DE RAÍCES Y ABUELOS

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Domingo Brondino y Elvira Antoniazzi, bisabuelos de Luciano y Ezequiel Brondino.

Historias y recuerdos de los antepasados
 

Alumnos del Colegio Nuestra Señora de Covadonga acercaron nuevas investigaciones sobre sus antepasados. En este caso corresponden a María Paula Pisarello y los hermanos Luciano y Ezequiel Brondino.Textos de Mariana Rivera

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El retrato de Carlo Caselli inspiró a María Paula Pisarello en su investigación.

“El retrato del tiempo” tituló María Paula Pisarello (de 3er. año) la historia de su familia que quiso compartir con De Raíces y Abuelos, la que comenzó -según aclara- en el retrato de Carlo Caselli, padre de su tatarabuelo Enrico.

“Para ubicar un punto del tiempo para este viaje por el pasado hay que situarse en 1896, año en que emigró de Italia, del Castellazzo Bormida (Alessandria- Piemonte) Enrico Quarto Caselli, hijo de Carlo, junto a su esposa -embarazada- Margherita Temporini y sus dos hijas: Magdalena y Luisa. Con 29 años y una familia en crecimiento, Enrico decidió emigrar a Argentina porque le habían comentado, como a todo europeo de posición económica inestable y no muy buena, que aquí había trabajo. Pero no sólo emigró por esa razón sino que otra situación lo empujó. Su padre Carlo había quedado viudo y se había casado con otra mujer, lo que indignó a Enrico y terminó de dar el cierre a la decisión de venir a Argentina”, menciona.

El matrimonio y sus hijas llegaron a Buenos Aires un 28 de noviembre de 1896, aunque también viajaban dos hermanos de Enrico. Se instalaron en el Hotel de Inmigrantes. Tiempo más tarde, todos partieron a diferentes destinos: los hermanos fueron a Rosario y a Franck, y Enrico vino a Santa Fe y se instaló en las cercanías de la Iglesia del Carmen, adonde en ese entonces había un conventillo.

Enrico era albañil y, una vez instalada su familia, salió a buscar trabajo.

“Partió caminando sin rumbo con una moneda en el bolsillo. Su esposa e hijas se quedaron en el conventillo y llegó, luego de días de caminar, a un pueblo llamado Felicia. Un comentario que forma parte de esta historia es que en ese trayecto perdió esa única moneda que llevaba. En ese pequeño pueblo, Enrico consiguió trabajo”, explica María Paula.

Y continúa: “Buscó a su familia y se trasladaron a Felicia, y empezó a construir su casa, adonde luego de un tiempo, nació el bebé que esperaban y con el correr de los años tuvieron diez hijos.

Uno de los últimos hijos es el papá de mi abuela, a quien llamaron Nicolás, y nació en el actual comedor de esa casa, donde está colgado el cuadro de Carlo, a quien nombré al principio de la historia. En Felicia, a partir de ese entonces, desde que mi tatarabuelo llegó, se ha hecho gran parte de la vida de mi familia en esa casa. Esa casa que ahora es nuestra y que me recuerda unos versos del poema de José Pedroni “Entremos’ y que parecen escritos para nosotros. Entre sus estrofas dice: “Esta casa es nuestra. Entremos. Para ti la hice, como un libro nuevo, mirando, mirando, como la hace el hornero’”.

Los años pasaron

En la casa de Felicia -continúa- hay un emparrado frente a la galería que da al patio y que el viento del verano hace mover las sombras hacia un lado. Esa parra tiene tantos años como pies han andado bajo ella. Y esas pisadas fueron pasando como los años y creciendo como las personas o tal vez fueron las personas quienes crecieron y siguieron andando a la sombra de esa enredadera, de esa vid, de la que todos han comido alguna uva en esos febreros calurosos.

“Mi abuela, Dora Caselli, que nació a una cuadra de esa casa, ha pasado muchas siestas en verano trepando a la parra para conseguir uvas. Casi 66 años más tarde de aquel 28 de noviembre de 1896, fecha de la llegada de Enrico, nació mi mamá, Patricia Cortés, en 1961, en el hospital de Felicia.

En 1979, Patricia conoció a Alejandro Pisarello, con quien se casó dos años más tarde y con quien tuvo a sus tres hijos: María Virginia, Juan Andrés y María Paula”.

Por último, María Paula concluye su trabajo diciendo que “esa casa de Felicia ahora es nuestra porque está hecha por ellos, por todos a quienes mencioné en esta historia y hoy camino por sus habitaciones simplemente sin pensarlo, pero si me detengo entiendo esa cantidad de capas de pinturas que veo y cuando se descascara una parte de la pared, se ve la anterior. Hay muchos colores... uno por cada vida que pasó por ahí”.

Y agrega: “Ahora que tuve que contar esta historia, desde la inmigración al presente, me doy cuenta por qué es tan importante Felicia para mi familia. Fue ahí donde se criaron, donde hicieron toda una vida, donde cada uno tiene muchos de sus recuerdos guardados en esas calles de tierra, las mismas que conozco y recorro desde que abrí los ojos. Y hoy vuelvo al ‘viejo de la foto’, que veo desde que no sé hablar, para contar mi historia”.

