etcétera. toco y me voy

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La agenda familiar

Hubo una época en que los únicos horarios estaban regidos por la temperatura de la sopa o la salsa de los ravioles de la nona o el oficio religioso. Nadie tenía “agenda” propia. Ahora, todos cumplen horarios y si en la familia hay un gil que maneje algo, pues, su día ha sido absorbido por el resto. Rapidido, rapidito, que no llegamos.

TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected]

Ahora, hasta el canario tiene clases de afinación los miércoles a las ocho, masajes para la constipación los martes a las 13.30 y grupo de autoayuda los jueves a la siesta. En el medio, la agenda diaria del jefe de familia se resuelve entre el trabajo y el par de reuniones deportivo-gastronómicas que pudo salvar.

La mujer de la casa, antes ignominiosamente recluida al fondo del hogar, sostiene compromisos cotidianos y cambiantes. Nombro al paso sólo algunos: reiki o pilates o gimnasio (o bien reiki y pilates y gimnasio), peluquería, peña femenina de antipeña masculina los viernes, estudio de pre grado, grado o posgrado de algo; algunas o varias o todas de estas posibilidades artísticas: teatro, taller literario, origami, tarjetería española, canto... La mujer actual es un luminoso cometa errático, alguien que atraviesa la ciudad muchas veces y en todas las direcciones, una cañita voladora que lanzaron al ras del piso.

Y después tenés a tus pibes. Hasta el más pequeño tiene jardín, inglés, expresión artística, música, educación física, el club...

A ello hay que sumarle la posibildiad de que no se traten sólo de horarios fijos, sino ocasionales o cambiantes. Por ejemplo, las clases de adaptación en el jardincito, que te generan horarios móviles dentro de la misma semana; o los cumpleaños, un calendario fijo pero impreciso que está diseñado para terminar de aniquilarte el día, sobre todo cuando ya le agarraste la mano a la agenda de todos; y todos más o menos venían llegando a horario a todo. Pues allí te aparece el cumpleaños artero de Sofi o Mati o el que fuera, tu hijo también, claro, para apuñalarte el precario orden adquirido.

Y hablamos aquí sólo de las actividades legalmente asumidas: no se incluyen amantes, compras furtivas, depresiones, vacaciones, vicios, extraños momentos en que estás solo en tu casa antes de ser relanzado al espacio urbano u otras opciones.

La familia entera hoy es un complejo sistema astral girando en intrincadas órbitas alrededor del hogar, mera plataforma de referencia.

En el medio de todo ese quilombo, además, alguien maneja un auto, una bici, una moto que lleva a todo el mundo a todas partes. Cuando esa responsabilidad se comparte, por ejemplo con el cónyuge, quizás puede entreverse alguna forma de alivio. Pero lo cierto es que en un momento, en todo momento, el chofer es capturado para el resto del día. Y así anda la familia o parte de la familia cruzando la ciudad, porque ese es otro de los condimentos: nada es cerca, todo es más allá, del otro lado, en la otra punta.

Al final del día, vehículo y chofer sumaron decenas de kilómetros cosiendo aquí y acullá la ciudad, probando todas las variantes para llegar rápido o siquiera llegar, sí, sí, estoy en camino, estoy a diez cuadras, estoy en la avenida... Uno se ha metido por avenidas y por pasajes ignotos, por recoletas calles barriales, por infames atajos de tierra, todo para llegar a algún lado y descontar de la múltiple agenda móvil uno de los horarios anotados.

Como si se tratara de una carrera de postas, dejamos o alzamos a alguien de la familia en tal lugar para picar hacia otro. A mayor cantidad de integrantes de la familia, o a mayor amplitud etaria, las cosas sew complican y uno sólo es un remisero agravado por el vínculo. En un algún momento puede ocurrir que te sientas un organigrama. En algún momento creés que la heladera más grande no era para contener más alimento por el crecimiento de la familia (hoy están más bien vacías) sino para que entre el cartel con el horario de todos, un mural...

En vez de stress laboral empezás a sentir stress familiar. Querés irte de vacaciones a algún lado, aunque la sola idea de manejar te estresa todavía más. Pero te recomponés, unís la familia entera en una sola propuesta común, casi un milagro, llamás un taxi y cruzás la ciudad de nuevo rumbo a la terminal y, defecto profesional, le empezás a dictar por qué calles ir para llegar a tiempo, porque el colectivo parte a las 15.30 en punto. Y no llegamos, no llegamos.