Crónica política
Alcances y límites de una candidatura

Rogelio Alaniz

Hay muchas posibilidades de que Cristina Kirchner sea la nueva presidenta de los argentinos. Así lo indican las encuestas, así lo sugiere el actual escenario político y así lo parece consentir una oposición fracturada y sin un liderazgo con capacidad para competir. Si este pronóstico se cumpliera, no sé si sería lo mejor o lo peor que nos pudiese pasar. Lo que sí sé, es que el primer deber del realismo político es asumir la dureza de los hechos y después preguntarse qué hacer.

El oficialismo afirma que con Cristina se inicia el verdadero cambio, que con ella en el poder se van a resolver algunas asignaturas pendientes que su marido no pudo encarar porque la crisis que debió afrontar, al momento de asumir el poder, se lo impidió. Jugando con las palabras, y con una consigna cara a los años setenta, podría decirse que Kirchner llegó al gobierno pero Cristina ahora asumirá el poder.>

En homenaje a la historia, y a título de cordial advertencia, habría que recordarle a los nostálgicos de los años setenta que inventaron la consigna "Cámpora al gobierno, Perón al poder", que en la vida real el mejor momento para la juventud peronista no fue cuando llegó Perón al poder sino cuando gobernó Cámpora.>

Según las predicciones de la Juventud Peronista, Cámpora sería apenas la antesala del verdadero gobierno popular. Hoy se sabe que con Perón no vino lo mejor sino lo peor. Basta para ello recordar que con Perón llegaron, con toda la furia, los burócratas sindicales, Lastiri, Isabel, López Rega y la invención familiar más elaborada, las Tres A.>

Continuando con el juego de las consignas, ¿no es lícito entonces suponer o sospechar que con Cristina nos espera lo peor y no lo mejor? ¿Es tan descabellado imaginar que Cristina puede ser la antesala del derrumbe y no de la consolidación? Lo que planteo son especulaciones, ejercicios que asumo porque en definitiva la tarea de un periodista es ayudar a pensar. Porque, después de todo, no fui yo el que inventó la consigna "Cámpora al gobierno, Perón al poder" con los resultados conocidos, como tampoco he sido yo el que sostuvo que Cristina es el cambio o, en jerga futbolera, que Kirchner es el primer tiempo y Cristina el segundo.>

Con todo, estaría dispuesto a aceptar esta lectura si previamente el oficialismo respondiera a los siguientes interrogantes (sigo hablando en términos de ficción porque en la vida real se sabe que el oficialismo no habla con los periodistas): ¿Por qué creer en una mejor calidad institucional cuando el acto mismo de proclamar como candidata a la esposa del presidente está reñido con las prácticas republicanas? ¿Por qué suponer que las instituciones van a ser más democráticas cuando la mismísima señora del presidente fue la que alentó, desde el Senado, los decretos de necesidad y urgencia, contradiciendo incluso su propio proyecto de ley presentado -claro está- cuando era opositora?>

De todos modos se equivoca la oposición cuando supone que el gobierno nacional está de rodillas o perdió el apoyo popular. Este gobierno no es débil y no hay razones para creer que en el futuro inmediato se vaya a debilitar. Un amplio sector de la población está dispuesto a acompañarlo más allá de lo que digamos los periodistas y más allá de las fantasías que elaboren algunos opositores sobre su inminente derrumbe.>

Salvo en situaciones trágicas, los pueblos no se suicidan, no dan saltos al vacío. Este gobierno tendrá defectos, pero a los ojos de la sociedad se presenta como la única alternativa viable de gobernabilidad. Las condiciones objetivas favorecen este posicionamiento, pero también hay que reconocer que el gobierno ha sabido presentarse ante la población como el garante del orden en el sentido más amplio de la palabra.>

Dicho en términos más teóricos: este gobierno hoy es el único capaz de dar una respuesta más o menos previsible a los tres grandes dilemas de la gobernabilidad en la Argentina: qué hacer con los grupos económicos, qué hacer con los caudillos provinciales y qué hacer con los caciques sindicales. La respuesta elaborada puede que no sea la mejor, pero seguramente es la menos mala, o por lo menos la sociedad así lo cree.>

Sin tristeza, pero tampoco sin alegría, admito que un amplio sector de la población cree que Cristina garantiza la gobernabilidad mucho más que López Murphy, Carrió o Lavagna. Insisto: no se trata sólo de condiciones personales, sino de estructuras de poder y relaciones de fuerza. No es necesario que reitere una vez más que yo no soy oficialista ni lo quiero ser, pero a nadie le importa mis preferencias y, a decir verdad, a la hora del análisis, a mí tampoco me importan.>

Que el oficialismo a través de su candidata tenga posibilidades de ganar, no significa callarse la boca. En una democracia en serio la oposición no puede ni debe renunciar a ser tal. Cualquier gobierno debe ser controlado, pero además, para que el control sea efectivo y no mera obstrucción, hay que presentar hacia el futuro una alternativa confiable. Así funciona la democracia en los países civilizados, así debería funcionar en la Argentina.>

La aceptación de que Cristina es hoy la que dispone de más posibilidades de ganar las elecciones no es un juicio resignado. La primera exigencia de la política es el realismo, entendido no sólo como aceptación sino también como posibilidad. La segunda condición, es hacerse cargo de que la realidad cambia y que la clave de toda buena política consiste en acompañar ese cambio hasta identificarse con él. En definitiva, en política gana el que mejor entiende su tiempo histórico y el que cuenta con la paciencia necesaria para esperar, como le gustaba decir a Saavedra, que las brevas estén maduras.>

Cristina Kirchner es una mujer cuya mayor fortaleza, además de su sociedad conyugal, es la vocación de poder. Diría que es más culta que su marido, pero su cultura no es más consistente que el maquillaje al que recurre diariamente para afrontar el inevitable paso de los años. A ojos de buen cubero, impresiona como una mujer que sabe mandar pero que carece de la flexibilidad indispensable para lidiar en política.>

Digamos que, para gobernar en democracia, la autoridad es necesaria, pero la autoridad combina la capacidad de mando con la capacidad de persuasión, la intransigencia con la tolerancia, la severidad con la dulzura, el rigor con el encanto. Me puedo equivocar, pero hasta la fecha las dotes políticas visibles de Cristina están más cercanas a la rigidez que a la flexibilidad. Las palabras de sus discursos pueden ser democráticas, pero sus gestos, su manera de mirar, su asombrosa incapacidad para sonreír, revelan una personalidad autoritaria.>

Un oficialista dirá que estoy prejuzgando. Puede que sí, puede que no; pero a ese oficialista le diría que la crítica a la personalidad autoritaria de Cristina no la hago porque tema que se vaya a transformar en una déspota, la hago porque, aunque no lo crea, defiendo la estabilidad del sistema. No deseo el fracaso del actual esquema de poder y, en esas condiciones, la personalidad autoritaria de Cristina no es un signo de fortaleza sino de debilidad. O, para decirlo de manera más descarnada: esa rigidez no constituiría la antesala del cambio, como dicen las consignas oficiales, sino la del fracaso.>