Opinión: OPIN-01
Editorial
Chávez, las Farc y un inesperado cambio de discurso

El presidente Hugo Chávez ha demostrado que si bien es un discutible estadista, puede llegar a ser un político astuto, capaz de acomodarse a las nuevas circunstancias sin preocuparse demasiado por la coherencia de sus actos. Estas virtudes las acaba de demostrar en recientes declaraciones que cuestionan a la guerrilla como método y les sugieren a las Farc el abandono de las armas.

Es probable que las revelaciones en la computadora del guerrillero Raúl Reyes hayan condicionado este cambio brusco de sus opiniones. Tal como lo probó el presidente de Colombia, Álvaro Uribe, el gobierno de Venezuela apoyó a la guerrilla con dinero, armas y asesoramiento técnico. Sus manifestaciones públicas pidiendo al mundo que se considerara a las Farc como fuerzas beligerantes y reclamando al gobierno de Colombia que también les reconociera ese status, fueron reiteradas e insistentes.

La evidente derrota militar de las Farc, las sucesivas deserciones de los combatientes, la caída periódica de sus jefes y comandantes, han modificado radicalmente las opiniones de Chávez. Ahora, se lo escucha exigir un adiós a las armas y abogar por la liberación de los rehenes sin condiciones. Ahora, descubre que la guerrilla es una táctica equivocada o un nefasto anacronismo.

Está claro que no sólo un escenario internacional desfavorable explica este cambio de conducta. En el orden interno, el presidente venezolano pudo apreciar las resistencias que provocaban sus actos. En primer lugar, las propias Fuerzas Armadas de Venezuela manifestaron en diferentes tonos sus disidencias con una estrategia que ningún militar profesional, ningún oficial de carrera puede admitir. Dirigentes políticos chavistas también se expresaron en la misma dirección. Y lo mismo puede decirse de importantes franjas de la opinión pública venezolana que nunca vieron con buenos ojos estas aventuras irresponsables del presidente y su creciente beligerancia contra el gobierno de Colombia.

Más allá de las decisiones personales de Chávez, está claro que son los rigores de la realidad los que le imponen límites a sus ambiciones cesaristas. En América Latina, es muy difícil, por no decir imposible, la experiencia de una dictadura totalitaria como la que programó Fidel Castro en Cuba en los años sesenta. Las ambiciones de constituirse en el heredero de Castro o transformarse en un dictador con la suma del poder público aprovechando los beneficios de la renta petrolera, encuentran el obstáculo de una coyuntura histórica que no se pliega fácilmente a estas ambiciones.

Para su desgracia, Chávez debe someterse al veredicto de la opinión pública. Sus pretensiones de eliminar a la oposición no pudieron concretarse. Condicionada, limitada jurídicamente, esta oposición política existe y se hace oír. El año pasado le ganó las elecciones y en cualquier momento puede ampliar ese resultado. El temor a una derrota electoral está presente. Ello explica su reciente cambio de conducta con respecto a Colombia. Los populismos autoritarios del siglo XXI no pueden hacer lo que se les dé la gana. Ésa es una de las buenas noticias de los tiempos que corren.