Los maduros juegos

 

Los maduros juegos

 

J.M. Taverna Irigoyen

Paul Klee razonaba en su Diario, en 1912: “Hay unos principios primitivos del arte y se los encuentra en las colecciones etnográficas o en las propias cosas, que son las habitaciones de los niños. ¡No te rías, lector! Los niños tienen ese poder, y es una lección de sabiduría que ellos pueden dar”. Las palabras del gran artista iban más allá en la defensa del concepto, pero éste tiene una claridad tan directa, que no requiere de mayor abundancia en la argumentación. Es que la pintura en estado de gracia (no la ingenua o naif, tampoco la pretendidamente primitiva o salvaje) posee en sí toda la naturalidad que se pierde, tantas veces, con la técnica o la férula de las influencias. El arte como expresión de libertad gozosa, como raptus simbólico, sólo cabe como una manifestación de vital alegría, sin concesiones. Y así hay que recibirlo.

Nydia Andino posee, en gran medida, esa naturalidad del gesto, esa espontánea vibración que -a veces en la elementalidad casi transgresora de una silueta- deja percibir su temperamento y la fluyente fuerza de su expresión. Construye un mundo abierto, no necesariamente con motivos precisos. Más bien su pintura se deja llevar por escenas un tanto disparatadas, simples y, sin embargo, contundentes. Son figuras que crecen en el plano con sus miembros desplazados, conjugando situaciones que no tienen mayor importancia, pero que, no obstante, alertan al ojo del contemplador. Unitariamente o en conjunto, esas figuras están cargadas de una energía que contagia, de un trasfondo emocional que inquieta, de una temporalidad que pareciera pertenecer a otra fantasía.

Son personajes-muñecos que conforman su propia historia, que cuentan (para el que les quiera creer) sus diálogos quizás disparatados, pero no por ello menos ciertos. Figuras que trascienden de su encantador mundo de alegorías -patinando, nadando en el espacio, viajando en autos de juguete- y que invitan simplemente a entrar en el sutil juego de las asociaciones. Pero (y aquí cabe la primera advertencia) Nydia Andino trabaja ese plano con una notable fortaleza cromática. Su paleta es decidida y plural, con impactos de colores primarios que atraviesan generosas áreas, casi sin modulaciones. Son ráfagas cromáticas, pinceladas rotundas, espacios que se ensamblan en rojos y azules, verdes y amarillos, algunos blancos delimitantes, trasfondos de ocres... Una explosión de pigmentos a la manera fauve. Y sin embargo, una coralidad cromática que equivale, en muchas de sus obras, a una verdadera fiesta.

La pintura de esta santafesina cuya obra ha merecido premios y ha sido exhibida fuera del país, es también el producto de una suerte de rango de lo popular. (Aquí va la segunda advertencia). En el humor que la impulsa, Andino juega a testimoniar lo de todos los días, sin inventar nada. Y sus personajes, a veces como salidos de potenciales grafitis, gozan de la temperatura de lo espontáneo. No son duros, jamás están impostados. Simplemente, existen. El mundo del grabado -fundamentalmente las técnicas serigráficas- también acoge a estos personajes desprejuiciados y vitales. La estampa, así, transfiere a veces multiplicando las esencias de sus campos pictóricos. Y la obra de Andino asume otras proyecciones sin perder contenidos. Cargada de fantasías, de sabia inocencia, pero sobre todo, como quería Klee, de esa razonada pureza que muy pocos pueden mantener en equilibrio.

“Venus del río”. Acrílico sobre madera.