Llegan cartas

Cristo es la respuesta

Griselda Sguazzini.

DNI. 16.817.726

Señores directores: Al observar este mundo, a nuestro país y ciudad, tan plagados de dolor, indiferencia, odio, corrupción; de familias destrozadas; de droga y alcohol; de libertinaje, desenfrenos; del hambre, material y espiritual, que nos separa, que margina, que nos divide en bandos; con niños sin contención, y tantos otros flagelos, como cristiana, simplemente digo que la falta de Cristo en nuestras vidas nos conduce a grandes desdichas, aflicciones, perturbaciones y un destructivo vacío interior. Y todo esto sucede mientras existe un Dios poderoso y soberano, pero a quien no le damos el debido lugar para actuar.

Es fácil evidenciar el real desconocimiento de su palabra, de sus enseñanzas en el Evangelio, tan sólo al ser testigos de los acontecimientos que se registran diariamente.

Dios es muy claro, y por medio de la Biblia nos brinda sabias y precisas instrucciones sobre cómo debemos conducirnos en esta vida. Si nos interesáramos por conocerlas, si pusiéramos nuestro granito de arena en función a esto, muy distinta sería la realidad de todos, porque “lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmo 119:105). El Señor siempre nos tiende su mano, al decirnos: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). En Él no sólo hallaremos descanso, refugio, sino una vida nueva, transformada; una sociedad diferente, una familia renovada, salvada. No nos desampara: “Toda palabra de Dios es limpia; Él es escudo a los que en Él esperan” (Proverbios 30.5). Renueva nuestras fuerzas: “El sol no te fatigará de día, ni la luna de noche” (Salmo 121.6). Nos enseña cómo es su amor: “Hijitos míos: no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1ª. Juan 3:18), y a compartir con quienes tienen necesidades. Nos consuela y anima: “No temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo dondequiera que vayas” (Josué 1:9).

Aun nos enseña a orar por quienes conducen el destino de los pueblos: “Hagan súplicas, oraciones, intercesiones y acciones de gracias por todos los hombres (...) por todos los que están en eminencia, para que llevemos una vida tranquila y reposada en toda piedad y dignidad” (1ª. Timoteo 2:1-2).

Pero también nos guarda de no ser engañados: “Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el cristo; y a muchos engañarán... Porque se levantarán falsos cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos”. (Mt. 24: 4, 5). No obstante, la Palabra nos aporta claridad al respecto: “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Efesios 2: 20). La Iglesia de Jesucristo está edificada sobre el fundamento del Antiguo y el Nuevo Testamento, es decir sobre los profetas y los apóstoles, siendo la principal piedra angular el mismo Jesucristo, y como edificio vivo de Dios (1 Pr. 2: 5) crecemos a modo de templo santo en el Señor (Ef. 2: 21).

Finalmente, nada más categórico que lo que encontramos en Juan 14:6: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie llega al Padre sino por mí”. Jesús es la clave: por eso debemos conocerlo “... y este es el amor, que andemos según sus mandamientos” (2 Juan 6). En todo lugar podemos hallarlo; sólo basta con hablarle, comunicarse con Él, tal como lo haríamos con un buen amigo. Y Él es el mejor. Cristo es el camino. Cristo es la respuesta.