EDITORIAL

La violencia y el submundo del fútbol

Una vez más las patotas o barras bravas se lanzaron a la calle promoviendo su habitual espectáculo de violencia y destrozos. Esta vez los hechos sucedieron en la ciudad de Rosario y los protagonistas fueron los hinchas de Newells Old Boys. Como lo señalara la crónica, los hinchas tomaron la calle por su cuenta y se dirigieron a una de las sedes del club Rosario Central y, como las plagas, destruyeron todo lo que se presentó a su paso ante la amarga mirada de los comerciantes de la zona -que veían cómo la turba destruía sus vidrieras- y la complaciente inoperancia de los directivos del fútbol.

Lo curioso es que la batalla campal fue anunciada con bastante anticipación. Los jefes de hinchada dijeron que tal día a tal hora irían a tal lugar. Nadie hizo nada para impedir que lo peor sucediera. Los hinchas de Rosario Central los esperaron y la batalla se realizó a costa de la tranquilidad y la seguridad de vecinos y comerciantes. Todo se realizó con absoluta impunidad. A la policía se le hace muy difícil intervenir en estas circunstancias. En Buenos Aires, en Córdoba y en las grandes concentraciones urbanas donde estos hechos ocurren con demasiada frecuencia, se escuchan las mismas explicaciones.

El tema de la violencia en el fútbol es una de las grandes asignaturas pendientes de la agenda política contemporánea. Los esfuerzos que se han hecho para reducirla a su mínima expresión no han logrado objetivos importantes. Periódicamente los hechos de violencia se reiteran y da la impresión de que las denominadas barras bravas tienden a convertirse en verdaderas bandas multipropósito, con sus jerarquías, sus conexiones clandestinas y sus códigos secretos.

Lo que se sabe, lo que la experiencia de los últimos años ha enseñado, es que estas patotas pueden crecer y desarrollarse cuando cuentan con el apoyo de directivos de clubes, de padrinos políticos o de jefes sindicales. Mano de obra disponible para cuanto trabajo sucio se les ofrece, las relaciones con el poder son las que los alientan y les permiten ejercer un conjunto de actividades delictivas al margen del fútbol.

En este sentido, desde el tráfico de drogas hasta los convenios con empresas turísticas para que los viajeros vivan la emoción de un partido de fútbol en medio de la hinchada; o, desde la reventa de entradas hasta la extorsión a jugadores y directivos, todo vale para realizar buenos negocios en clave mafiosa.

Lo sucedido en Rosario hace unos días demuestra no sólo la agresividad de estos grupos sino sus relaciones secretas y no tan secretas con otros centros de poder. En el caso que nos ocupa, el reclamo que justificó la batalla fue el de una mayor entrega de entradas para el clásico rosarino. Es probable que algunos de los manifestantes hayan creído sinceramente la historia de las entradas de fútbol, pero existen buenos motivos para pensar que el tema de las entradas fue apenas un pretexto para saldar otro tipo de cuentas y desplegar una amenazante capacidad movilizadora.