Edición Sábado 13 de junio de 2009

Edición completa del día

Edición impresa del 01/12/2019 | Todos los Títulos

Crónica política

¿De qué fiesta hablamos?

Rogelio Alaniz

“Un buen gobernante no debe hacer lo que la sociedad desea sino establecerle a la sociedad cuál debe ser su deseo”. Walter Lippmann

No creo que Santa Fe esté de fiesta. Tampoco creo que los socialistas estén de fiesta. No le veo a Binner cara de fiestero. A decir verdad, hace rato que Santa Fe no está de fiesta. Ni siquiera en los tiempos de Reutemann, que tampoco tiene cara de ser amigo de las fiestas. La fiesta en Santa Fe existió en tiempos de Reviglio y Vanrell, cuando Santa Fe disfrutaba del dudoso honor de ser la provincia más corrupta de la Argentina. Aquélla fue una fiesta y no macana. Fiesta para los rufianes, por supuesto.

Con Reutemann se puso punto final a la bacanal peronista. Lo hicieron los propios peronistas inventando un candidato que no tenía nada que ver con las tradiciones peronistas. Y la ayuda de un sistema electoral perverso que, para ser sinceros, conviene recordar que contó con el apoyo del entonces dirigente radical Horacio Usandizaga, hoy devenido en dirigente deportivo y, si le vamos a creer a los diarios, flamante puntero reutemanista.

De la llamada “era Reutemann” pueden decirse muchas cosas, pero está claro que la corrupción en su versiones más groseras y morbosas llegó a su fin. Basta comparar esta provincia con Córdoba o Buenos Aires para establecer las abismales diferencias entre una provincia donde existen bolsones de corrupción y otras donde la corrupción es como un cáncer que consume todas las energías.

Si alguna fiesta hubo en la década del noventa fue la de las privatizaciones. La fiesta, por supuesto, la disfrutaron los privatizadores, sus beneficiarios. Al respecto, algunas aclaraciones son pertinentes. No creo que una privatización en sí misma sea perversa. Tampoco creo que una empresa extranjera sea la encarnación de Satanás o haya que exigirle que se comporte como una dama de beneficencia. En cualquier caso, lo que importa cuando se privatiza es prestar atención a las condiciones en las que se realiza, poniendo particular atención a los controles institucionales. A los problemas con las privatizaciones en la década del noventa no los provocaron las empresas extranjeras sino los funcionarios argentinos. Creo que en ese punto los gobiernos de la “ era Reutemann” no pueden estar orgullosos de su obra.

No creo que Reutemann se merezca el mote de “inundador”. Es injusto y mentiroso. Mucho menos creo que la sociedad lo vaya a sancionar por ese tema. La inundación fue una tragedia de la naturaleza que encontró a Santa Fe sin instituciones y sin funcionarios capacitados para prevenirla y reducir al mínimo sus consecuencias. Lo que le ocurrió a Reutemann podría haberle ocurrido a cualquier gobernador. El problema es que le ocurrió a él y por estas cosas, justas o injustas, siempre se paga un precio.

Tampoco creo que sea un asesino o algo parecido. En todo caso lo que se le puede reprochar es no haber contado con funcionarios idóneos para afrontar una crisis social como la que se le presentó en Rosario en 2001. Creo que todo se hubiera aclarado mucho mejor si el peronismo hubiera admitido que se investigara -como se hizo en Buenos Aires-, pero en ningún caso es justa la imputación de asesino.

Si algún reproche se le debe hacer a la “era Reutemann” no es tanto por lo que hicieron como por lo que dejaron de hacer. Modernizar el Estado fue -y es- la gran asignatura pendiente. Establecer con la Nación acuerdos de coparticipación justos para la provincia ha sido la otra. Recortar las jubilaciones y pensiones fue la tercera. Por lo demás, fueron gobiernos de cuentas claras que no recurrieron a la violencia ni al despotismo para gestionar el poder. Santa Fe, en la “era Reutemann” no se endeudó, no emitió bonos, ni dejó de cumplir con sus principales compromisos. Córdoba, Buenos Aires o Entre Ríos no pueden jactarse de lo mismo. En la década del noventa, no hay deuda pública en Santa Fe y eso es un gran mérito. Lo que hay es deuda social, una imputación seria a gobernantes de una provincia rica y pródiga en recursos.

