LA SUMA DE TODAS LAS PARTES

En Humboldt un grupo de medianos y pequeños ganaderos del programa Carnes Santafesinas sobrevive gracias a un esquema cooperativo de alquiler de campos. El planteo permite completar el ciclo a pesar de trabajar con poca escala.


/// otra mirada

Juan Manuel Fernández

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Humboldt, Enviados Especiales

Tan complicada es la situación de la ganadería que el mayor mérito de un grupo de productores de Humboldt, integrantes del programa Carnes Santafesinas, es haber logrado mantenerse en la actividad. Ni la evolución de los índices de preñez o de destete, ni el aumento de la carga o de la tasa de extracción es lo que más los reconforta, sino que gracias a la puesta en práctica de un “pool de novillos” pudieron completar el ciclo y darle terminación a sus propios animales, por más pocos que sean.

En el reparto, al grupo le tocó el número 11.01 y justamente son 11 sus integrantes, entre los que se mezclan productores con tan sólo 40 hectáreas con otros de 300 y hasta 650 propias. A su vez se distinguen entre ganaderos puros o mixtos, tamberos, contratistas y hasta algún profesional retirado que volvió al pago y se animó a armar un plantel de cría.

La primera barrera que vencieron, al juntarse en 2005, fue la del individualismo. La técnica que adoptaron fue mostrarse el uno al otro cómo manejaban su establecimiento y a su vez cruzar opiniones o consejos. Así cada uno se despojó del conocimiento propio, pero adquirió el de los demás.

Con eso les bastó para obtener los primeros resultados. Y cuando consideraron que había que darle otra vuelta de tuerca al grupo salieron a buscar campos para alquilar entre todos. Hoy cada uno arranca la cría en el propio establecimiento y luego recría el excedente en los dos “comunitarios”: uno de 210 hectáreas en Monigotes (departamento San Cristóbal) y otro de 130 en Aurelia (departamento Castellanos). Ambos 100% con pastos naturales.

También tienen alquilado un tercer campo de 70 hectáreas con aptitud agrícola, en Colonia La Nueva, donde piensan sembrar y armar un feed lot con alimento propio. Pero 2008, se sabe, fue un año duro como pocos y la cosa quedó en veremos.

Por el momento se organizan como grupo en el aspecto técnico pero operan comercialmente en forma individual. Tienen, en total, alrededor de 450 novillos en proceso de engorde y cada integrante vende lo suyo a consumo o exportación. Sin embargo, están estudiando la figura jurídica más apropiada para unificar la comercialización. Incluso piensan más allá: buscar la diferenciación, ya sea con marca propia, un sello de calidad (por ejemplo que realce la terminación a pasto) o una denominación de origen.

A pasto

Como es lógico, el mérito de la supervivencia no se da gratuitamente, ni por el solo hecho de compartir experiencias. “Logramos aumentar nuestra productividad”, confiesa el veterinario Pedro Pirola, asesor del grupo, quien detalló que desde el principio se apuntó a superar los problemas de la escala reducida a optimizar de tierras agrícolas.

Si hubiera que marcar resultados, la carga animal que consiguen en los campos asociativos es un buen indicador. El de Monigotes, un campo “naturalizado” que supo usarse para agricultura y que —abandono mediante— volvió a cubrirse de pastizales, alberga 298 animales en 210 hectáreas. En Aurelia, 150 animales pastan sobre 130 hectáreas. Cada uno tiene sus ventajas y sus contras. En el primero aprovechan un bajo que conserva humedad y genera buen pasto, pero en el segundo proliferan los tacurúes, el pelo de chancho y el espartillo. La clave de la carga está en el tamaño de los animales que pastorean, ya que se trata de terneros de destete que ingresan con 180/200 kilos para salir al año con 300/320. “Por ahora los terminamos de nuevo en el campo propio con algo de suplemento”, explicó Pirola.

La experiencia asociativa arrancó en 2007, año en que la inundación hizo estragos en la zona, y recién están por terminar el primer ciclo bajo ese sistema. Mientras tanto tienen que lidiar con la sequía, que ya les quemó un lote de moha y amenaza con inutilizar un potrero con sorgo por concentración de ácido cianídrico (fenómeno que suele producirse en la planta ante un pronunciado estrés hídrico).

Para administrar los gastos, adoptaron dos sistemas. En el campo de Monigotes cada uno aporta, para el alquiler, los sueldos o la sanidad, un porcentaje correlativo a la proporción de hacienda que tiene en el lugar. En cambio en Aurelia, todos ponen un 10%.

Factor humano

Un vistazo a los planteles de recría basta para confirmar la diversidad de preferencias entre los ganaderos en materia genética. Entreverados, conviven novillitos Aberdeen Angus, Hereford, Brangus, Braford y mucho mestizo. Como es lógico, algunos responden mejor que otros a las condiciones ambientales y nutricionales que se les ofrecen. Por eso es que el asesor del grupo anticipó que otro objetivo a futuro es “adaptar la genética a la oferta de alimento”, aunque reconoció que “es difícil cambiar el gusto del productor por determinada hacienda”.

