BRUJOS DEL SONIDO

EL CHOQUE URBANO

BRUJOS DEL SONIDO

El viejo andén de la Estación General Belgrano fue la sala sin butacas donde se montó el primer escenario del ciclo Arte Ciudad que, organizado por la Secretaría de Cultura de la Municipalidad, presentó la magia sonora de El Choque Urbano.

Florencia Arri

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En la noche del viernes, el haz de luz del buscador que se proyectó desde el andén de la vieja Estación Belgrano halló en el cielo un espejo que la devolvió sobre los tirantes gastados. Sus muros grises, fríos, fueron esta vez escenario de una sala sin butacas que vibró con la puesta teatral y sonora de El Choque Urbano. Durante poco más de una hora y media, el lugar fue en sí mismo una gran caja de resonancia que magnificó vibraciones de cientos de cuerpos, metálicos, plásticos y humanos.

Con gemidos, gestos y un lenguaje que prescindió de las palabras y ancló en movimientos y sonidos el significado, el grupo narró la historia de “La nave”: un viaje sin rumbo que despertó el asombro de quienes zarparon junto a sus trece integrantes en la aventura. El desafío fue zambullirse en la delgada línea que separa ruidos de sonidos para hilar con ellos potentes melodías, olores, amores, peleas y diálogos.

Resonancia

La historia comenzó con un abrazo que apretó, persiguió, succionó y terminó por sumar al público como uno más de los suyos. El escenario fue una estructura metálica que enmarcó el extenso mar donde la nave fue un navío sin motor que generó juegos escénicos dentro, fuera y en torno de sí.

Las herramientas fueron láminas metálicas, ollas, grandes tambores de plástico, de acero e incluso bolsas de nylon que en sus golpes, roces y vuelos generaron, de diferentes modos, distintas melodías. Sus tripulantes, chicos atrapados en cuerpos grandes que extrajeron sonidos de sus cuerpos, de su superficie y extremidades, del movimiento del aire en sus cavidades. Aire que chocó en los muros de la estación, que bailó en tubos de diferentes longitudes, se mezcló y generó música en quienes, sin percibirlo, fueron más tarde instrumentos.

Entre la multitud, se escuchó un “no puede ser”, “son unos grandes”, “son músicos”, “son magos”. En sus palabras, en la perplejidad de sus miradas, la expresión fue que, con simpleza de infantes y grandeza de artistas, sus integrantes montaron un mundo de sonidos allí donde pocos podían adivinarlo. Los matices fueron una sutil lucha que logró movilizar a quienes se olvidaron del frío en el andén y se sumaron al juego. El desembarco fue el encuentro con el otro -los otros- que debajo del escenario se sumieron en el embrujo percusivo de los trece brujos y se descubrieron en una verdadera fiesta.

Tras dos falsas despedidas en las que el público pugnó por extender la magia momentos más, la recompensa fue más música: una lluvia de golpes sonoros, la explosión de los aplausos.

Con simpleza de infantes y grandeza de artistas, la puesta generó una sutil lucha que logró movilizar a quienes se olvidaron del frío en el andén y se sumaron al juego. foto: Pablo Aguirre