Los hermanos sean unidos

Luciano y Ezequiel Brondino son alumnos del 4to. y 2do. año de la Covadonga y escribieron sobre su familia paterna y materna, respectivamente. “Este texto lo escribí gracias al relato de Domingo Brondino, mi abuelo paterno, quien falleció el 17 de septiembre pasado, pocos días después de haberme contado su historia”, admite con mezcla de tristeza y orgullo Luciano en su investigación.

“Corría el año 1914 y en Europa comenzaba la Primera Guerra Mundial. Entre los países que combatían se encontraba Italia, lugar en que vivían dos hermanos, José y Vicente, de una familia asentada en Venecia. Debido al conflicto y a la difícil situación económica de ese momento y apoyados por su madre y hermanas, los jóvenes pensaron en emigrar hacia América, pues si no lo hacían se verían obligados a pelear para su país y correrían el riesgo de morir, como les había sucedido a dos de sus hermanos mayores”.

“Fue entonces que decidieron partir hacia la Argentina. Traían todo el dinero que habían logrado reunir ellos y sus familiares, a los cuales nunca volvieron a ver. José y Vicente Brondino viajaron en un barco con muy pocas comodidades, con la tristeza de dejar a su familia y con la incertidumbre de un futuro desconocido. Luego de un viaje que parecía interminable arribaron a Buenos Aires, pero los hermanos decidieron seguir y ubicarse en la provincia de Santa Fe. Con el dinero que traían pudieron comprar tierras en Arroyo Aguiar y Monte Vera”.

El árbol genealógico

“José, el menor, decidió establecerse en Arroyo Aguiar, adonde conoció y se casó con Adela Brandino (una sola letra diferencia los apellidos) y es con ella que tiene doce hijos, quienes de grandes se distribuyeron por las provincias de Santa Fe y Buenos Aires. Vicente se instaló en la Monte Vera, donde conoció y se casó con Dominga Dalmaso. Con ella tuvo, al igual que su hermano, doce hijos, entre quienes estaba en tercer lugar, el papá de mi abuelo: Domingo”, continúa Luciano.

Y concluye: “Domingo Brondino -al igual que su padre- se dedicó a la agricultura y a la ganadería. Se casó con Elvira Antoniazzi y tuvieron tres hijos: Elvira, Domingo y Dolli. Entre éstos está mi abuelo que, como su padre, se llamaba Domingo. Él, desde muy pequeño trabajó en tareas rurales. Realizó sus estudios primarios en una escuela de Monte Vera y los secundarios en Santa Fe, lugar donde conoció a quien sería su esposa, Zunilda Olivera. De esa unión nacieron dos hijos: Adriana y Marcelo. Mi papá, Marcelo, se casó con Claudia Obieta, y tuvieron tres hijos varones: Luciano, Ezequiel y Julián, que somos por ahora el último eslabón de la familia”.

Valientes bisabuelos

Ezequiel Brondino indagó sobre la parte materna de su historia familiar, trabajo que tituló Valientes. “En una sencilla vivienda siciliana vivían Julia y Renato Galligari, una ama de casa y un obrero de la construcción. Llevaban un año de casados y Julia estaba embarazada de tres meses. Proyectaban el recibimiento que le darían a su futuro hijo, pero siempre existía la amenaza de una guerra, por eso comenzaron a pensar en una salida, a pesar de las pérdidas afectivas”, menciona. “Sus familiares les aconsejaron que inmigrasen a un lugar donde hubiera paz, ya que la vida vale más que cualquier otra cosa. El matrimonio pensó en Sudamérica donde no había guerras y las grandes extensiones de tierras permitirían tener un futuro mejor. Julia averiguó y consiguió comprar, con el poco dinero que tenían, dos pasajes para el barco Julio César”, continúa.

Llegó el día -relata- en que el joven matrimonio debía abandonar su tierra natal, su familia, sus amigos. Todo era tristeza y desolación, al saber que quizás a muchos de ellos no las volverían a ver. Julia -puntual como siempre- apuraba a Renato, quien no dejaba de recorrer su casa. En el puerto, decenas de personas como ellos también partían hacia América, en medio de saludos, llanto y dolor. Un mes después de la llegada a la Argentina, la pareja estaba buscando trabajo en Rafaela, cuando Julia sintió dolores en su vientre. Era Liliana, que se anunciaba. Luego del nacimiento, se instalaron en Santa Fe y formaron una linda familia. Sus hijas Liliana, Lidia y Elvira, también formaron sus propias familias.

Por último, Ezequiel explica que “soy nieto de Elvira Galligari, bisnieto de Julia y Renato y estoy orgulloso de contar su historia. Renato nunca pudo superar los recuerdos tristes, el alejamiento de su tierra y de su familia. Julia pasó sus días añorando volver a Italia, lugar al que nunca pudo regresar. Los últimos días de su vida tuvo regresiones. Ella le repetía a mi mamá Claudia, su nieta, una y otra vez: “Bambina, baja la valija, mi mamá me espera, vuelvo a Italia’. Esta historia de inmigrantes, tan dolorosa, deja como enseñanza que siempre se debe luchar por resguardar la paz mundial”.

El matrimonio de Enrico Quarto Caselli y Margherita Temporini con sus hijas se instalaron en el Hotel de Inmigrantes.

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El Colegio Covadonga promueve la indagación del origen de sus alumnos, en este caso, a través de la Profesora Nora Tardivo.

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Emparrado frente a la galería que da al patio de la casa de Felicia de la familia Caselli.