Tema central / Cultura
Nombres masculinos en la literatura femenina
Palabras escondidas
George Eliot por Mary Ann Evans; Currer, Elis y Acton Bell por las hermanas Bront�; George Sand por Aurora Dupin; César Dauyen por Emma de la Barra. Identidades ocultas por imposición de la época; obstinadas palabras de mujer que lograron ver la luz.
textos de Ana María Zancada. ilustración de Lucas Cejas.
"A lo masculino pertenece en esta sociedad completamente oficial, todo lo que compete a lo público, empezando por la escritura..." Así lo afirma George Duby en su trabajo "Mujeres del s. XII". Las damas de esa época por cierto sabían escribir, a veces mejor que los hombres dedicados a guerrear. Pero, lamentablemente, de la escritura femenina es muy poco lo que ha quedado a través del tiempo.> La mujer no podía actuar libremente, no podía estudiar, expresarse y menos escribir, salvo entre las protectoras paredes de un convento. Se debía conformar con lo que el hombre decía o escribía sobre ellas. Pero lentamente, con mucha paciencia, sabiduría y perseverancia fueron surgiendo nombres que marcarían el rumbo.> No podemos dejar de rendir un respetuoso homenaje a Christine de Pisan que en el s. XIII, al quedar viuda, mantuvo a su familia con el producto del trabajo intelectual. Autora de numerosas obras, es la escritora laica más conocida del medioevo. Pero fue una excepción.>
La historia escrita en primera persona
En el s. XVI y en el siguiente, la mujer ya ocupaba un lugar diferente. Aparecida la imprenta, aprendió a leer. Por las noches robaba libros de las bibliotecas y devoraba su contenido a la temblorosa luz de las velas. Pero el hombre seguía siendo el centro y, la mujer, el margen. El mundo intelectual era esencialmente masculino. La mujer comenzó a escribir pero lo hacía a través de la correspondencia, de un diario íntimo, tímidas estrofas que expresaban apenas un tumulto de sentimientos.> Los salones literarios sirvieron para comenzar a intercambiar ideas, escucharse y hacer conocer sus escritos. Pero el temor al comentario malicioso era muy grande. También lo era la necesidad de expresión, de comunicación.>
El anonimato
Las pioneras pagaron caro su osadía. En 1771, Sophie von La Roche, una alemana de la alta sociedad, publicó una novela. Escandalizada, la madre de Goethe, declaró que había perdido la cabeza y que sería la desgracia de sus hijos. No concebía que hubiese cometido semejante locura ya que la consideraba una mujer instruida e inteligente (1). Se comprende por qué se escondían en el anonimato o tras un seudónimo. Madame de La Fáyette jamás confesó ser la autora de "La princesa de Cl�ves".> Uno de los salones más famosos de mediados del s. XVIII fue el de Madame Necker. Todos los viernes, la intelectualidad parisina se reunía en torno a la anfitriona, y a su hija Germaine -una niña casi- que deslumbraba con su conocimiento de los grandes pensadores del momento y la justeza de sus opiniones. En 1876, la joven se casó con el embajador de Suecia y siguió siendo el adorno del salón de su madre, pero ya para entonces se llamaba Madame de St�el (1).> Jane Austen (1775-1817) fue otra de las mujeres que sintió necesidad de compartir su imaginación y sus sentimientos. Autora de novelas que en su momento tuvieron gran aceptación como "Orgullo y prejuicio", "Sensatez y sentimientos", "Emma", mientras ella vivió sus libros publicados permanecieron en el anonimato. Sólo la familia, unos pocos amigos y los editores conocían la identidad del autor. El secreto se reveló al publicarse su necrología, cuatro días después de su muerte.>
El seudónimo
Y así llegamos al disfraz de un nombre de varón para escapar a un destino de cautiverio social. Estamos en el s. XIX y la esfera de la actividad femenina sigue restringida prácticamente al ámbito doméstico ya que, de acuerdo a los tratados victorianos, constituye el fundamento de su autoridad moral. El rol de la mujer está dentro del hogar. "El valor moral de la nación se halla en vuestras manos", declama la ley escrita por los hombres. Así y todo, Inglaterra fue tal vez el país que mejor toleró desde el comienzo a sus escritoras. Pero se necesitaba mucho valor para romper las normas establecidas. Fuera del diálogo epistolar, la historia siguió siendo contada por los hombres.> Pero el ingenio femenino está al acecho y ellas tienen mucho para decir. George Eliot es el seudónimo que decide usar Mary Ann Evans (1819-1880) para poder publicar sus obras. A los 37 años, escribió su primera novela a la que siguieron muchas, que tuvieron gran éxito y la acreditaron como una de las grandes figuras de la literatura inglesa. Su vida transcurrió en la pequeña ciudad inglesa de Griff, sometida a un amor clandestino junto a un hombre casado. La sociedad de entonces no se lo perdonó. Sin embargo el tiempo la consagró como una de las grandes novelistas del s. XIX.> El caso de las hermanas Bront� es otro ejemplo de lo que comentamos. El reverendo Patrick Bront� era rector en una desolada región de Cork, en Inglaterra. Tuvo cuatro hijos, Charlotte (1816-55), Patrick (1817-48), Emily (1818-48) y Anne (1820-49). Huérfanos de madre desde 1821 y criados bajo el rigor casi asfixiante del padre, tuvieron una fértil imaginación para evadirse de las duras condiciones de su infancia y adolescencia. Todos escribieron, pero las niñas tuvieron que recurrir a seudónimos masculinos al comenzar: Currer, Elis y Acton Bell. Nadie sabía, ni sus editores, que los autores eran tres tímidas solteronas provincianas de 27, 28 y 30 años. Pero "Cumbres Borrascosas", "Jane Eyre", "Agnes Grey", "Shirley", "Villet", fueron -con altibajos de calidad- representativas de todo un período de la novela gótica, y sirvieron para aliviar la soledad de estas tres hermanas que supieron expresar magníficamente los sueños del alma femenina prisionera de las convenciones sociales.>
