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Sobre Chávez

 

En “El poder y el delirio” (Tusquets), el ensayista mexicano Enrique Krauze ejecuta un pormenorizado retrato biográfico, político y psicológico del presidente venezolano Hugo Chávez. Un retrato nada halagador desde el punto de vista de Krauze, quien marca las diferencias entre las propuestas “socialistas” de Chávez y el socialismo democrático actual de Chile y Brasil, por ejemplo, (o de quien Krauze juzga como “la figura democrática más importante del siglo XX en América Latina”: Rómulo Betancourt). “¿Por qué, como latinoamericano, escribo sobre Venezuela? Porque el ácido del autoritarismo ideológico avanza, a punta de petróleo, dólares y propaganda, sobre la tenue superficie democrática de nuestra región”.

Chávez ostenta su identificación con Simón Bolívar, pero “a diferencia de Bolívar, Chávez no busca la unión de repúblicas independientes. Busca imperar sobre naciones dependientes”. A diferencia de Bolívar, cuya lección llevó a generaciones de latinoamericanos a un acercamiento cultural entre las distintas naciones, “el bolivarismo chavista -una “autocracia electa’, como ha indicado Michael Reid- no transita por esos caminos. Quizá ni siquiera los conoce. No cree en el humanismo liberal, no cree en la Ilustración, no cree en la cultura: la considera burguesa. Si la mismísima Revolución cubana ha esperado en vano 50 años para producir un solo escritor orgánico de altura (García Márquez es un autor supremo, pero su genio literario no debe nada a su filiación castrista), mucho menos habrá que esperar de la revolución chavista. Y no sólo escritores sino artistas de cualquier índole, es decir, artistas que no lo sean porque el jefe lo decreta”.

Quizás el gran mal imperdonable de Chávez sea el gran mal que procuran los intolerantes, los demagogos, los predicadores del odio y los tiranos: dividir a los hermanos de un pueblo. Identificando a la patria con su persona, insiste en señalar conspiraciones contra él, cuyo fin sería derrumbar el país y el mundo, y así “ha plantado la mala yerba de la discordia en la sociedad venezolana”, sin vacilar “en llevar a Venezuela al borde del precipicio. En eso sí se parece a Hitler, que en el búnker reclamaba a sus compatriotas la destrucción de puentes y ciudades antes que admitir su derrota, la derrota de sus mitologías”.