Opinión: OPIN-04 El humo volvió a los bares

Como todo en este país, apenas se aflojan los controles, otra vez volvemos a las viejas prácticas, a la "avivada" tan argentina como el dulce de leche. Es así, somos hijos del rigor.

El viernes por la noche, en un restaurante de la Recoleta -por bulevar- primaban los fumadores. Digamos que los que no tenían un cigarrillo en la mano, eran los menos. Al preguntarle a la moza qué pasaba con la aplicación de la Ley Antitabaco dijo simplemente que "el dueño permite fumar" y si algún cliente se queja, se le pide al fumador que apague el cigarrillo. Claro que si la voluntad no está, el que se termina yendo del lugar o cambiando de mesa es el que no fuma. No importa si una ley protege su derecho a respirar aire 100% libre de humo de tabaco.

Cuando se reglamentó la Ley Antitabaco Nº 12.432 en la provincia se ponía el acento en la necesidad de denunciar ante un Juzgado de Faltas a los infractores. Era así, iba a haber sanciones dinerarias -por lo menos- para el propietario del local donde no se aplicara la norma que prohíbe fumar en lugares cerrados.

Bueno es refrescar la memoria. La iniciativa se aprobó en julio de 2005 y entró en vigencia en 2006. Estipula que los dueños de restaurantes, bares o cualquier comercio tienen que colgar letreros visibles con la inscripción "prohibido fumar" y además, deben quitar los ceniceros de la vista del público. Si una persona prende el cigarrillo, se lo debe invitar a apagarlo o a salir a la vereda o al patio.

El objetivo de esta ley es (o era) promocionar la toma de conciencia por parte de los ciudadanos, ya que solos no lo han logrado. Combatir el hábito de fumar y defender al fumador pasivo, educar para que la gente sepa de las enfermedades que se originan a causa de este hábito.

A un año y medio de la entrada en vigencia de la normativa, vale preguntarse qué pasa con los controles. ¿En manos de quién están? ¿Hay inspectores que recorran los locales de concentración de público para detectar si se está cumpliendo? ¿Se aplican las multas? ¿O habrá que resignarse -otra vez- a que esa vieja práctica volvió para quedarse?