Mentes brillantes, identidad oculta
Es indudable que leer y escribir fueron elementos indispensables para la incorporación de la mujer en el mundo moderno, pero de ahí a poder publicar libremente había una diferencia muy grande. El temor al rumor malicioso, a las miradas acusadoras, al escándalo fue tal vez el motivo por el cual estas mujeres inquietas, cultas, inteligentes, decidieron recurrir a nombres masculinos para ocultar sus trabajos. Aurora Dupin (1804-1876) es uno de los ejemplos ilustrativos de la novela romántica. Vivió intensamente, rompió reglas, conoció las profundidades del amor y el dolor. Todo su mundo interior se reflejó en sus obras literarias. Pero el mundo la conoció bajo un seudónimo masculino: George Sand.> Lou Andreas-Salomé (1861-1937) es considerada una de las intelectuales más brillantes del s. XIX. Autora de diez novelas, más de cincuenta ensayos, crítica literaria y una de las primeras mujeres en practicar el sicoanálisis, recurrió también a un seudónimo para la publicación de su primer trabajo. "En la lucha por Dios" se edita en 1885 bajo el nombre de Henri Lou. Hermosa e inteligente fue una de las tantas mujeres que llegó al matrimonio como una posibilidad para manejarse con mayor libertad.>
Mujeres de América
Graciela Batticuore, en su trabajo "La mujer romántica" realiza un pormenorizado estudio sobre la condición de la mujer americana del s. XIX. Allí podemos apreciar los temores que el sexo femenino tenía en demostrar, en público, cualquier tipo de preparación. Una dama chilena, en una carta de 1846, que respondía a una invitación del escritor argentino Juan Ma. Gutiérrez para participar en un certamen, mencionaba que "desde muy pequeña mis padres me hicieron entender que cualquiera que fuese la instrucción que yo llegase a adquirir por medio de la lectura, era necesario saber callar...". Como vemos, la mujer estaba presa en la timidez, el recato, la vergüenza al comentario. La escritura -y más el publicar- eran una actividad exclusivamente masculina.> Eduarda Mansilla (1838-1892) fue una auténtica dama porteña. Le tocó actuar en una sociedad que comenzaba a definir su perfil. Hermosa, educada, distinguida, sus viajes por Europa despertaron en ella el deseo de expresar a través de la literatura su rico mundo interior y tomó el nombre de su hijo Daniel para firmar su primera novela "El médico de San Luis" a la que siguió "Lucía Miranda". En 1869, editó en París "Pablo o la vie dans les pampas", en forma de folletín y varios artículos de moda y costumbre bajo el seudónimo de Alvar.> Y como homenaje final, las palabras de una de las mujeres que más luchó para ganarse un lugar en el mundo. Tal vez no tuvo ni un rostro ni una figura hermosa, pero su corazón desbordaba la sabiduría necesaria para marcar rumbos de vida; "Quiero y he de probar que la inteligencia de la mujer, lejos de ser un absurdo o un defecto, un crimen o un desatino, es su mejor adorno, es la verdadera fuente de su virtud y de la felicidad doméstica, porque Dios no es contradictorio en sus obras y cuando formó el alma humana no le dio sexo. La hizo igual en su esencia y la adornó de facultades idénticas. Si la aplicación de unas y de otras facultades difiere, eso no abona para que la mujer sea condenada al embrutecimiento, en cuanto que el hombre es dueño de ilustrar y engrandecer su inteligencia". Juana Manso, Álbum de Señoritas, 1° de enero de 1854.>
(1). Historia de Mujeres. Tomo 3. Taurus Ediciones. 1992
(2). Obra citada
En España también
Vocación por las letras
Cecilia B�hl de Faber (1796-1877), con sangre irlandesa en sus venas, educada en Inglaterra y Francia, era españolísima y andaluza de pura cepa. Bonita, joven y con una formación no muy común para las mujeres de su época, puede ser considerada como la iniciadora de la novela realista en España. Su larga vida la dedicó a estudiar el folclore de Andalucía y a recopilar la riqueza de sus decires y costumbres. Su relación con Juan Eugenio Hartzenbusch fue definitoria, ya que él la animó a publicar su primera novela en forma de folletín. Así vio la luz "La gaviota" en 1849 que, por supuesto, firmó con el seudónimo Fernán Caballero, que no abandonó nunca. En todas sus obras palpita la visión femenina del detalle, además de retratar a la gente sencilla del pueblo con la que conversaba horas enteras compartiendo sus humildes vivencias. En esa época, muchas voces fueron silenciadas y otras se atrevieron a publicar sólo utilizando el gambito que nos ocupa. Tal el caso de Víctor Catalá. En realidad se llamaba Caterina Albert i Paradís (1869-1966), catalana, proveniente de una acomodada familia. Su vida se transformó totalmente a los 20 años, al morir su padre. A pesar de vivir en una pequeña aldea de pescadores había recibido una completa educación. Tuvo profesores de pintura y escultura, además del acceso a una completa biblioteca. Comenzó a escribir desde muy joven pero al participar en unos Juegos Florales y conocerse que era una mujer la que participaba, el escándalo y las habladurías fueron de proporciones. Así es que adoptó el nombre del protagonista de una novela que nunca concluyó. El teatro fue una de sus grandes pasiones, aunque también abordó el género poético.>
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