Al margen de la crónica

El efecto mariposa

Me preocupa ver con qué rapidez algunos se acostumbran a la violencia. Y no apunto a los tan estigmatizados pobres de nuestra ciudad y país, sino que me asombra la violencia ejercida y soportada por la clase media. Pequeños hechos cotidianos condensan lo que quiero expresar. La semana pasada tomé un taxi y mientras me acomodaba en el asiento, le dije al conductor:

—Seguimos por ésta hasta Pedro Ferré y ahí doblamos a la derecha, por favor.

—¿Cómo? -me preguntó consternado.

—Que sigamos derecho por esta calle... -le repetí, creyendo que no me había escuchado.

—No -me interrumpió-, eso no, lo otro, lo del final. Por fa... ¿qué?

—Por favor -terminé la frase con un tono de duda, sin entender todavía por qué tantas vueltas.

El taxista me miró unos segundos y me dijo:

—No exagero si te digo que hace 10 años que nadie me pide algo “por favor”.

La charla continuó unos minutos hasta que llegamos a destino. Al bajar del auto le di las gracias y él me replicó “no, gracias a vos”.

Es común responsabilizar a la crisis mundial, las retenciones, los gobernantes, los cortes de ruta, la inflación, la recesión -o desaceleración, como prefieren algunos expertos-, la reducción de salarios, los despidos y renuncias forzadas (la lista podría ocupar toda la página) como las causales de un malestar generalizado, que puede traducirse en menos tolerancia y más agresividad.

Sin embargo, la clave está en los detalles y los pequeños gestos. Si según la teoría del caos, el aleteo de una mariposa en el Tíbet puede causar un huracán en el otro extremo del mundo, ¿por qué no pensar que un “buenos días”, “por favor”, “gracias” o “de nada” pueden contribuir a revertir el estado de desasosiego en el que estamos inmersos los argentinos? El concepto que encierra el “efecto mariposa” es que los acontecimientos más insignificantes pueden alterar la historia y el destino de las personas. ¿Por qué no empezamos por mirar al otro como un par y no un obstáculo o enemigo?