Encuentro con Jorge Leonidas Escudero
La tonada y el habla sanjuaninos son dulces, gentiles, con irrupciones de términos tan justos que suenan eruditos. El poeta sanjuanino Jorge Leonidas Escudero ha sabido verter en sus poemas simples y hondos ese mundo lingüístico con un talento excepcional. Nacido en 1920, Escudero fue durante años buscador de oro y metales preciosos en las montañas de su provincia, antes de publicar su primer libro, a los 50 años.

Por Enrique M. Butti

Jorge Leonidas Escudero lee:

.

El empecinao

Aquí anduvo un tozudo hombre buscando,

en esta altivez de los cerros sanjuaninos,

el fabuloso tesoro que cuentan

era para el rescate del inca Atahualpa: siete

cogotes de guanaco pupudos de oro.

Muchos años vino a buscar tal riqueza

y se le puso la barba blanca de no encontrarla;

pero firme en su idea

no cejaba de llevarla entre ceja y ceja.

Nos hicimos amigos y en mis adentros

lo bauticé El Empecinao, justamente

porque cada vez que me lo topaba en el cerro

me hablaba de su sueño y sonreía feliz.

Pero el verano éste ya no vino

y el anterior tampoco.

Sospecho que murió directamente

o algo peor todavía, que se desempecinó,

y al perder la alegría de buscar el tesoro

quedó muerto en vida.

Ahí hablo de un hombre que yo me encontraba siempre en el cerro con él, en el verano, porque andaba buscando un tesoro escondido. Hay una tradición aquí en San Juan, en la cordillera, de unos cogotes de guanaco llenos de oro, porque en los tiempos de los indios parece que a los guanacos les sacaban la piel del cogote largo como quien se saca una media, para poder hacer una bolsa. En este caso, se trataba de siete cogotes de guanacos llenos de oro, que mucha gente los ha andado buscado. Y este hombre los andaba buscando, hasta que una vez no vino más y le hice al poema.

Que al final es también el tema de este otro poema:

.

Llego y saludo

Viaje de vuelta. ¿De dónde?

De donde nunca estuve

porque nunca llegué a donde iba.

Entonces mi ir a un lejanamente país

ignoto que buscaba sin saber qué ni cómo,

fue nada.

¿Es triste? No,

porque lo que vale es la búsqueda

no lo que se encuentra.

Claro que no llegué

porque se me acalambraron las piernas y me dio

una descompostura o vahído justo

en el límite pero más vale así.

Mas luego, al reconfortarme,

haré otra salida a

si lo desconocido me entrega lo que no sé.

Y así

volveré otra vez a ir y volveré

otra vez aquí maltrecho pero con vida

¿para qué?

¿Y ustedes cómo están? ¿Bien?

¿Siempre bien en donde están?

Y sí, ahí está la cosa. Son poemas narrativos, cuentos dichos así, con el ritmo que a cada historia le surge naturalmente.

Y sí, mi primer libro se publicó cuando yo tenía 50 años. Gracias a una señora que tenía aquí una escuela de danza y recitación, que una vez la vi en la plaza y me conocía de antes y nos pusimos a hablar. Yo sabía un poema de memoria y se lo dije. Y ella: "Mire, Escudero, nosotros queremos publicarle un libro, junte sus poemas". "Tengo muy pocos -le digo-, dos o tres". "Bueno, escriba otros, y cuando los tenga yo se los voy a publicar", me dice que me los iba a publicar por medio de una comisión que tenía de apoyo esa escuela de ella. Yo me puse rápidamente a escribir unos poemas y ella me los publicó, era en 1970. Y después me publicó otro, y el tercero lo publiqué en Mendoza, y entre una cosa y la otra se me juntaron un montón de libros, como veinte.

Y bueno, los poemas nacen muchas veces de una primera frase, de una primera palabra que ocurre, la dejo por ahí, y un día aparece y ya se le encadena después el resto de lo que yo tenía intuición de decir.

Son experiencias de la vida que uno asimila y relaciona, un tanto ocultamente, como fuera, automáticamente, con una filosofía de la vida.

Uno de mis libros se titula "Aguaiten", que no sé si lo usan ustedes. "Aguaitar" es mirar sin que lo descubran a uno, acechar, husmear. "Aguaitá a ver quién viene", dicen las viejas del campo. En ese libro está este poema:

.

