Al margen de la crónica

Somos muchos más que uno

Un bar céntrico de la ciudad. Miércoles. Nublado, muy húmedo, bien una noche de miércoles. Un festejo: el cumpleaños de una amiga que vive en otra provincia fue la excusa -quizá la única que hubiera funcionado- para que varias compañeras de trabajo dejáramos el hogar, hijos y fatigas para reunirnos y brindar.

El restaurante, con bastante gentío por ser un día de semana. Elegimos una mesa y enseguida, como no podía ser de otra manera, comenzó la amena conversación entre risas y anécdotas de las últimas vacaciones, del cambio de vida, de las relaciones pasadas y futuras. Mucho chisme y gaseosas diet.

Al lado, una mesa de hombres. Diálogo sobre música y otras yerbas. Vino y carcajadas. Más atrás, un grupo más reducido de chicas en su propio mundo.

El reloj marcó las 12 de la noche y como por arte de magia, los tres grupos empezaron a cantar el “cumpleaños feliz”, cada uno a un festejado distinto. Coincidencia. Todo el bar se sumó a la canción y a los aplausos.

Al grupo de amigos se le ocurrió que la única torta que habían traído podía ser compartida por todos. Enseguida, casi sin preguntar, juntaron las mesas y terminó siendo un cumpleaños multitudinario. Todos perfectos desconocidos, pero unidos por un momento de festejo, distensión y alegría. Bizarro, pero un buen momento al fin.

¿No sería distinto si cada tanto nos permitiéramos pequeñas digresiones para romper la individualidad exasperante en la que vivimos? Años atrás, cuando las calles eran de los vecinos -y no de los delincuentes- y cuando la gente aún se preocupaba por el que vive al lado, solían ocurrir sinergias similares. Como los fines de años, cuando se juntaban varias familias de la cuadra, cortaban las esquinas e improvisaban una cena a la canasta. Compartían un momento parecido al del bar. El único fin era socializar un poco, reírse y sentir que no estamos solos con nuestras circunstancias.