Señal de ajuste

El sueño atómico de Perón

El sueño atómico de Perón

Durante la presidencia de Perón, la Argentina fue un lugar acogedor para criminales nazis. Aquí, un grupo de alemanes reunidos en Bariloche en 1935.

Foto: Agencia EFE.

Roberto Maurer

La anexión de Austria en 1938 fue celebrada en Alemania con una gran fiesta nazi, y parece natural. En apariencia, y sólo en apariencia, resultaría menos lógico que el segundo acto en importancia afuera de Alemania se haya realizado en Argentina, en el Luna Park, en una ceremonia de 20.000 fanáticos, tantos como años después habría de convocar Nicolino Locche en veladas menos amenazadoras. Fue una puesta en escena a la altura de los momentos más espléndidos del Tercer Reich, por su despliegue de banderas, svásticas, uniformes, saludos nazis y rostros de piedra. Las imágenes filmadas se rescataron de un archivo de Washington y constituyen la niña bonita del especial “Projekt Huemul”, estrenado en la señal History Channel. Se trata de las rutinas del documental televisivo, con materiales de época, testimonios actuales y recreaciones no teatrales, sino al modo de imágenes de noticieros.

Ya se sabe que la Argentina de Perón, en la posguerra, fue un lugar acogedor para criminales nazis que llegaban mediante los oficios combinados del Vaticano, la Cruz Roja, el régimen peronista y la flota de Alberto Dodero, amigo personal del matrimonio. Junto a los Mengele, Barbie, Eichmann y otros asesinos con menos cartel, se atrajo a científicos que también disputaban Estados Unidos y la Unión Soviética, posiblemente con mayor éxito que nosotros. Perón los llamó “alemanes útiles” en un reportaje de 1970.

En el caso del ingeniero Ronald Richter, la negativa de Estados Unidos cuando le prohibió la entrada a su gato siamés, habría determinado su opción por la Argentina, adonde llegó con su mascota y un buzón, el que le vendió a Perón.

HACIA EL IV REICH

El proyecto nuclear de Richter es el eje del documental, salpicado con temas afines, como los nazis en el país, la fascinación de los militares argentinos por el modelo prusiano y el fomento de una industria aeronáutica independiente a través de la construcción del Pulqui II. Según el documental, eran proyectos dirigidos a la creación del IV Reich en la Argentina, o sea el pensamiento de Foster Dulles desde el Departamento de Estado, y también de la revista de izquierda New Republic: los nazis refugiados, la filosofía política peronista, ciertas simpatías confesas y algunos allegados al poder en nuestro país, no ahorraron argumentos a quienes miraban de afuera a la “rica y orgullosa” Argentina, como se nos define más de una vez en el famoso noticioso “The March of Time” .

Hubo un plan nuclear de notables físicos argentinos en 1946, al que dio la espalda Perón, que luego sucumbió al poder persuasivo de Richter y sus “metáforas didácticas”, cuando le propuso su plan de “fusión termonuclear controlada”, que costaría “unas monedas” y sería superior al desarrollado por Estados Unidos al precio de 6.000 millones de dólares. Los reactores de Richter serían fuente inagotable de energía, sin necesidad de uranio o petróleo, o sea limpios y ecológicos: igual al sol, que era gratis y saludable, al menos en aquella época.

EL HOMBRE NUCLEAR

Se cuenta cómo Richter primero fue instalado en Villa del Lago, Córdoba, de donde hubo que sacarlo por su personalidad conflictiva y autoritaria, y puesto a cargo del coronel Enrique González, viejo amigo de Perón y los nazis alemanes. El nuevo laboratorio se construyó en la isla Huemul, donde los caprichos del científico importado y su obsesión por la seguridad provocaron incidentes exasperantes que nunca le restaron el apoyo de Perón, ni siquiera cuando envió a un oficial que fue apuntado con una pistola y arrojado al lago por Richter, en un episodio que Perón llamó “malentendido”.

Fue condecorado con la Medalla de la Lealtad Peronista y recibió el título de Doctor Honoris Causa de la UBA, al tiempo que se acumulaban indicios, todos en un mismo sentido: Richter estaba loco. El éxito de las primeras pruebas fue anunciado triunfalmente por el gobierno, a pesar del cuestionamiento del propio ayudante del sabio, que sostuvo que no había ninguna certeza porque “las placas se habían movido”. En Estados Unidos, los científicos eran incrédulos ante el “invento completamente argentino”.

NOSOTROS, LOS MONOS

Las dudas crecieron y Richter en una reunión insultó al coronel González, su tutor. “Dijo que acá todos éramos monos colgados de palmeras que sólo sabíamos mover la cola”, recuerda hoy la traductora.

Aún así, Perón lo respaldó y envió a otro militar que, de vuelta, le informó: “está loco”. Una comisión visitó la planta de Huemul y determinó que la experiencia era “una farsa”, y que “los aparatos estaban mal conectados”. Recién entonces Perón dejó de atender a Richter, y le dio un chalecito en Monte Grande. El sueño atómico había acabado.

Para los argentinos, en esta historia siempre hubo componentes de leyenda, los mismos que merodean a Cagliostro y Rasputín. Hasta su muerte en 1991, Richter sostuvo que su proyecto había sido exitoso. Del relato, surge la personalidad de un paranoico o un hábil vendedor de ilusiones. Sin embargo, al final, se consigna que desde hace veinte años la “fusión termonuclear controlada” de Richter funciona en una planta experimental de Marsella.

Con dirección de Rodrigo H. Vila y la voz de José Sacristán, “Projekt Huemul” no se hace cargo de su propia incertidumbre, la misma del físico Mario Mariscotti, de la Comisión de Energía Atómica, cuando se pregunta si el desarrollo nuclear argentino hubiera sido el mismo sin Richter.