En el Convento San Francisco

La Orquesta Sinfónica de Santa Fe rinde homenaje a Alfredo Kraus

Este viernes, la orquesta recordará a uno de los mejores tenores de los últimos 50 años con el Réquiem de Mozart. Contará con la participación del Coro Polifónico Provincial y varios solistas.

De la redacción de El Litoral

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El próximo viernes 3 de abril, a las 21, la Orquesta Sinfónica Provincial de Santa Fe, dependiente del Ministerio de Innovación y Cultura del Gobierno de la Provincia, dará un concierto en memoria de Alfredo Kraus, uno de los mejores tenores líricos-ligeros de la segunda mitad del siglo XX.

Será en el Convento San Francisco (Pte. Íllia y Amenábar, Santa Fe) en virtud de celebrarse, además, ocho siglos de la fundación de la orden de San Francisco de Asís.

En la oportunidad, el programa será el Réquiem (Misa para difuntos) en re menor de W. A. Mozart, para solistas, coro y orquesta, y contará con la participación del Coro Polifónico Provincial de Santa Fe y los solistas Mercedes Robledo, Roberto Nadalet, Laura Leal y Fernando Morello. La dirección general estará a cargo del titular de la Sinfónica, maestro Roberto Montenegro.

Misa para difuntos

En marzo de 1791, Mozart ofreció en Viena uno de sus últimos conciertos públicos; tocó el Concierto para piano Nº 27 (KV 595). Su último hijo, Franz Xavier, nació el 26 de julio.

Pocos días antes se presentó en su casa un desconocido, vestido de gris, que rehusó identificarse y que encargó a Mozart la composición de un réquiem. Le dio un adelanto y quedaron en que regresaría en un mes. Pero el compositor fue llamado desde Praga para escribir la ópera “La clemencia de Tito”, para festejar la coronación de Leopoldo II.

Cuando subía con su esposa al carruaje que los llevaría a esa ciudad, el desconocido se presentó otra vez, preguntando por su encargo. Esto sobrecogió al compositor. Más tarde se supo que aquel sombrío personaje (al parecer, llamado Franz Anton Leitgeb) era un enviado del conde Franz von Walsegg, cuya esposa había fallecido. El viudo deseaba que Mozart compusiese la misa de réquiem para los funerales de su mujer, pero quería hacer creer a los demás que la obra era suya y por eso permanecía en el anonimato. Mozart, obsesionado con la idea de la muerte desde la de su padre, debilitado por la fatiga y la enfermedad, muy sensible a lo sobrenatural por su vinculación con la francmasonería e impresionado por el aspecto del enviado, terminó por creer que éste era un mensajero del Destino y que el réquiem que iba a componer sería para su propio funeral. Mozart al morir consiguió terminar tan sólo tres secciones con el coro y órgano completo: Introito, Kyrie y Dies Irae. Del resto de la Secuencia sólo dejó las partes instrumentales, el coro, voces solistas y el cifrado del bajo y del órgano incompletos, además de anotaciones para su discípulo Franz Xaver Süssmayer. También había indicaciones instrumentales y corales en el Domine Jesu y en el Agnus Dei. No había dejado nada escrito para el Sanctus ni el Communio.

Fue su discípulo Süssmayer quien lo acabó (siguiendo las directrices de Mozart), completando las partes faltantes de la instrumentación, agregando música en donde faltaba y componiendo íntegramente el Sanctus. El estreno de la obra completa tuvo lugar en Viena el 2 de enero de 1793 en un concierto en beneficio de la viuda del músico austríaco.

La Orquesta Sinfónica de Santa Fe  rinde homenaje a Alfredo Kraus

El Coro y la Orquesta volverán a compartir escenario, esta vez bajo la dirección del maestro Roberto Montenegro.

Foto: Flavio Raina

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In memoriam de un grande

Nacido en Las Palmas el 24 de noviembre de 1927, Alfredo Kraus comienza sus estudios de canto con Gali Markoff en Barcelona en el año 1948. Posteriormente estudia en Valencia con Francisco Andrés y completa su formación cantora en Milán con la calificada maestra catalana Mercedes Llopart.

Debuta en el Teatro de la Ópera del Cairo en enero de 1956 con Rigoletto, dando comienzo así a una fulgurante carrera que, en pocos años, lo hace debutar en los principales coliseos del mundo, asombrando por su estilo depurado, insultante seguridad y gran perfección técnica, que se acrecentaría con el paso de los años, al tiempo que su voz ganaba en belleza y en volumen, conservando una tesitura de gran extensión que le permitía alcanzar cómodamente el Re 4.

Ha sido, sin duda, el mejor tenor lírico-ligero de la segunda mitad del siglo XX, sin rival en el repertorio al que se ciñó durante su larga carrera, el de la ópera romántica italiana (Lucia de Lammermoor, Rigoletto, La Favorita, Puritanos, Traviata) y francesa (Pescadores de Perlas, La Hija del Regimiento, Faust, Werther, Manon), sin olvidar su querencia por la zarzuela española (Marina, Doña Francisquita).

Su última actuación fue el 21 de marzo de 1999 en un concierto junto con la Orquesta Filarmónica de Gran Canarias y el Coro de la Ópera de Las Palmas, celebrado en su ciudad natal, en el auditorio que lleva su nombre, seis meses antes de que una cruel enfermedad nos dejara huérfanos de su arte el 10 de septiembre de 1999.