Mesa de café

La ciudad y los cambios

Erdosain

Marcial comenta que estuvo paseando por la zona del puerto y que realmente está sorprendido por los cambios.

—Fui al shopping el sábado a la tarde con mi señora; recorrimos los locales, nos vimos una buena película y después cenamos en la terraza con vista al río. En algún momento me parecía estar en Puerto Madero y mi mujer, que es algo exagerada, decía que la última vez que habíamos cenado a orillas de un río fue en Venecia.

—A mí la moda shopping no me termina de convencer -dice José-. Mucho ruido, mucha cultura gringa, mucha tilinguería. Prefiero un bar como éste, o ir de compras a una de las tiendas de antes.

—El otro día -agrega Abel-, un amigo me decía que en Europa los vecinos extrañan los tiempos en que se salía a caminar por la calle principal de la ciudad, a mirar casas de ropas o a disfrutar tomando un café en una de las mesas de los grandes bares de la época.

—Yo lo siento por tus amigos y por toda la moda nostálgica -digo- pero los shoppings no sólo han venido para quedarse, sino que, además, está bien que así sea, y nada se gana con llorar sobre la leche derramada.

—Vos no me vas a negar que estamos mucho más cómodos en un bar como éste, conversando, tomando un café tranquilos, que en esos loqueros -dice José.

—Que yo prefiera tomar un café en el bar de la esquina -le contesto- no quiere decir que los shoppings no existan y que cumplan funciones sociales y culturales importantes. Una ciudad que se precie de tal debe ofrecer oportunidades diversas a sus habitantes. A los viejos como nosotros les gustará el café de los tiempos de Discépolo, pero a los pibes y a la gente joven les gusta otra cosa y es justo que así sea.

—A mí me resulta agradable el shopping -insiste Marcial- y, además, me gusta que Santa Fe esté en sintonía con lo que pasa en otras ciudades de la Argentina y del mundo. No me gusta sentarme arriba de una cabeza de vaca para probar que uno es tradicionalista; como buen conservador, me importa defender otras tradiciones, las buenas, no las tontas.

—Admitan -digo- que es extraordinario que ahora vayamos al cine, paseemos o estemos cenando en una parte de la ciudad que hasta hace un año era un baldío abandonado y, en más de un caso, un yuyal.

—Eso es cierto -admite Abel-. Yo me acordaba de algunos amigos que ahora no están y que se fueron al otro mundo sin saber que muy cerca del centro de la ciudad había lugares que se podían disfrutar.

—No es necesario ponerse sentimental -dice Marcial con su inefable sonrisa burlona.

—Casas más, casas menos, la ciudad está cambiando -dice Abel-. El otro día me visitó un amigo que hace años se fue de la ciudad y realmente estaba asombrado por los cambios: más avenidas, más espacios verdes, más luz...

—También más pobreza, más marginalidad, más mendigos -agrega José.

—Otra vez el aguafiestas -corta Marcial-. No podemos estar disfrutando de un buen momento que ya tiene que aparecer la culpa.

—Los pobres son una realidad aunque no te guste -refuta José.

—Son una realidad, pero yo no soy el culpable -dice Marcial- y no puedo pasarme la vida llorando por la miseria que existe en el mundo.

—No comparto -dice José.