al aire libre, a las dos de la tarde: realmente es una prueba de fuego), pues algunos de sus integrantes más conspicuos hacen cuenta y no llegan ni a palos. Así que aparecen convocados los amigos, los cuñados panzones, los tíos que alguna vez jugaron pero que ya están retirados; los rotos que quieren volver a probar a ver si en el medio se curaron milagrosamente (y, lógico, se vuelven a romper), los pibes que pasan y cualquier otro que hubiese sido miserablemente ignorado en el resto del año, cuando el plantel estable se mostraba a pleno, meta y ponga.

Por otra parte, así como hay una fuga de jugadores hacia otros destinos, así como existe una transferencia de jugadores de nuestros pagos al fútbol playero (íííah, cretinos!!! í¿Cómo no me avisaron que necesitan un jugador en Camboriú?!), existe también una oferta de tipos de descarte que quieren urgente "hacer algo" en enero. Estuvieron abocados (abocado, rosado, blanco, birra, cualquiera...) a la picada en diciembre, su imagen se vino en picada y ahora quieren trenzarse en un picado mientras juran que no chupan más hasta el año que viene (la promesa la formulan astutamente el 30 de diciembre); como si fuera tan fácil cambiar chorizos y morcillas por botines y pelota.

En el caso de este servidor, ya tengo la misma edad que el calzado deportivo (y no se hagan los cancheros, no soy tan patón, les aclaro), estoy de vuelta, y formo parte de esa corte de los milagros de los picados de verano en que los jugadores, desconocidos ilustres excepto para el que nos trajo a falta de mejores opciones, nos llamamos, pelado, zurdo, gringo, rayado (camiseta de racing, año 1966, el vago), chueco, morfón de miércoles y esos apelativos súbitos con que nos agasajan a los nuevos.

Tipos que saben caminar la cancha, porque, de verdad, sobre que venimos no pretenderán que corramos.

Otra características de los picados de enero -culposos: la mayoría viene bandeada- es su adaptabilidad al número de pseudo deportistas: la cancha de once se adapta a cualquier número y las opciones once o cinco quedan superadas sin problemas: ocho, cuatro o diez por lado, no hay problemas. Se corren los arcos, o se generan arcos con mochilas o remeras y a otra cosa, asumiendo que se trata desde el vamos de algo menos formal que el encarnizado combate de todo el año.

Una característica más es la polivalencia de los jugadores (no tanto porque puedan jugar en cualquier puesto sino porque la mayoría no puede jugar en ninguno), que se acomodan a la incipiente exigencia de los tres o cuatro que son "dueños del turno", los organizadores, los que tienen la responsabilidad de hacer funcionar este bodrio. Así que ante la pregunta terrible de "vos de qué jugás" (y ante la fantasiosa respuesta de querer jugar a lo que nunca pudimos en nuestra vida: ahí nadie te conoce, por lo menos hasta la primera pifiada), uno se acomoda sin problemas. Si sos nueve de área, ahora sos cuatro; si sos volante por derecha, dale por izquierda que no tenemos a nadie ahí.

Picados ocasionales que a la semana próxima volverán a cambiar sus integrantes: los que prometieron venir se fueron de vacaciones, la otra mitad se lesionó, vuelven dos que no estaban, vino el primo de Quitilipi. A empezar de nuevo. El asunto es tener la ilusión de que uno está haciendo algo por los kilos demás que incorporó unos pocos días antes, en plena bacanal de fin de año. Yo voy a conciencia a un picado de vagos que no conozco, pero que son piolas: corren poco y toman mucha cerveza después. Lo importante es mantenerse en estado.

Texto: Néstor Fenoglio

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