Sara Rus, acreedora al Premio Azucena Villaflor

Del horror de Auschwitz a Madre de Plaza de Mayo

1.jpg

El premio le fue otorgado en mérito a la defensa de los derechos humanos.

Foto: TÉLAM

La distinguida es sobreviviente del campo de concentración y tiene un hijo desaparecido.

Por Guillermo Lipis

Télam

Sara Rus tiene una historia tan cruda como inusual porque sobrelleva dos grandes tragedias: es sobreviviente del campo de concentración de Auschwitz y se convirtió en Madre de Plaza de Mayo por la desaparición de su hijo Daniel, secuestrado en la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA).

El de Sara es uno de los pocos casos en el mundo que padeció estos dos tipos de terrorismo de Estado, tan semejantes en algunas de sus formas.

“Los militares argentinos reprodujeron el modelo de los nazis”, dice esta mujer guapa y coqueta de 81 años.

“Los militares argentinos fueron muy buenos alumnos, aprendieron cómo matar y usar las esvásticas en los centros de tortura”, agrega.

En su historia se cruza constantemente, desde los 12 años, el drama y el deseo de vivir.

En el hall de entrada de su flamante departamento tiene pintado lo que ella llama el “árbol de la vida”.

¿Y qué flores tiene este árbol? es la pregunta: “Tulipanes, es la flor que más me gusta y que mejor dibujaba de chiquita”.

Sara conoció los tulipanes en Lodz, su ciudad natal, y dice que la siguen sorprendiendo por su sencillez y belleza.

Una flor que lleva muy adentro suyo y que desde sus 12 años ya no pudo volver a dibujar ni ver por mucho tiempo: “Cuando los alemanes entraron a Lodz, en 1939, nos encerraron en el gueto, nos obligaron a usar la Estrella de David amarilla y muchas cosas se terminaron en nuestras vidas”, asegura.

QUISO VIVIR

La primera pérdida de un ser querido resultó casi inmediata. Fue su abuelo materno, que había pasado la Primera Guerra Mundial y solía decir que no quería sobrevivir a otra contienda. “Mi abuelo se murió, pero yo tenía ganas de sobrevivir”, reflexiona.

Y Sara se lo propuso de verdad asumiendo, incluso, roles inusuales para una niña de tan corta edad.

“Curiosamente, cuando nos encerraron en el gueto, mi mamá quedó embarazada dos veces”, recuerda. “Mi primer hermano murió por desnutrición y al segundo lo mataron los nazis”.

“Auschwitz-Birkenau lo pasé como hija, y sin embargo nada me dolió más que la desaparición de mi hijo Daniel. Ahí entendí el dolor de una madre”, agrega acongojada, articulando dos historias que la atraviesan.

_¿Cómo se sobrevive dos veces?

-Sara sólo alza sus hombros, que se elevan junto a una tenue sonrisa: “Tuve ganas y quería sobrevivir”, repite sabiendo que el azar debe de haber estado de su lado ante la aparente irracionalidad del nazismo.

Pero su deseo solo no alcanzaba. La clave tal vez pueda encontrarse en el sobrenombre que le puso quien luego de la guerra sería su esposo, “mi único amor”, define Sara.

A Bernardo Rus, de él se trata, le gustaba llamarla Sarenka que en polaco quiere decir “Bambi”. Sara saltaba como los bambis, firme y decidida, de un lado a otro, a veces para jugar, y a veces para jugarse por los otros.

Lo hizo por su primer hermano, para conseguirle leche en el gueto; lo hizo por su madre en Auschwitz, cuando la desviaron a la fila de la muerte y a los gritos, en alemán, exigió que quería ir con ella y así le salvó la vida.

CALVARIO

También lo repitió una tarde de jueves en la ronda de las Madres de Plaza de Mayo cuando, aún en dictadura, la rodearon policías para intimidarla y se pasó del otro lado del cordón para salir corriendo a denunciar la situación ante la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH).

“No sé de dónde saqué ese valor para pedir por la vida de mi madre o para pasar entre los policías”, reflexiona.

Y también lo hace a diario desde la desaparición de Daniel, un 15 de julio de 1977. Así es que se vinculó a otras madres que recorrían pasillos inútilmente para intentar recuperar a sus hijos.

“Un compañero de Daniel había desaparecido una semana antes, recuerda Sara, y le pedimos que saliera del país, pero se negó porque estaba terminando su tesis”.

“Ahí empezó nuestro calvario”, agrega y revive las infructuosas recorridas por comisarías y hospitales. Tres días después del secuestro, Sarenka recuerda que recibieron “la baja de la beca de Daniel en la CNEA, pero él no aparecía”.

“Vivíamos con mucho miedo, incertidumbre y esperando su regreso”, afirma.

Pero ese temor no paralizó ni a Sarenka ni a su esposo. Ella, de tanto andar, se convirtió en Madre de Plaza de Mayo. El escribía cartas a los militares pidiendo por su hijo hasta que un día su voluntad de vivir dijo basta.

Poco después de la recuperación de la democracia, recuerda Sara que a Bernardo le aparecieron unos dolores en el pecho. “Dijo que ya no tenía nada que hacer aquí si Daniel no aparecía”.

“Por favor cuiden a Sara”, encomendó a sus amigos también sobrevivientes del Holocausto. Pero Sarenka supo cuidarse sola y preservar a su otra hija, Natalia, quien le dio dos nietas que la protegen como su tesoro más preciado.

Por su convicción y coraje, Sara se hizo acreedora al Premio Azucena Villaflor en mérito a la defensa de los derechos humanos y, tal vez, por haber sobrevivido a dos tragedias.

Ese día sus seres queridos estarán junto a ella. Daniel y Bernardo, desde quién sabe dónde, también la acompañarán preservándola en su humanidad infinita.