Región: REG-02
Editorial
Cada uno en su trinchera

Cuando comenzó la Primera Guerra Mundial en 1914, los países beligerantes apostaban a un rápido desenlace del conflicto. Luego de las primeras escaramuzas, sin embargo, un enorme número de tropas se fue acantonando en trincheras, haciendo del conflicto una lucha estancada en un frente fijo. Durante cuatro años, los ejércitos aliados de ambos frentes libraron una guerra estática, en donde miles de vidas se sacrificaron para avanzar unos cientos de metros.

Entretanto, la ingeniería militar fue desarrollando todo tipo de artes destructivas hasta entonces inéditas, en donde la artillería pesada, la ametralladora, el tanque y el gas mostaza fueron sembrando esas trincheras con cadáveres que se contaron por millones.

Luego de terminada la contienda, la historia calificaría al aciago enfrentamiento como "La Gran Guerra", por haber sido la mayor y más destructiva hasta entonces conocida. Dos décadas después, el ataque de la Alemania nazi a Polonia obligaría a rebautizarla como la Primera Guerra Mundial, para diferenciarla de su secuela, aún más destructiva.

El conflicto del campo y el gobierno muestra una lucha en donde las partes parecen haberse atrincherado y, lejos de avanzar en una solución común, se las ingenian para desarrollar estrategias y sumar aliados que ayuden a inclinar la balanza a su favor.

El último discurso presidencial reforzó la idea de una táctica oficial que "fogonea" el conflicto para adjudicarse nuevamente artífices de una posible solución a un estado de crisis permanente, que el mismo Estado se encarga de instalar. Claro que en el medio está quedando presa de la situación la totalidad de la economía nacional. Si bien el conflicto surgió desde el interior, al no tener una solución, fue devorando a todo un país.

A esta altura de las circunstancias, semejante actitud ya es, por lo menos, una irresponsabilidad de proporciones históricas que corrobora la falta de compromiso de esta administración con gran parte del electorado que la votó. En el discurso de la dupla presidencial subyace la idea de una persecución constante por parte de los históricos enemigos internos. La realidad hoy muestra al sector más ágil y con mayor crecimiento de la última década que, lejos del prejuicio presidencial, se ha transformado en un socio indispensable para cualquier proyecto nacional.

Luego de tres meses, anunciar la adjudicación de los destinos de los fondos recaudados a obras de acción social que sugestivamente incluyen caminos rurales, suma otro argumento al descrédito de los ruralistas, los que nunca fueron recibidos pese a haber levantado la medida.

Es lamentable que el conflicto continúe, agravando las condiciones de precariedad cotidiana que ahora incluye el desabastecimiento de combustible, con las graves consecuencias que esto implica.

El sector público y el privado, lejos de ser beligerantes, son socios en todos los países del mundo, y tratan de armonizar sus intereses en beneficio del bien común. La opinión pública está harta, los transportistas están indignados, el campo está exhausto y el gobierno más debilitado que nunca. En noventa días, el frente no se ha movido ni un metro y el país se encuentra al borde de otra crisis grave. ¿Valió la pena?