Retornemos a la fiesta. “Fiesta”, además de ser el título de una hermosa novela de Hemingway, es una metáfora a la que se recurre para designar el derroche de los gobernantes. La aclaración es pertinente porque la “fiesta “ siempre es un vicio de las clases dirigentes, nunca de los sectores populares cuyo máximo nivel de distracción puede llegar a ser un partido de fútbol, siempre y cuando el equipo de sus amores gane, algo que en Santa Fe no suele ser demasiado frecuente.

La llegada del Frente Progresista al poder después de veinticinco años de gobiernos peronistas provocó un inevitable desplazamiento de funcionarios. Los opositores dicen que en las reparticiones los funcionarios rosarinos suman legiones. Y esas legiones están de fiesta. No creo que sea para tanto; tampoco creo que esas designaciones afecten el presupuesto de la provincia, salvo que alguien crea que designar maestros, policías y enfermeros -todos por concurso-, constituya una fiesta.

Más no puedo opinar, porque desde que los socialistas asumieron el gobierno jamás he ido a la Casa Gris. Nunca me invitaron. Ni siquiera para el Día del Periodista. Yo estoy seguro que no lo hacen por autoritarios ni porque estén enojados conmigo o porque sean malas personas, simplemente lo hacen porque, como le gustaba decir a mi tía Cata, son mal educados.

Volvamos a las cosas. No creo que hoy la provincia esté mal gobernada. No hay milagros, pero los avances que se han hecho en materia institucional y social han sido importantes. Seguramente siempre se puede hacer algo más, pero lo que se ha hecho en diecisiete meses no es insignificante. Hospitales, escuelas, obras públicas, son algunos de los datos. Titularizar a tres mil profesores y a diez mil docentes es algo más que un dato, es una decisión política justa que obliga a preguntar por qué no se hizo antes. Acordar con los docentes aumentos salariales para que se inicien las clases es un logro, un logro reconocido por toda la sociedad.

El gobernador es un hombre prestigiado en la sociedad y el país. Los funcionarios que lo acompañan son personas decentes y con capacidad de gestión. Pienso en Bonfatti, Sciara, González y Rodríguez, entre otros. En tiempo de desmesuras verbales, el señor Binner es un funcionario sobrio en el lenguaje y los gestos. Su relación con el gobierno nacional es la de un opositor, pero la de un opositor que respeta las instituciones y las investiduras.

Entre Binner y Reutemann hay diferencias y coincidencias que importa precisar. Provienen de experiencia distintas; uno se forjó en la militancia política y el compromiso social; el otro se destacó en el universo deportivo. Ése es el pasado. Hoy los dos son políticos y pertenecen al linaje de los políticos. Después de veinte años de actividad partidaria ocupando los cargos públicos más importantes de la provincia Reutemann no puede presentarse como alguien que no tiene nada que ver con la política.

Por su lado, Binner ha aprendido que el arte de la política no es la discordia, el ejercicio desgastante del conflicto, sino la construcción de la convivencia social. Justamente, lo que diferencia a la política de la guerra es la gestión del acuerdo, la asimilación de las diferencias. Creo que Reutemann y Binner, con sus diferencias, comparten estos criterios. Uno en variante conservadora, el otro en variante progresista.

Reutemann expresa un arco político que incluye al peronismo histórico y a sectores conservadores de las clases medias y altas, urbanas y rurales. Esa alianza ha sido invencible hasta la fecha. Los peronistas van con Reutemann no porque estén de acuerdo con su manera de pensar sino porque los seduce el fetiche del poder. Los sectores medios y altos lo apoyan no porque sea peronista sino porque Reutemann es la imagen inversa de lo que para ellos es un peronista.

Binner también ejerce un liderazgo amplio y policlasista. El equilibrio entre progresismo y moderación ha sido una de las claves de su éxito político. La certeza de que la única justicia social posible es la que se forja en el consenso y la práctica cotidiana de un delicado equilibrio entre acumulación y distribución, es la guía que le permite navegar en las encrespadas olas de la política.

Santa Fe, en la “era Reutemann” no se endeudó, no emitió bonos, ni dejó de cumplir con sus principales compromisos. Córdoba, Buenos Aires o Entre Ríos no pueden jactarse de lo mismo.

a.jpg

Pasión suiza. Hermes Binner y Carlos Reutemann se enfrentan por estos días con una intensidad que echa por tierra la calificación de hombres fríos.

Ilustración: Lucas Cejas

El señor Binner es un funcionario sobrio en el lenguaje y los gestos. Su relación con el gobierno nacional es la de un opositor, pero la de un opositor que respeta las instituciones y las investiduras.



Necrológicas Anteriores