Opinión: OPIN-03
Crónica política
Reina Cristina: de Evita a Lady Macbeth
PorRogelio Alaniz

El gobierno nacional no ha resuelto sus diferencias con el campo. Lo que ha hecho es trasladar el problema a otro lado. La mayoría oficialista se dignará poner en actividad a un Parlamento paralizado por el Ejecutivo. Cien días necesitó el gobierno para hacer lo que la Constitución prescribe en estos casos. Cien días necesitó la presidente para comprender que las instituciones son una garantía para su investidura. Ahora descubrió que el Congreso puede ser importante. Ojalá que pronto descubra que el federalismo también lo es.

Concebir la política en términos de guerra en la Argentina del siglo XXI tiene este doble inconveniente: si se gana la victoria, es a costa del resentimiento de los derrotados, que en el futuro se encargarán de hacerle la vida imposible; si se pierde, es la catástrofe total. Los Kirchner creen que su enemigo es el campo. Se equivocan. Su principal enemigos son ellos mismos. A esta verdad, los Macbeth la aprendieron demasiado tarde.

La sospecha de que las tensiones vividas en estos cien días fueron innecesarias es cada vez más fuerte. Un gobierno con un mínimo de olfato político debería haber arreglado el conflicto a la semana de haberse iniciado los disturbios. La renuncia del ministro Lousteau fue la segunda oportunidad. También la dejaron pasar.

Acorralados por la crisis, con la economía a punto de estallar y la sociedad movilizada en el campo y en las ciudades, decidieron acordarse del Congreso. No hay motivos para suponer que lo hayan hecho por razones republicanas. No fueron las convicciones las que los guiaron, sino el susto.

Todo autoriza a pensar que en el Congreso el proyecto del Ejecutivo será sometido a discusión. Es posible que se introduzcan algunas modificaciones. Los debates llevarán su tiempo. Pueden ser semanas o meses. Por lo pronto, los productores se han guardado una carta en la manga: hasta tanto no haya una respuesta más o menos satisfactoria, nadie venderá. Los gringos se van sentar sobre las bolsas de granos y esperarán los resultados. Aunque el gobierno no lo crea, los gringos están acostumbrados a vivir apretados.

Los legisladores oficialistas intentarán maniobrar, pero el conflicto los ha expuesto demasiado y todos saben que dentro de un año hay elecciones. A los diputados y senadores oficialistas la cancha se les ha achicado. Un error, una demora innecesaria, un discurso imprudente de una presidente que está convencida de que tiene que hablar todos los días, y la crisis regresará con toda su fuerza.

Defiendo al Parlamento como institución. No hay democracia en serio sin un Parlamento que funcione. Un Parlamento funciona cuando delibera y sanciona leyes, cuando es una caja de resonancia de los grandes problemas nacionales. No hay razones para creer que los Kirchner compartan este criterio. Atendiendo a sus discursos, sus conductas y sus antecedentes, para la pareja gobernante el Parlamento es una excusa, un lugar al que se recurre para trabar y ganar tiempo, no para deliberar y sancionar leyes.

Muchos observadores, incluso simpatizantes del oficialismo, se preguntan por qué este gobierno se equivoca tanto. Yo diría que el gobierno no se equivoca, el gobierno hace lo que sabe hacer. Lo que sucede es que lo que sabe hacer provoca, en un contexto de crisis, estas consecuencias. Lo que en el 2003 fue válido en el 2008 dejó de serlo. Esa combinación virtuosa de caudillismo populista con montonerismo cultural pudo haber servido en el 2003, pero en el 2008 hace agua por los cuatro costados.

El tiempo evaluará la gravedad de su derrota. Por ahora, me limito a señalar una que para la mitología peronista es una catástrofe. El hecho ocurrió el 25 de Mayo: 250.000 personas en la Plaza de la Bandera contra cincuenta mil en Salta. Para el movimiento nacional que dice representar a las grandes mayorías populares en la calle y que vive de sus mitos, ésta fue la peor noticia de su historia. Los Kirchner lo hicieron.

Las ideologías, como recursos justificatorios de la conducta, suelen ser útiles en cierto momento, pero, cuando se agotan, se revelan como patéticas. Entonces se cumple aquello que algún asesor le dictó a la presidente en el oído para que diga en uno de sus habituales discursos : "La historia se repite como tragedia o como farsa". "Farsa", no "comedia", señora presidente. Escuchó mal o le hicieron leer una mala traducción.

La sentencia corresponde a Carlos Marx, es la más trillada de un libro muy bien escrito y muy bien pensado. Un libro que desnuda al bonapartismo y pone en evidencia la perversidad del populismo y la amoralidad de un personaje al que las masas votaron creyendo que reunía los atributos del tío. También en ese libro Marx dice que "ni a la nación ni a la mujer se le perdona el momento en que cedió a los encantos de un aventurero". Como se dice en estos casos: cualquier coincidencia con la realidad es pura semejanza.

Una de las consecuencias de esta crisis ha sido la pérdida de credibilidad de la pareja gobernante. Hay que decirlo sin eufemismos, porque todos los que lo tienen que saber lo saben: la presidente y su marido mienten. Si lo hacen deliberadamente, es grave. Si lo hacen sin darse cuenta, es más grave todavía. Los Kirchner mienten cuando hablan de los derechos humanos de los que nunca se acordaron cuando había que acordarse; mienten cuando hablan de la pobreza y viven como millonarios rodeados de millonarios que nunca podrán justificar el origen de sus fortunas; mienten cuando dicen defender a los pobres y sólo se acuerdan de ellos para arrearlos como vacas a cambio de un pedazo de comida y unos miserables pesos; mienten cuando dicen que sin las retenciones el pan se va a ir a quince pesos y la carne, a sesenta; mienten cuando critican a Martínez de Hoz mientras el andamiaje legal del decreto 125 se sostiene por una norma establecida por Martínez de Hoz; mienten cuando hablan de distribuir la riqueza y concentran el poder.

Y creo que mienten cuando salen al balcón y dicen que se aman, cuando, en realidad, lo que aman es otra cosa. Un psicoanalista se los explicaría mejor. O la lectura de Macbeth les enseñaría algo al respecto. Amantes o no, es un problema de ellos. El pueblo argentino no tiene por qué ser testigo de esas intimidades a las que nos tienen acostumbrados los gobiernos peronistas.

A la hora de evaluar los cien días de crisis, me parece importante destacar algunas cuestiones. La crisis fue económica, social y política. Sus consecuencias afectaron a la sociedad y al Estado. Se inició como un rechazo a los tributos excesivos, pero rápidamente puso en evidencia dos temas: la ausencia por parte del gobierno de una política para el campo y un modelo de acumulación de poder concentrado y discrecional.

El futuro dirá hasta dónde lo ocurrido afectó la estabilidad del gobierno. Puede que la presidente logre que el Congreso opere como una máquina de impedir. Lo que le será muy difícil, por no decir imposible, es recuperar la imagen pública. No lo digo con satisfacción ni con encono, pero desde los tiempos de Isabel, o desde los tiempos de De la Rúa, que no percibo un rechazo social tan alto y tan agresivo hacia un presidente. Cristina, cuando habla en la plaza, se esfuerza por imitar a Evita. Es evidente y es patético. Pero a mí no me recuerda a Evita, sino a Lady Macbeth. Ni a ella ni al marido les deseo ese final.