Conversación con Nydia Andino

 

Conversación con Nydia Andino

La imagen muestra a la artista en su taller.

 

—Últimamente estoy pensando que soy pintora. Yo siempre pensé que era fabricante de cosas.

—Pero una cosa no impide la otra, porque uno pinta objetos... cuadros...

—Pero nunca me animé a llamarme pintora.

—¿Y por qué? ¿Creés que es un rótulo demasiado...?

—Un poco grande.

—¿Por qué?

—Porque yo siempre lo hice a mi manera y siempre creí que no tenía los conocimientos teóricos que pudieran legitimar mi trabajo.

Últimamente ya no pienso tan así. Por eso, nunca me animé a llamarme pintora y mucho menos artista.

—Pero los trabajos no se legitiman por la teoría que uno tiene incorporada sino por lo que uno hace y muestra, porque la gente no ve las teorías, ve las obras expuestas.

—Pero en general acá en Santa Fe y creo que en todas partes, la mayoría de las personas que se dedican a esto tiene atrás una formación académica.

—Esto no es ni bueno ni malo en sí mismo, es una circunstancia.

—Bueno, yo fui a la escuela de arte.

—A ver, ¿cómo es eso?

—Bueno, yo fui a cursos.

—No hiciste una formación regular, la convencional entonces.

—No.

—Bueno, pero es no es ni un punto a favor ni uno en contra, es sólo un accidente, en todo caso una cuestión que se supera.

—Yo no creo que sea así. Creo que vos de ese modo (cursando estudios regulares) partís con una mayor seguridad, después, con el paso del tiempo te vas afirmando, pero al principio es duro si no se tiene ciertos conocimientos que te den bases ciertas.

—Es decir que te parece más compleja la experimentación personal con los riesgos que eso implica, que la formación académica...

—Cuando yo me di cuenta... siempre hablo de López Claro (César), porque para mí fue con él cuando supe que lo que yo hacía, esté o no bien hecho, tenía algún valor, y no fue porque me lo hubiera dicho expresamente, sino por la forma en que miraba los trabajos. A pesar de ser un hombre con muchos años de trabajo, tenía capacidad para sorprenderse ante las cosas. Entonces, eso... porque vos tenés que basarte en algunas cosas, o te apoyás en los conocimientos que tenés, o en vos misma, pero siempre tenés que tener alguna ayudita. Especialmente con un trabajo como el mío, que no es un trabajo preciosista.

—Pero lo importante es que en el punto de partida tengas confianza en vos misma y que te atrevas a hacer una pintura -ya que de ellos hablamos- y las muestres; porque no hay obligación alguna de pintar y exponer. Cada quien pinta si quiere y expone si desea. Es un principio de libertad.

—Sí, claro. Pero vos lo podés hacer siempre con la duda. Yo a la duda la sigo teniendo.

—Está bien, pero la duda forma parte de la condición humana. Si no hubiera dudas, si sólo hubiera certezas, estaríamos quietos como maniquíes, ¿verdad?

—Sí, pero es necesario tener una cierta certeza para decir esto o lo otro. Vos no sabés lo que es querer y no poder y no saber si lo que estás haciendo es una cosa. Nadie creía en mí. Costó mucho que incluso mis familiares aceptaran mi manera de pintar.

...

—En la vida, todos hacemos lo que podemos y lo que intentamos, porque el patrón de conducta perfecto es una teorización, nada más. Yendo a otra cosa ¿cuándo empiezas a pintar?

—De chica era siempre la que dibujaba en los pizarrones, a Perón, a Evita, a San Martín y Belgrano, en la escuela, pero me salían ¡tan bien!

Después me casé joven, vinieron los hijos, vivíamos casi en el campo, porque ahí mi marido tenía una fábrica de pintura, tan luego... Y un día, yo estaba (lo conté tantas veces ya) estaba pintando una pared. Cuando yo pintaba paredes en castigo me ensuciaba entera, como me ensucio ahora con los pinceles, viste. Por ahí me parecía demasiado, y entonces lloraba. Entonces le dije a mi marido: ¡mirá lo que estoy haciendo, pintando paredes, yo que quería ser pintora de cuadros! Y mi marido me contestó: ¿y a vos quién te impide ser pintora de cuadros? Al día siguiente fui a la Escuela de Arte y me anoté en un curso.

Pero estaba tan incómoda que al día siguiente fue de nuevo y le dije a la secretaria de la escuela que yo me había anotado pero no sabía si iba a poder porque yo no sabía dibujar. Y ella me dijo: ¿Y usted que se cree, que aquí viene la gente porque sabe? Y bueno, ahí me retiré conforme. Tuve de profesores libres a Zulema Palacín. Ella me hizo entrar como en un mundo especial donde el arte era cosa sacrosanta, por ese amor por el papel, que todavía conservo. Nosotros no tocábamos el papel cuando trabajábamos, hacíamos formas a punta de lápiz sin tocar la superficie del papel, así en el aire. También estuve un tiempito con Nuñez, con Julio César Bota. Yo no sé si me enseñaron a pintar. Pero, por ejemplo, Julio te abría las puertas, te daba libertad.

—¿Cuál es el destino último que vos crees puede tener tu pintura?

—A raíz de esta propuesta tuya empecé a ordenar y me dije: bueno, fue mucho trabajo. En un momento pensé: si me muero, y tienen que tirar todas estas cosas, al menos que las tiren ordenadamente. En realidad no sé qué va a pasar con mi pintura.