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El jinete fantasmal de Malvinas

Luciano Flores arribó a las islas en 1829, pero al ser invadidas por los ingleses en el año 1833, el acontecimiento cambió su vida.

El jinete fantasmal de Malvinas

A pocos días de un nuevo 2 de Abril, Día del Veterano y de los Caídos en la guerra de Malvinas, compartimos esta historia de amor en aquel ignoto paisaje austral. TEXTOS. ZUNILDA CERESOLE DE ESPINACO. FOTO. EL LITORAL.

De las imprecisas brumas de un tiempo fenecido, surge el recuerdo de una historia de amor vivida en las heladas tierras del archipiélago malvinense.

Luciano Flores arribó a las islas en 1829, acompañando al gobernador Luis Vernet, pero al ser invadidas éstas por los ingleses en el año 1833, el acontecimiento cambió su vida. Él, como muchos otros que eran la mano de obra criolla de aquel operativo, quedó a la deriva.

Luciano se sumó a la rebelión encabezada por el gaucho Antonio Rivero, y el 26 de agosto de 1833, los peones rebeldes atacaron varias viviendas y mataron a cinco hombres.

Luego de este hecho, los protagonistas de la rebelión huyeron y se internaron en la isla, para buscar refugio lejos de la zona poblada que les representaba un gran peligro.

Fue muy difícil para ellos soportar el clima imperante en ese lugar del planeta y las penosas condiciones que les imponía la vida en clandestinidad.

Resistieron unos meses y se entregaron todos, excepto el indio Luciano Flores -a quien dieron por muerto-, pues consideraban imposible que alguien pudiera soportar condiciones tan adversas.

Luciano, en caballo negro

La colonia inglesa siguió su vida monótona y aislada, cuando después de varios años un acontecimiento inaudito sacudió la paz reinante. Durante ciertas noches, montado en un caballo negro vagaba un fantasma que atacaba el ganado vacuno.

El temor hacia lo sobrenatural llenaba de angustia a la población; hombres, mujeres y niños hablaban sobre el tema y seguramente varios antiguos relatos contados por los abuelos revivieron en la voz de los isleños.

Ignoraban que el jinete fantasmal era en realidad Luciano Flores, quien esporádicamente se acercaba al poblado en busca de alimentos para retomar posteriormente a su refugio.

En cierta ocasión, Luciano erraba por la costa deshabitada de la isla Soledad -en la zona opuesta al poblado- cuando se encontró con loberos norteamericanos, que sacando provecho de la impunidad de la región, llenaban las bodegas de sus barcos con los ejemplares cazados, y huían para comercializarlos. Una de las naves estaba averiada y el indio ayudó a repararla, trocando su trabajo por alimentos. A partir de allí, se hizo habitual el trato del indio con los cazadores clandestinos cada vez que un barco anclaba por la zona. Tanto es así que lo apodaron “mister Lucky”.

Mientras esto ocurría, el destino iba pincelando signos invisibles que afectarían en el futuro la vida personal de este hombre.

En 1846 se produjo un naufragio y Charlie Barrow, capitán del buque hundido, comprendió que no podía recuperar su nave y debería esperar la llegada de otro barco o bien construir uno nuevo. Decidió instalarse en la región y contrató a Flores para que le sirviera de baqueano, ya que -además de conocer la misma-, dominaba el idioma inglés.

Nuevamente el indio fue rebautizado: le llamaron Lucky Flowers.

El capitán Barrow y el indio Flowers, comenzaron a ir a partir de 1849 a puerto Stanley a comprar víveres, se relacionaron con el pastor anglicano, Henry Faulkner, y mantuvieron entretenidas conversaciones con él, cada vez que llegaban al poblado.

Una vez se animaron a confesarle quién era en realidad Lucky Flowers, el pastor consideró que el indio ya había pagado por su falta y se esforzó por convertirlo a su religión.

La ruta del destino

Pasó el tiempo, el capitán Barrow abandonó la isla, pero la amistad del pastor y el indio continuó.

En 1855 arribó Thomas Edward Laws Moore, quinto gobernador británico de las Malvinas, llegó junto a su familia y algunos criados, entre ellos Magdalena Scholl, mujer soltera y agraciada.

Esta joven mujer desapareció de la casa de su empleador un día domingo; al no volver se generó honda preocupación en la aldea malvinense. Pasaron varios días sin que se tuvieran noticias de la criada ausente, por lo que se comenzó a temer por su suerte; mas tan de improviso como había desaparecido regresó sana y salva.

Al ser inquirida sobre el motivo de su ausencia, contó que había salido a pasear con Douglas Rennie, el joven capitán de un buque recién arribado. El motivo dado resultó intolerable para el gobernador -atendido a los preceptos éticos de una moral victoriana-, entonces la expulsó dejándola sin trabajo y sin techo.

Magdalena corrió a pedir ayuda al pastor Faulkner, quien la socorrió a pesar de la resistencia de los escandalizados vecinos. Mucho pensó el compasivo pastor hasta que se le ocurrió una idea con el objeto de solucionar el problema y atemperar los ánimos. Organizó un almuerzo con sólo dos invitados: Magdalena y Lucky Flowers.

Permanece en el misterio si fue amor a primera vista, lo cierto es que cuando el pastor les sugirió que se casaran, ambos estuvieron de acuerdo.

Imprevistamente comenzaron a pasear por la aldea tomados de la mano y con expresión de felicidad en el rostro, ante la admiración de los vecinos, quienes los miraban pasmados.

A la semana de la propuesta matrimonial, Magdalena Scholl y Lucky Flowers se casaron. A la ceremonia acudió hasta el severo gobernador Moore. Ella tenía 30 y él 47.

A la manera criolla, montado en su caballo y con su esposa en ancas, al galope partió Lucky hacia su hogar. Ya no estaría solo, tan solo como vivió por años.

Estos dos proscriptos de la sociedad malvinense vivieron felices y en armonía por el resto de sus días. El jinete fantasmal y la apasionada inglesa, transitaron así la ruta que el destino había marcado para ellos.