DE RAÍCES Y ABUELOS

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Ejemplo de mujer valiente y luchadora

Colaboración de una lectora de Vera y Pintado sobre la vida de una docente, María Esther Rodríguez de Elguezábal, que hizo mucho por este pueblo. TEXTO. GLORIA DAYER DE VANETTI

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La docente que reformó la educación en Vera y Pintado.

María Esther Rodríguez de Elguezábal había nacido en Helvecia, departamento San Javier, el 16 de febrero de 1896, hija de Dorotea José Rodríguez y Secundina Brun Buisson. Era la mayor de cinco hermanos y le seguían Blanca, Eduardo, María Agustina y Héctor.

Pocos años residió su familia en esa población por cuanto debieron trasladarse a Correa (departamento Iriondo) donde su padre se desempeñó como administrador de una estancia. En 1905 su familia se mudó a Arteaga (Caseros) adonde realizó una similar tarea.

Desde la edad de 6 años, durante el período escolar (1902-1910) residió con su hermana Blanca en la casa de su abuela paterna en Coronda. Una vez terminado su ciclo primario, asistió a la Escuela Normal Mixta para Maestros Rurales, adonde fue compañera de curso de Alfonsina Storni quien ya se destacaba por su brillantez en Castellano y Literatura, y su amistad le sirvió de permanente estímulo.

A los 14 años recibió el título de maestra, formando parte de la primera promoción de Maestros Rurales en la Escuela Normal de Coronda.

En 1911, al oficializarse la Escuela Nacional Nº 138 de la localidad de Marcelino Escalada, fue designada directora. Para este cargo se requería tener 17 años, pero el número de maestros por ese entonces era muy reducido y en plena juventud tuvo la gran responsabilidad de dirigirla y lo hizo durante once años.

Desde 1922 y hasta 1947, se desempeñó como directora de la Escuela Nacional Nº 51 de Fives Lille (hoy Vera y Pintado). Su etapa de 25 años en ésta fue fecunda y admirable. Con tesón, esfuerzo e inteligencia aprovechando toda circunstancia y dando utilidad a todo elemento que tenía a su alcance, logró crear espacios dignos para llevar adelante la tarea educativa y formativa que se había propuesto.

Consiguió la donación del deteriorado inmueble en que funcionaba la escuela, que habían sido viviendas de obreros de la Compañía de Productos Kemmerich a principios del siglo XX, hasta organizar socialmente -desde la escuela- una comunidad joven que contaba apenas con tres instituciones creadas: la comisaría (1892), la escuela (1910) y el registro civil y oficina enroladora (1914).

un BUEN SER HUMANO

Mucho se puede decir de ella como educadora y como ser humano. Su trato respetuoso y cordial, y su humildad le permitió sentirse cómoda con las tres escalas sociales bien diferenciadas que existían entonces en la incipiente comunidad: las familias ligadas a la administración de La Criolla, nuevos propietarios de la Kemmerich, que pertenecían -por lo general- a la alta sociedad de Buenos Aires; los inmigrantes que -poco a poco- fueron asentándose en el lugar; y los sectores más humildes que pertenecían a la clase trabajadora: estibadores, peones de campo, jornaleros, hacheros. La Escuela Nacional Nº 51 había sufrido una gran transformación, no sólo había logrado conseguir la donación del terreno donde funcionaba con todo lo plantado sino que también logró de esa firma el terreno lindante. Pero allí no terminó su cometido: consiguió para el cerco perimetral: postes, tejido, la construcción de veredas y la forestación.

La comisión cooperadora estaba constituida por obreros, peones y hacheros, a quienes les sobraba voluntad para poner manos a la obra, pero les faltaban ideas. Ella logró integrar paulatinamente a inmigrantes extranjeros que se iban sumando a la comunidad, quienes además de sus iniciativas estaban dotados de ingenio y capacidad de resolución inmediata que dieron sostén y apoyo a su incansable labor. Logró el acompañamiento de sus docentes no por imposición sino por convicción.

UNA ADELANTADA

María Esther Rodríguez de Elguezábal formó parte de esa generación de mujeres adelantadas a su tiempo, que iban más allá de los esquemas establecidos por una sociedad en que la mujer debía esperar, antes que reclamar, obedecer antes que dirigir. Con su firmeza logró un reconocimiento ante la sociedad de su época y para la escuela cuanto se propuso.

En 1987 se produjo su deceso, cuando contaba con 91 años. Sus últimas palabras, ya en estado de inconciencia, fueron para llamar a una reunión de maestros. Cuando hubo que nominar la escuela, se consultó a miembros de la comunidad, entre los que aún había algunos de sus ex alumnos; la elección de su nombre fue casi unánime por parte de los habitantes del pueblo; se había ganado el respeto y el reconocimiento.

Quien obra de ese modo, nunca se va del todo, por lo que hizo y por lo que nos dejó, hoy la escuela de Vera y Pintado lleva su nombre: “Escuela Provincial Nº 6.051 J.C. María Esther Rodríguez de Elguezábal”. Próximo a cumplirse su centenario (1910-2010) y como merecido homenaje consideré justo dar a conocer su trayectoria.

La señora de Eguezábal fue quien inició el Libro Histórico de la escuela Nacional Nº 51, dejando una valiosa documentación que me sirvió de base para iniciar las investigaciones relacionadas a mi pueblo.