De domingo a domingo

Las encuestas no se juegan

Hugo E. Grimaldi

(DyN)

Un empate técnico es lo que casi todas las encuestas reflejan hasta el momento, para enmarcar la definición electoral de lo que será la “madre de todas las batallas”, la provincia de Buenos Aires.

Esto quiere decir que, hasta el momento, Néstor Kirchner está arriba en el distrito por encima de Francisco de Narváez por tres o cuatro o cinco puntos, lo que en cualquier sondeo se llama “error muestral”, un concepto que además le sirve de paraguas a los encuestadores, por si a último momento cambian las tendencias.

El concepto de paridad, además engloba la polarización que nuclea a los candidatos del justicialismo, partido que promete congregar el día 28 las preferencias de dos tercios de los bonaerenses, en una suerte de interna con la vista puesta en las presidenciales de 2011.

En las primeras mediciones, los números mostraban algo más arriba a los llamados “disidentes”, hasta que apareció la figura de Daniel Scioli, quien probablemente haya sido el gestor de la diferencia que hoy luce, con ventaja mínima y aún fluctuante, a favor del kirchnerismo, que pretende ganar ese distrito “aunque sea por un voto”, para mantener la preeminencia del ex presidente en la mesa de decisiones del peronismo.

En tercer lugar y mucho más abajo, aparece la intención de voto hacia el Acuerdo Cívico y Social (ACS), cuya cabeza de lista es Margarita Stolbizer, a favor de la adhesión que logra esa coalición en los grandes centros urbanos de la provincia (La Plata, Mar del Plata, Bahía Blanca). Esta ubicación ha generado en las últimas horas acusaciones de Ricardo Alfonsín, quien denunció que se están manipulando las encuestas para inducir el voto, a partir del gran conducto de dinero que, imagina, le llega a las consultoras de las dos vertientes del peronismo.

La certeza de un escenario de este tipo ha hecho que los candidatos peronistas hayan tomado durante la última semana caminos bien definidos. De Narváez, por ejemplo, y aun a riesgo de colisionar con la mayor ortodoxia de Felipe Solá, ha buscado pelear el llamado “voto útil” de los adversarios y sobre todo el de los indecisos, que es aquel que los ciudadanos privilegian como mal menor cuando presienten que el candidato o partido de su preferencia no tiene chance y, sobre todo, si se trata de que pierda el rival que más antipatía les despierta.

De allí que, para evitar la fuga, el ACS siga diciendo que Kirchner y De Narváez son lo mismo y que no hay que elegir entre personas, sino entre los valores de la decencia y la corrupción. En cambio, como Kirchner sabe que ya no puede pescar nada entre las capas medias que podrían fluctuar entre sus otros dos rivales, ha elegido la estrategia de convencer a sus compañeros del Conurbano, sumándoles más dosis de peronismo, con la pretensión de que no sigan saltando el cerco o aun para que vuelvan al redil.

Y lo ha hecho con dinero y con los soportes más habituales de la doctrina justicialista que, por el lado del gobierno, encarnan los discursos de la presidenta referidos al valor del consumo interno (“El capitalismo se construye con consumidores”) o de la obra pública y con toda la obsesión y los recursos del fisco puestos en que no se destruyan empleos, como se ha visto en el salvataje de la filial local de General Motors.

En el mismo sentido de sumar puntos para las elecciones, otro de los clásicos de la semana ha sido la difusión como grandes logros de las cifras sobre recaudación o comercio exterior y en este punto, aun a riesgo de que ella lo tome como un “agravio” o una “descalificación”, tal como suele decirle a sus auditorios a la hora de inspirar compasión, hay que marcar que, a veces, Cristina Fernández de Kirchner cruza límites que la ponen al borde de convertir las exageraciones electorales en cuestiones de manipulación de la opinión pública, lo que objetivamente no la deja para nada bien parada.