Tras la piedra filosofal

Cuando me sitúo noche a noche

ante una mesa de voraces devoradores

corto o no el naipe, dan o doy cartas,

vivo los azares de una selva inhóspita

siguiendo el rastro de animales peligrosos.

O un guerrero contra él mismo

porque mi yo tozudo quiere elegir y no

lo dejo pero me tuerce el brazo

para que apueste al revés. Pierdo hasta los bolsillos.

Me vuelvo a casa con los pájaros negros

desos que van a las reses muertas. ¿Existe

otra compañía cuando ah?

Es que ando en busca de aumentar la conciencia

a un más allá de ya, cruzar el límite.

Y aunque se burlen los materialistas

hablo aquí sin tapujos de lo suprahumano;

por eso hago ejercicios de despertamiento

para meter las narices

en el futuro inmediato. Disculpen.

Y sí, el tiempo es uno de los motivos de mis poemas. Fíjese que yo incursioné en el juego, movido por el ansia de meter las narices en el futuro inmediato. ¿Cómo puedo hacer para adivinar lo que va a ocurrir de aquí a dos minutos? Cuando la bola salte y se detenga en la ruleta, póngale. He hecho muchos poemas sobre el juego, un libro entero que se titula "Los grandes jugadores", que se publicó aquí en San Juan, en 1987.

La cosa se relaciona con la suerte. Se habla de que el primerizo en el juego tiene suerte porque no está prevenido ni tiene sedimentación metal de ciertas fijezas que por lo general son las que hacen perder a una persona. Se habla también de que el yo de uno, que es quien lo hace elegir en el juego, trabaja en contra de uno, eligiendo al revés, no se sabe si como castigo o como una forma misteriosa de quererlo beneficiar; es el masoquismo del jugador, que me cansé de ver en las salas de juego: los empecinados en perder. Uno terminó ahorcado, aquí, y lo puse en el libro mío. Le leo, al azar. Los poemas tienen por títulos, números. Tocó el 14.

.

14

íTe acosan las voces en el mar proceloso!

Si te tapas los oídos con cera, mejor.

Pero ya que navegas este modo de arte

escúchame que estoy hablando:

La víbora alevosa está en el bote

y cuando te decides a remar pica en mano.

es por eso que has dar el paso atrás,

batir en polvorosa los pies hasta una plaza

y esperar que amaine el ventarrón. Aplícate

cachetadas una y otra vez

hasta que se te desprendan los parásitos

de adivinar en contra.

Luego agarra un cuchillo bien filoso

y hazte un corte encima de la coronilla,

otro debajo de los zapatos,

a ver si te desactivas como marioneta.

Digo esto pues mucha gente opa

se afilia con el enemigo y fallece.

Es por eso que hoy vas a hacerme caso:

irte a dormir temprano.

He tratado en algunos poemas de pasar a la escritura lo fónico, el sonido del habla, y de ahí surgen esas interrupciones que usted ha notado, esos lapsus, esas derivaciones y desviaciones, esos sobreentendidos, esas interjecciones y conjunciones.

El uso de la palabra no es para uno exclusivamente; es para hacerse entender, pa que otro lo recepte y lo escuche. Cuando yo estoy hablando con usted, trato de hablar para alguien, aunque sea una sola persona que no sé adónde está, que podría ser el que llaman alter-ego, el afín a uno, en suma, que en algún lado está; bueno, para ése se escribe. Lo que me digo a mí mismo se lo estoy diciendo a otro. Pero me preocupo de que se me entienda. No todos, ni todo, porque así es la poesía por ahora, no es para todos, el que no está en la onda no la escucha.

.

A salvarse

Dame una mano viento porque estoy afónico,

voy a pedirte gritar a voz en cuello

para porque si alguien oye venga

a socorrerme ya que estoy perdido

en desconocido desierto.

Es que no asumo lo incomprensible

d'estar cada uno aquí sin más que él mismo.

Y por más que pienso no me avengo

a esta rareza de en solitariamente

matar el tiempo.

Cierto que hablo muy ronco

por tanto llamar a gritos sin eco,

y ahora tengo que pedirte ayuda, viento,

para lo que tanto necesito.

Dame una mano entonces el asunto

no es solamente mío, es de muchos

los que aquí nos desgañitamos

buscando compañía esencial y claro

nos ponemos mudos de tanto llamar

y nadie escucha.