A medida que el tiempo transcurre, el grupo se consolida y el factor humano se afianza como el capital más valioso. “El principal logro del grupo fue la pérdida del individualismo”, afirma Pirola, y los demás asienten. “Un ojo ve, pero 10 ojos ven más”, asegura Oscar Voos, farmacéutico y bioquímico retirado que volvió a su Humboldt natal tras desarrolar casi toda su vida familiar y profesional en Córdoba. “Compartir experiencias me ayudó a utilizar mejor el campo”, se reconforta Roberto Botteri. “Cada uno con lo suyo, pero los problemas son los mismos”, reflexiona Eugenio Caussi, de profesión imprentero. “Quería agrandar el stock de hacienda para criar mejor los terneros y lo estamos logrando”, se entusiasma Aldo Stirneman. Con sus matices, también opinan en igual sentido el resto de los miembros del grupo: Mario Brechbuhl, que termina sus animales en un pequeño feed lot propio; Néstor Presser, que además es tambero, igual que René Bieler; o Rafael Sangali, Miguel Bortolotto y Luis Hoffer.

Aunque la sequía los obliga a mantener el pie en el freno, nadie falta a las reuniones de los lunes a la noche; prueba del compromiso que genera el sistema asociativo. Y si bien ahora se ven obligados a pensar y repensar una y mil veces si vale la pena mantener alquilado el campo en Colonia Nueva, igual se animan a imaginar que quizás algún día alguien pida en el supermercado o en un restaurant la “reconocida carne de Humboldt”.

 

 

ganadería asociativa

 

 

 
 
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Los campos alquilados presentan algunas limitaciones, como la proliferación de tacurúes o espartillos.

Foto: Juan Manuel Fernández

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Algunas razas están más dotadas para aprovechar los recursos, pero otras no. Por eso piensan, algún día, en unificar la genética.

Foto: Juan Manuel Fernández

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Los once mosqueteros

Federico Aguer

“Todos para uno y uno para todos”, decían los célebres caballeros Athos, Portos y Aramís, quienes junto al valiente D’artagnan luchaban para impartir justicia en la desigual Francia prerevolucionaria.

Pedro, Oscar, Mario, Néstor, Roberto, René, Rafael, Eugenio, Miguel, Luis y Aldo conforman el grupo ganadero “1101”, número que les asignó el Ministerio de la Producción. Curiosamente, son once y, a la vez, uno.

En el corazón de la zona agrícola santafesina, se aferraron a su pasión por las vacas para mantener viva la actividad ganadera.

Con el deseo de mantenerse y crecer, se juntaron, alquilaron un campo en Aurelia, otro en Monigotes, y soñaron con cerrar el círculo de cría y engorde dentro de este nuevo ámbito en común.

Desde el 2005 empezaron a reunirse, y visitaron juntos sus campos particulares sin esconderse nada. “Se terminó el individualismo y nació un compromiso muy fuerte”, nos dijo Roberto, tal vez el productor más grande del grupo, que sin embrago es uno de los que más “banca” el proyecto. “Esta experiencia me ayudó a ver algunos errores que cometía en mi campo y a mejorar el manejo”, agrega.

“Al principio arrancamos cada uno con lo suyo, pero vimos que los problemas eran los mismos”, dice Eugenio, que comparte su pasión por el campo con una imprenta en Esperanza. “Entendimos que la agricultura es un complemento de la ganadería”, le dijo a Campolitoral.

Aldo fue el último en ingresar al grupo con el deseo de aumentar su stock. Tiene dos tambos en la zona y la experiencia le está permitiendo mejorar el manejo de los terneros. “La ganadería es viable, sólo hay que allanarle el camino”, cuenta emocionado. Como le ocurre a todos los tamberos, sus animales vienen perdiendo estado corporal, pero adhiere al grupo con el mismo fervor de sus socios.

Oscar, uno de los más veteranos, cerró su farmacia en Córdoba cansado de la inseguridad; ahora vive en el campo y comparte con sus amigos un proyecto que le inyecta la energía para seguir.

La sequía les viene propinando un golpe duro. Más allá de los problemas políticos, por ahora ellos prefieren poner sus esfuerzos en aumentar su eficiencia al máximo. Pedro, el veterinario del equipo, sigue apostando a la capacitación para lograrlo.

Juntos forman un equipo que se amalgamó de tal manera que, si bien por ahora no les permite una rentabilidad en el corto plazo, fomentó las bases de una relación asociativa novedosa que incluye periódicas recorridas por el campo y salidas de pesca en conjunto. Antes eran once productores, ahora es un grupo unido, y eso no es poca cosa.

faguer@ellitoral

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Digan ¡Cristina!. Con su “bandera de guerra”, el grupo completo: René Bieler, Roberto Botteri, Rafael Sangali, Miguel Bortolotto, Mario Brechbuhl, Oscar Voos, Pedro Pirola, Aldo Stirnemann, Néstor Presser, Eugenio Caussi y Luis Hoffer.

Foto: Federico Aguer