Crónica política

Reutemann y el peronismo

Rogelio Alaniz

No hace falta recurrir a las encuestas para aceptar que en la provincia de Santa Fe, Carlos Alberto Reutemann es el dirigente político más importante del peronismo. Se puede estar de acuerdo o no con él –yo particularmente no lo estoy–, pero no se puede desconocer la realidad. Hacerlo sería necio o tonto, y esa es la única falta imperdonable para un político o un analista.

En el orden nacional, Reutemann también tiene su ascendiente, pero su principal capital electoral está en nuestra provincia, una verdadera hazaña de sobrevivencia para quien, en tiempos en que la máquina de picar carne funcionaba a pleno, fue gobernador en dos oportunidades y durante más de quince años fue el gran elector, al punto de que sin exagerar podría decirse que si alguna vez se escribiera la historia de la provincia de Santa Fe no sería descabellado calificar al período que se inicia en 1991 como la “era de Reutemann”.

Sin duda que su figura es controvertida, pero todos los políticos, sin excepción lo son. Es verdad que tiene críticos severos y que en los últimos años esas críticas se han hecho particularmente agresivas, pero dudo de que estén muy extendidas y que muchas de ellas vayan más allá de la ciudad de Santa Fe, donde sectores que no son mayoritarios pero sí muy activos, le reprochan la tragedia del Salado y la represión policial en Rosario.

Para amplios sectores de la sociedad, Reutemann es reconocido como un dirigente austero y confiable. ¿Es poco? Puede ser, pero ¿qué más se le puede pedir a un político? Desde un perfil deliberadamente bajo, cultivando el más estricto sentido común, interviniendo en los momentos oportunos y en los temas que conoce o en los que tiene algo para decir, logra mantener la vigencia de un liderazgo que muchos políticos profesionales envidiarían.

La clave de su perdurabilidad política reside en esa relación ambigua pero efectiva que mantiene con la gente y que no han logrado minar ni sus excesivos silencios, ni algunas declaraciones evidentemente torpes, ni sus errores en la gestión. Dicho esto, habría que advertir a continuación que tampoco hay que exagerar. En los momentos de mayor prestigio, Reutemann alcanzó a rozar el cincuenta por ciento de los votos. Fue una adhesión enorme, extraordinaria, pero que no alcanzaba a disimular el hecho obvio de que la mitad de los santafesinos decidieron no votarlo.

A través de un lenguaje parco, vacilante y plagado de medias palabras, Reutemann hizo pública su voluntad de presentarse como candidato a senador en las elecciones de este año y adelantó que estaría dispuesto a estudiar la posibilidad de presentarse como candidato a presidente en 2011. Para un hombre que habla con los silencios, estos anuncios se parecen a un mitín organizado por un telepredicador, por lo menos, así lo entendieron amigos y adversarios.

¿Por qué provoca tanto revuelo una declaración de intenciones? Reutemann despierta expectativas, en primer lugar, porque debe ser uno de los contados políticos argentinos que tiene votos propios. En segundo lugar, porque el poder de los Kirchner se está licuando y ese instinto casi animal del peronismo con relación al poder lo empuja a buscar el sustituto que llene ese vacío.

El futuro es siempre imprevisible, pero admitamos que alguna lógica guía los acontecimientos. Es impredecible, pero no tanto como para no poder predecir, con escaso margen de error, que Reutemann se va a presentar como candidato a senador, contra un Frente Progresista que sigue despertando expectativas en la sociedad. Aunque esas ilusiones ya se han empezado a teñir en los bordes, con los tonos grises del desencanto.

Para el peronismo santafesino la candidatura de Reutemann es una solución a su crisis, mientras que para el Frente es un problema, sobre todo porque no se observa en el horizonte un candidato que esté en condiciones de competir con un Reutemann que va a disponer de los beneficios de la oposición y el oficialismo. Al respecto, nadie se llame a engaño: los peronistas van a cerrar filas detrás de su candidatura y, al mismo tiempo, el tradicional antiperonismo conservador va a votarlo, por considerar que expresa el tipo de candidato que un antiperonista clásico puede digerir.

Reutemann gana las elecciones en Santa Fe porque suma los votos peronistas y muchos votos antiperonistas. Esa suma es imbatible. Por lo menos hasta la fecha, lo ha sido. Los peronistas lo saben y los antiperonistas lo sospechan y, sobre todo, lo padecen. Reutemann no argumenta con inteligencia, pero sus decisiones son las de un hombre inteligente. Es necesario superar dos prejuicios para entenderlo: el que plantea que no es inteligente y el que plantea que no es político.

Los hechos, porfiados y duros, establecen lo contrario. Su reciente movida es una obra de arte por parte de quien ha puesto sus limitaciones al servicio de una estrategia de poder. Con tres o cuatro frases plagadas de puntos suspensivos provocó un verdadero tembladeral en el agobiado sistema político criollo. Para la provincia de Santa Fe se perfila como el candidato con más chances. Su anuncio sobre la candidatura presidencial para el 2011 sólo tiene efectos para las elecciones de octubre. Al mismo tiempo, en el orden nacional, se instala en el punto exacto para que a kirchneristas y no kirchneristas no les quede otra alternativa que apoyarlo o dejarlo hacer. Nadie en la política argentina de estos días ha logrado tanto con tan poco.

Por si alguna duda le quedaba a alguien, Reutemann ha declarado que es peronista. La declaración le permite eludir el cerrojo de la interna y es también una tácita convocatoria a los peronistas para que se reporten detrás de su figura. Curiosamente, su declaración de fe peronista convence a los peronistas, pero no provoca ninguna deserción entre los antiperonistas dispuestos a votarlo. Lo sorprendente del liderazgo de Reutemann es que los peronistas simulan creer en su peronismo y los antiperonistas no están dispuestos a creer en su profesión de fe.

¿Y él qué es en realidad? Como los personajes de Shakespeare, el hombre en cierto momento del drama no sabe muy bien quién es, pero esa indecisión lo favorece. De todos modos, el hecho de que los peronistas cierren filas detrás suyo a nadie debería sorprenderle. Los peronistas avizoran detrás de su candidatura puestos, cargos y demás prebendas y esa es una excelente y generosa razón para seguir cantando la Marchita, prometiendo combatir el capital y luchando por una patria libre, justa y soberana bajo la conducción sobria y mesurada del célebre “Filósofo de Guadalupe”.

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