La vuelta al mundo

Las elecciones en Israel

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Tzipi Livni es la candidata más votada en Israel. Sin embargo, al nuevo gobierno lo formaría Benjamín Netanyahu.

Foto:EFE

Rogelio Alaniz

Hasta donde se sabe del resultado del escrutinio, daría la impresión que en Israel la candidata más votada fue Tzipi Livni, dirigente del Kadima, el partido fundado hace pocos años por Ariel Sharon después de escindirse del Likud. Livni fue la que obtuvo más votos, pero parecería que al nuevo gobierno lo va a formar Benjamín Netanyahu, el líder del Likud, el tradicional partido de la derecha israelí.

Livni o Netanyahu, lo que está fuera de discusión es que el nuevo gabinete tendrá un claro perfil de derecha. A este dato de la realidad los israelíes lo conocen y más que preocuparse por la llegada -o para ser más preciso, la continuidad- de un inevitable gobierno de derecha, lo que les preocupa es que los contenidos políticos de esa derecha los imponga la ultraderecha -calificada como racista- de Lieberman, el partido que obtuvo el 14 por ciento de los votos y amplió su representación parlamentaria.

Digamos que las elecciones en Israel no produjeron ninguna novedad significativa. El corrimiento del arco político hacia la derecha estaba establecido desde hacía tiempo, del mismo modo que ya se sabía con anticipación que el partido laborista dirigido por Barak -el partido que fundó el Estado de Israel y durante treinta años lo dirigió políticamente- iba a realizar la elección más pobre de su historia.

En la ocasión, la polarización entre Netanyahu y Livni no sólo que les hizo perder votos independientes, sino también votos propios, ya que más de un laborista prefirió votar a la derecha más civilizada para impedir la llegada de la derecha más salvaje.

Si la derecha es la que ha ganado, corresponde preguntarse qué significa ser de derecha en Israel y por qué los israelíes votan por esos candidatos. Tradicionalmente en Israel se califica de derecha a quienes mantienen posiciones más duras con respecto a las gestiones de paz con los palestinos. “La paz es una bandera de los progresistas, la seguridad es una bandera de la derecha”, se dice en la calle.

En la vida real, el tema es algo más complejo. Está fuera de discusión que hoy el ciudadano de Israel reclama seguridad y sabe que esa seguridad se la puede brindar con más eficacia la derecha que la izquierda. Lo que sucede es que la derecha más moderna y más lúcida de Israel entiende que la paz es también un objetivo a conquistar, una paz que incluya -además- un Estado nacional para los palestinos.

La burguesía israelí aprecia los beneficios de la paz y sabe de los perjuicios que acarrea la guerra. No es casualidad que los grandes acuerdos de paz con los árabes los hayan firmado los dirigentes más duros de la derecha: Menahem Beguin y Ariel Sharon. La derecha no renuncia a la paz, pero lo que no acepta son las concesiones indebidas.

Un capítulo aparte lo merecen los sectores religiosos nacionalistas, particularmente los colonos que ocupan tierras en Cisjordania, quienes si bien no son mayoritarios, gravitan culturalmente, cuentan con muy buenas alianzas con la derecha religiosa norteamericana y están decididos a todo para defender sus privilegios, como lo demostraron cuando alentaron el asesinato de Rabin.

En política como en historia, la comodidad o la pereza intelectual alienta las polarizaciones simplistas. Un amigo israelí me decía que hoy la paz es un tema que interesa a la derecha del mismo modo que la seguridad es un valor que preocupa a la izquierda. En la vida real, los hechos se expresan en estos términos. Otro amigo me decía que siempre había votado por el Mapai y siempre consideró que Sharon era la expresión de la derecha intragable e intratable.

Sin embargo, cuando desde los territorios palestinos arreciaron los atentados terroristas y los hombres-bomba estallaban en las discotecas, supermercados y colectivos, Sharon propuso cerrar las fronteras con un muro para impedir el ingreso de los palestinos. Todo el progresismo israelí puso en un primer momento el grito en el cielo, pero cuando experimentaron los beneficios de la medida, es decir cuando experimentaron que como padres podían estar tranquilos de que sus hijos el viernes a la noche no corrían peligro de volar por los aires en los boliches bailables o que podían subirse a un colectivo sin correr el mismo peligro, empezaron a apreciar, en voz baja y sin manifestarlo públicamente, los beneficios de la estrategia del derechista Sharon.

El debate derecha-izquierda en Israel no se reduce exclusivamente al tema de la guerra, pero está claro que sigue siendo el tema dominante y en ciertas coyunturas, excluyente. En definitiva, los ciudadanos en Israel votan por el dirigente o el partido que esté en mejores condiciones de darles seguridad. Esta reacción podrá compartirse o no, pero es tan previsible que hasta podría calificarse de racional.

Los israelíes votaron mayoritariamente por Livni, Netanyahu y Lieberman. Los dos últimos, que suman alrededor del cuarenta por ciento de los votos, están en desacuerdo en dividir Jerusalén, entregar los Altos del Golán y hacer más concesiones en Cisjordania. Sin embargo, una encuesta realizada en estos días entre la población manifiesta que los mismos que votan por la derecha reclamando más seguridad aceptan hacer concesiones que hoy los dirigentes de la derecha rechazan en toda la línea.

El tema de fondo desde el punto de vista político es que el ciudadano medio de Israel está hastiado de las negociaciones y concesiones hechas a los palestinos. Bien o mal informados entienden que las tratativas de paz nunca han prosperado. Con pesar y algo de mal humor recuerdan que hace unos años Barak propuso el programa de paz más generoso de la historia de Medio Oriente. Arafat no lo aceptó y su respuesta fue la nueva intifada.

Nadie se olvida que un halcón como Sharon ordenó el desalojo de los colonos de la Franja de Gaza. Hamas interpretó que la concesión era un síntoma de debilidad. Muchos israelíes han llegado a la conclusión o se han resignado a que la crisis con los palestinos no tiene resolución en lo inmediato y en el mediano plazo. A un muchacho del ejército le preguntaba qué pensaba al respecto. Me respondió sin dudarlo: “Todo seguirá igual, cada vez que nos ataquen le vamos a responder con más dureza; alguna vez aceptarán que la guerra es el negocio que menos les conviene”. Lo dijo sin alterarse, con una serena e implacable determinación. El amigo que lo acompañaba completó su pensamiento: “No queremos la guerra, pero no vamos a dejar nuestro hogar nacional porque a ellos se les ocurra; ya tuvimos un holocausto, no estamos dispuestos a sufrir dos”.

El corrimiento del arco político hacia la derecha estaba establecido desde hacía tiempo, del mismo modo que ya se sabía con anticipación que el partido laborista, que fundó el Estado de Israel y durante treinta años lo dirigió políticamente, iba a realizar la elección más pobre de su historia.


El debate derecha-izquierda en Israel no se reduce exclusivamente al tema de la guerra, pero está claro que sigue siendo el tema dominante y en ciertas coyunturas, excluyente. Los ciudadanos en Israel votan por el dirigente o el partido que esté en mejores condiciones de darles seguridad.