"Rápido, a rajatabla"
Por María Azucena Catania

Luego de concluida la Segunda Guerra Mundial, una guerra que costó a la humanidad más de 40 millones de seres humanos, en el año 1949 nació la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, dentro de la cual se enmarcan los Derechos de los Niños. Y el 20 de noviembre de 1989 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprueba la Convención de los Derechos de los Niños. Carol Bellamy, quien fuera directora Ejecutiva de la Unicef, dijo entonces: "Día a día comprobamos que es un acuerdo que da resultados y su utilidad se comprueba cuando un país tras otro, la incluye dentro de sus políticas de Estado y en la ley".

No lo ponemos en duda. Mucho se ha hecho desde entonces a favor de los niños, sin embargo esos derechos aún siguen sin aplicarse a millones de niños y niñas de nuestro planeta. Cuando creemos estar acabando con algunos de los flagelos que los aflige (abandono, guerras, explotación, maltratos), surgen nuevas formas cada vez más sofisticadas de exterminio infantil.>

Una carta abierta publicada en el periódico "Daily Telegraph" el 12 de setiembre del año pasado en Londres, Inglaterra, firmada por un grupo numeroso de especialistas y personalidades de la cultura, expresa entre otras cosas: "Estamos muy preocupados por el incremento de la depresión infantil y los problemas de comportamiento de los niños. Debido a que el cerebro de los niños sigue desarrollándose, ellos no pueden ajustarse como lo hacen los adultos, ante el rápido avance tecnológico y cultural de los últimos tiempos. Los niños necesitan tiempo para crecer y, por el contrario, en una sociedad híper-competitiva, ellos se ven forzados a desarrollarse de forma acelerada, con el consecuente problema de depresiones y otros trastornos mentales. El desarrollo de los niños está siendo afectado drásticamente por el tipo de mundo en que se crían. Creemos que es un problema grave. Hay que concientizar al gobierno y a los padres sobre las consecuencias negativas de estos procesos. La infancia no es una carrera sino un período de desarrollo y crecimiento".>

Nuestra responsabilidad

Nadie pone en duda que la infancia es el período más precario, más frágil de la existencia del ser humano. Éste nace con todas las potencialidades del universo, con toda la libertad por delante, sin embargo su niñez es en primer lugar lo que los adultos hacemos con ella. Nuestra responsabilidad significa primeramente la responsabilidad por su alimentación, su abrigo y su salud, pero además por su educación, su cultura y su aprendizaje, es decir por el proceso de apropiación del mundo y de sí mismo por cada niño y niña. Lograr esta apropiación no es tarea fácil, ni se logra de un día para otro. Necesita tiempo para crecer y desarrollarse pasando por cada una de las etapas naturales de su evolución, sin embargo nosotros, los "grandes", por desconocimiento sumado a un exacerbado adulto-centrismo, acortamos, reducimos, limitamos ese tiempo que por derecho natural les fue dado.

"A rajatabla, a los apurones, como sea pero rápido, cuanto antes, pronto, de una vez, la cuestión es hacerse grande antes de tiempo", pareciera ser el lema que impulsa nuestra relación con la niñez en una carrera alocada sin rumbo exacto como si el mundo adulto que les ofrecemos fuera el Paraíso recuperado. Como si tuviéramos el poder de interrumpir un proceso natural con sólo decir: "Hasta aquí"; "Aquí termina"; "Ya sos grande"; "Es hora de ponerse las pilas y apurarse, correr, estresarse, consumir, defenderse como sea, empujar a los que se interpongan en el camino, gritar, aullar, violentarse, acabar con los diferentes, perder conciencia social en aras del individualismo".>

Me hago eco de las palabras de Silvia Schujer, argentina de amplia trayectoria dentro del campo de la literatura infantil, cuando dice: "Me pregunto por qué siempre intentan traer a los chicos al mundo de los grandes, y no sumergirse en el de ellos que es mucho más rico".>

¿Utopía? Quizás, pero por los niños vale la pena intentarlo.>