El lunes pasado, en Río Gallegos, la presidenta montó en cólera contra alguien que le hizo notar que había difundido un número de recaudación ligeramente errado. Sin embargo, fue más que notorio que su equivocación mayor fue mostrar como un récord una cifra nominal que, en relación al nivel del año anterior, tiene incorporados los fondos que antes iban a las AFJP y que no considera para nada el deterioro inflacionario, con lo cual la magnitud del resultado previsto se diluye notoriamente.

Por el lado del balance comercial, Cristina anunció el viernes que el superávit había crecido “a pesar de la crisis, de un mundo que se derrumba”, en más de 120 por ciento en comparación con el año pasado, aunque a la vez reconoció que las exportaciones “apenas se nos han caído un 20 por ciento”. Alguien debió explicarle a la presidenta que esa combinación sólo puede ser posible si hay una pérdida mayúscula de las importaciones, lo que estaría ratificando el parate productivo que las cifras oficiales y ella misma se niegan a admitir.

Con menos escrúpulos, y también en defensa del “modelo” en una tarea en tándem con la jefa del Estado, su esposo se ha vuelto a poner en el rol de “policía malo” y caminó por unos días por un desfiladero que, sobre el fin de la semana, parece que mandó a desactivar: la pelea con los empresarios, que viene in crescendo desde que se produjo la estatización por parte de Venezuela de tres empresas del grupo Techint.

Ya esta columna había señalado que, desde el primer momento, se había observado un repudio unánime de las organizaciones gremiales empresarias, como nunca antes se había verificado en tiempos del kirchnerismo y que esa unanimidad mandaba un mensaje al gobierno sobre que aquí no se iban a tolerar procedimientos similares.

Durante los primeros días, la naturaleza de Kirchner lo llevó a comportarse como en aquellos pocos felices tiempos de la pelea con el campo que tanto erosionó su imagen y entonces mandó a azuzar a las empresas, impidiendo que Edesur pudiera pagar dividendos o nombrando síndicos oficiales en las compañías donde la Anses ha colocado directores, por ejemplo. Hasta él mismo acusó a otra empresa del Grupo Techint de pagar honorarios desmedidos, ínterin mantiene una disputa con los gremialistas de la UOM, mientras que su esposa ya había dicho con tono crítico que el primer pago de Venezuela por Sidor había sido girado a Alemania.

Pero en la oportunidad, bien le vino a Kirchner el condenable insulto que le propinó Alfredo De Angeli, lo que lo ha dejado en el papel de víctima que tanto le gusta ejercer ante el auditorio y oscureció los demás conflictos. Sin embargo, la palabra que utilizó el chacarero, hoy de amplio uso sobre todo entre los jóvenes y los más chicos, suena institucionalmente muy dura, porque afecta la investidura de un ex presidente de la Nación, pero no connota tanto para la memoria de los argentinos como el hecho de llamar a alguien “golpista”, que fue el mote que el candidato le endilgó al campo desde una tribuna y el adjetivo que encendió la hoguera de la escalada verbal.

El agravio de De Angeli ha seguido a una serie de manifestaciones que sobre todo la gente del campo ha tenido en contra de los candidatos oficialistas en muchos distritos de las provincias agrícolas, los escraches, una deleznable práctica que, cuando no les tocaba, alguna vez fue vista con simpatía por las autoridades.

Para la interna, hay que tomar nota también que el próximo 29 de junio los diarios anunciarán que Duhalde vuelve al ruedo de la política activa. Desencantado por el armado de listas de De Narváez, que dejó a muchos de sus amigos afuera, ahora se declara prescindente en las próximas elecciones y ha prometido que después del recuento de votos, termine como termine la compulsa bonaerense, dejará el supuesto ostracismo que se había autoimpuesto y se dedicará a pelear por volver a conducir el peronismo de la provincia, todo un mensaje que deberán procesar de ahora en más muchos intendentes del Conurbano, sobre todo. Parece que en la Argentina, definitivamente, los cafés literarios no le caen nada bien a los políticos.