etcétera. toco y me voy

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¡Felices fiestas!

Nada es como antes: hasta la Tía Pocha te saluda con un mensaje de texto en vez de la consabida tarjeta que llegaba por correo y que era fea pero tangible. Ahora los buenos augurios vienen en otros soportes, soportes o no la novedad. TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI.

Había algo de real y de irreal en esas coloridas tarjetas navideñas y de fin de año que te conectaban con seres queridos con los que no ibas a compartir las fiestas. Real porque venía un sobre con dibujada letra caligráfica, una tarjeta común o “fina” de acuerdo al grado de compromiso afectivo con el destinatario. Real, también, porque esas tarjetas eran tangibles, se mostraban a la familia entera y a los visitantes, se colgaban en el arbolito y se guardaban, incluso, en una caja, junto con las de años anteriores y con las cartas comunes. Algunos incluso las coleccionaban.

E irreales también: previendo los tiempos del correo, uno debía imaginarse una frase ingeniosa, unos saludos falsamente alegres y positivos unos cuantos días y hasta semanas antes del 24 o 31 de diciembre.

Pero ahora, los mailes reemplazan esas tarjetas por saludos en tu computadora y los mensajes de textos lo mismo por los celulares. Se acabaron los gitanos que iban por el monte solos, diría García Lorca.

Llegan todavía unas pocas tarjetas tradicionales por alguna forma de correo (desregulado también: antes el mismo cartero te traía todo, en sobres con estampillones de paisajes o animales, tangibles e igualmente coleccionables; ahora hay decenas de formas de correos oficiales, extraoficiales, privados, públicos, combinados ¡un kilombo!) y por ejemplo aquí en el diario, confeccionamos con ellas un árbol de navidad que ya es tradición. Pero se nota el desplazamiento y el reemplazo liso y llano de una forma de comunicación por otra. No digo que esté bien o mal (¡¿qué?! ¿Me vieron cara de sacerdote o juez a mí?), sino que sólo sucede.

Ambas variantes tecnológicas tienen cosas en común y diferencias. La más notoria es que el mensaje de texto, salvo algún emoticón (ahora que lo emo está “d-emo-da”) o adjunto con movimiento que te atasca para siempre el aparato y no podés comunicarte más hasta el año próximo, tiene limitaciones físicas para expresar una idea. Y su emisor no siempre está claro (sin alusiones comerciales de ninguna especie) porque todavía hay presumidos que creen que el 156-181115, por poner un número cualquiera, es para vos tan conocido y vital que se olvidan los señores o señoras de aclarar quién corno te envía uno de los setecientos mensajes que recibís en esos días (o dos días después, en plena resaca). ¡Pongan una firma abajo, canejo!

En el caso de los e-mail que llegan a tu computadora, tenés muchos estilos, tantos como personalidades de sus emisores. Tenés los masivos: provienen de un comercio o una firma, se los mandan a todo el mundo (ya nacen condenados por esa falta de exclusividad) y son en realidad una cuestión de marketing. No sos un amigo. Sos un cliente. No sos una persona, sos uno -uno más- de la base de datos. Lo siento.

Están los “creativos” -cualquier dios en que creas te libere de ellos- con su doble variante: de diseño o de redacción. Los primeros son “lindos”, tienen colores llamativos aunque quizás poco o nada de contenido (con lo cual son un resumen de esta época donde es más importante parecer estar bien, que estarlo realmente); los segundos contienen frases ingeniosas o apelativas.

Tenés los reflexivos: si los olés enseguida, descartalos en el acto pues al segundo renglón te agarra una depresión inexplicable. Y son largos, y no terminan, y quieren que quieras cosas que no querés. Los manda gente responsable, seria, confiable que el año próximo podría tomar sus licencias en diciembre, así te liberan de sus sesudos comentarios que tus neuronas quemadas por un año de trabajo no pueden procesar.

Tenés los religiosos: respeto a todo el mundo, pero hay ciertos momentos del año -y este puede ser uno- en que no querría que me dijeran qué hacer de mi descarriada vida. Menos que me lo digan por mail. Un abrazo para todos y quedamos así.

Tenés también los chistosos, los ingeniosos, los que esconden golpes bajos, los insoportablemente optimistas o pesimistas, los analistas y los viva la joda. Tenés de todo.

A diferencia de las tarjetas tradicionales, estos mailes (y saco del listado a los de tus verdaderos amigos y a la gente que te quiere bien, y que se arremanga y te escribe unas líneas a vos-vos, no a vos y a todo el undisclosed-recipients; no saben lo mal que le hace a uno a esta altura de la vida y del año ser un undisclosed-recipients...) y los mensajes de texto tienen un único y también virtual destino: la papelera de “reciclaje”, aunque nadie quiere reciclar nada. Y nos vamos yendo, che, hasta el año próximo porque este, novísimo, como se sabe, ya está perdido...