"Las siete plagas de Inodoro"
Sutil metáfora de la esperanza

A partir de Sigmund Freud no se pone como condición de humor que haya objetos y sujetos dados de antemano, sino que la condición del chiste sea la sedimentación de una determinada forma y uso de las palabras. Como un género, que distintas prácticas sociales van consolidando distintos usos de la lengua, el humor sería el resultado histórico que se plasma en una forma verbal, que es variable y contingente, y depende de la lengua como sistema de signos.

La famosa historieta Inodoro Pereyra, del rosarino Roberto Fontanarrosa, ha sido adaptada por Antonio Germano en su espectáculo "Las siete plagas de Inodoro", estrenado en la Sala Mayor del Centro Cultural Provincial. La totalidad propone con profunda calidez el dibujo de personajes entrañables, llenos de frescura y comicidad, en una sutil metáfora de la esperanza. El equipo de trabajo convoca al público, en una propuesta de profunda calidez. El espectador se divierte y reflexiona con un inteligente texto.

La iconografía de Fontanarrosa con este personaje y quienes lo rodean -imposible soslayar al perro Mendieta- se plasma con certeza. Se trata del encuentro de personajes muy pintorescos que muestran con humor el desacuerdo nacional, la sordera argentina y el modo en que desviamos nuestro destino con verdades equivocadas.

La pieza propone el enfrentamiento entre posturas que en principio parecen irreconciliables: la de la tradición y la de la modernidad, encarnadas en el particular mundo germaniano. Algunos personajes son inflexibles y arraigados a un concepto casi anacrónico de la identidad nacional; otros van tras el éxito y son capaz de hacer renunciamientos en aras de la notoriedad. Estos opuestos descubren al final que en la aceptación y el intercambio está el mejor resultado.

El espectáculo aborda también la transformación de esos personajes. Con una estética que no oculta su raíz de historieta, sino que por el contrario la acentúa con aciertos y una puesta en escena dirigida por el mismo Germano que parece funcionar como una extensión del estado de ánimo de los protagonistas, la dirección construye un vínculo mágico entre sus criaturas, en el que las diferencias culturales nunca llegan a ser un obstáculo para que las emociones, el afecto y la amistad afloren sin prejuicios.

El héroe telúrico es encarnado por Sergio Cangiano. El actor ofrece una muy buena composición, basada en un exacto manejo corporal y una voz apropiada para el rol. Roberto Trucco es una correcta Eulogia, a la que le falta un poco más de soltura sobre la escena, en tanto Airel Eier Pic resuelve también con corrección los diversos personaje que interpreta. Párrafo aparte para el fiel Mendieta. Compañero de ruta de Inodoro es en esta versión un bello muñeco -"porque la producción no tenía plata para pagarle a un actor", según sostiene con humor- de mirada tierna, realizado por Gustavo Núñez, que se transforma en el perfecto antagonista de Inodoro. Su voz, inconfundible, es la del mismo Germano.

La escenografía -suponemos de realización grupal, dado que no se entregaron programas de mano- resuelve minuciosamente el espíritu campero, a partir de una buena paleta de colores. Por momentos el ritmo se resiente demasiado, pero es seguro que con el paso de las funciones se irá aceitando. Esto no es óbice para disfrutar de cómo esos personajes buscan reconciliarse con la vida. En el caso de Inodoro, a través de los gestos de solidaridad desinteresada que ofrece a seres mucho más desprotegidos que él. Pero más allá de la emotividad y el humor con los que el espectáculo va delineando esa relación de entrega incondicional entre seres solitarios, lo que más llama la atención en el montaje es el alegato que hace con respecto a la necesidad de un acercamiento entre las culturas, en un mundo cada vez más fracturado por el odio y la discriminación.

Roberto Schneider