Una tensión creciente amenaza al Cono Sur

Algo se mueve -y se mueve mal- en el río inmóvil de Borges. Uruguay y la Argentina están duplicando la apuesta todos los días en una escalada incomprensible. La solución se reduce ahora sólo a encontrar la fórmula del primer paso y quién lo dará. Pero el decurso inútil del tiempo está dejando graves secuelas económicas para Uruguay y afecta seriamente a la Argentina, porque funda la impresión de un Mercosur endeble e inservible.

La mancha del conflicto se extiende peligrosamente. Brasil anunció la posible construcción de otra papelera en el río compartido. Paraguay está a punto de reclamar por una papelera argentina en Puerto Piray, sobre el río también compartido. Y Chile comenzó a usar barcos para su relación comercial con Uruguay, porque el corredor bioceánico seco (el que une Chile, la Argentina y Uruguay) está obturado en Gualeguaychú y en Colón. La tensión podría terminar mojando a todo el Cono Sur.

El propio presidente argentino empieza a percibir la sublevación de las provincias papeleras, sobre todo de Misiones y de Formosa. Una reunión del bloque de senadores nacionales peronistas, el miércoles último, estuvo a punto de convertirse en una trifulca de órdago. Senadores de provincias papeleras preguntaban qué les dirán a sus ciudadanos después de que el gobierno nacional hiciera una cuestión de principios contra las papeleras.

Kirchner cree que su amigo Tabaré Vázquez lo ha defraudado. No se trata, sin embargo, de una cuestión personal. Tabaré Vázquez carece ya de márgenes sociales y políticos para cambiar las cosas. Uruguay empezó con la forestación a mitad de los años '80 mirando la posibilidad de conquistar inversiones de papeleras. En la Argentina, el problema de esas fábricas sólo es importante para algunas ciudades del Litoral; la oposición a Kirchner clama, más bien, por un acuerdo rápido con Uruguay. En Uruguay es al revés: el caso se ha convertido en una cuestión nacional que apasiona a casi toda la sociedad.

Tabaré Vázquez ha perdido su proverbial tranquilidad; lo aqueja un ataque de furia contra el gobierno de Kirchner. ¿Por qué Kirchner no hace nada para resolver los cortes de Gualeguaychú y de Colón? ¿No puede? ¿Cómo pudo, entonces, liberar de manifestantes la ruta a Mar del Plata cuando peligraba su temporada turística?

Kirchner se ha manejado frente a los asambleístas de Gualeguaychú con vacilaciones que terminaron agravando el problema. El gobernador Busti venía prometiéndoles a los sublevados que les conseguiría una reunión con Kirchner siempre y cuando levantaran el corte del puente. Estaba seguro de que el puente no sería cortado de nuevo.

En medio de esa negociación local, se metió Kirchner y recibió a los asambleístas en la Casa de Gobierno. No les reclamó directamente la liberación del puente porque temió que le dijeran que no. Los asambleístas volvieron a Gualeguaychú asegurando que Kirchner no les había pedido nada.

Funcionarios argentinos y uruguayos han estado negociando en los últimos días. Lo hacían en nombre de ambos presidentes y, en el caso argentino, del canciller Taiana. La Argentina le pidió a Uruguay que demostrara lo que asegura. Uruguay dice que las fábricas tienen una tecnología muy avanzada y que no contaminarán. El gobierno uruguayo debería, sostiene el argentino, hacer un paréntesis de unas pocas semanas en las obras hasta entregar las comprobaciones y acordar las inspecciones futuras. A cambio, los puentes se liberarían en el acto.

Ahí se ingresa en un terreno inasible. Tabaré Vázquez no quiere intercambiar una decisión del Estado uruguayo por una eventual resolución de una asamblea de vecinos trastornados. Algunos funcionarios uruguayos creen que los cortes cuentan con cierto beneplácito de Kirchner. Quien promete levantar un corte es porque también puede cortar, deducen los uruguayos duros, que cada vez son más.

Tabaré Vázquez promete reunir a su gabinete en Fray Bentos y colocar él mismo la piedra fundamental de las papeleras. Su canciller, Reinaldo Gargano, perdió la moderación desde el principio. Pero también la perdió el canciller argentino, Taiana, que había logrado, entre diplomáticos extranjeros, el prestigio de un hombre moderado y profesional que mejoró la eficiencia de la diplomacia argentina.

Taiana llevó al Congreso (sobre todo, al Senado) un discurso belicoso contra Uruguay, en el que subrayó la versión argentina de la historia del conflicto. La historia tiene muchas lecturas, pero podría haber inscripto más párrafos de conciliación. Taiana expresa cabalmente a Kirchner; el presidente no habla -ni hablará- sobre el conflicto, pero su posición y sus decibeles estuvieron en boca del canciller.

El primer paso. Ése es el centro de la cuestión. Las cosas técnicas y diplomáticas están demasiado conversadas como para progresar luego rápidamente. Quizás el primer paso lo deba dar la Argentina. No se trata de establecer quién tiene la razón; se trata, en todo caso, de una cuestión de tamaño como país, de la generosidad que obliga al más grande y de la situación social y política interna. Kirchner puede hacer gestos que Tabaré Vázquez ya no puede.

Desde ya, ningún primer paso debería ser aislado. Una negociación previa tendría que prever los siguientes pasos, entre ellos las decisiones que debería tomar luego el propio gobierno uruguayo. Y las empresas papeleras tendrán que hacer un aporte a la solución. Es hora de que el diálogo entre los gobiernos se reanude.

La Haya es el camino de la ley, pero es muy largo. Antes de un fallo arbitral, Uruguay sufrirá una asfixia económica insoportable, que podría obligarlo a hacer alianzas estratégicas pésimas para la Argentina. Las papeleras se irán de Uruguay y las inversiones se paralizarán en el Mercosur.

El canciller español, Miguel Angel Moratinos, vino a Buenos Aires para darle, sobre todo, un importante impulso político al diálogo entre la Unión Europea y el Mercosur. Tropezó con la reyerta entre uruguayos y argentinos, lo que objetivamente debilita a la coalición del sur de América. Se topó también con la insistencia argentina en incorporar a la iconoclasta Venezuela como miembro pleno del Mercosur, que todavía no lo es. ¿Por qué, en tal caso, no convocó también a Chile y a Bolivia, que son miembros asociados mucho más antiguos?

Kirchner aspira a la aprobación unánime y, por eso, bascula entre un lado y otro. Sus últimos gestos con Washington le han deparado una buena noticia: el nuevo embajador designado, Earl Wayne, es un importante diplomático que tiene ahora jerarquía de subsecretario de Estado. Kirchner le dio el plácet en 24 horas para demostrar que quiere un tiempo mejor con Bush.

El actual embajador, Lino Gutiérrez, se irá con el trofeo de la reconciliación en las manos. Mar del Plata le había dejado un sabor amargo, después de dos años de bregar por una buena relación. Wayne era su propio candidato para sucederlo y nunca le gustaron las informaciones que lo devaluaban ni la mención de otros candidatos, en los que nunca creyó.

El gobierno argentino ya empieza a sentir nostalgia de Gutiérrez. Nunca tuvimos problemas con él y siempre ayudó a la relación entre los dos países, se escuchó decir al lado del presidente. Si la diplomacia pudo remontar las secuelas de la gresca cimera de Mar del Plata, ¿qué le impediría remendar el puente roto con la otra orilla, entrañable, del río inmóvil?

Joaquín Morales Solá

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