Al margen de la crónica

¿Cuándo se van los sueños?

Mitos, una nueva tira de Telefé, cuyo casi exclusivo mérito es el de tener un argumento original, despierta una curiosidad: ¿qué pasa con los sueños de juventud? ¿cuándo desaparecen?

El personaje de la ficción es un yuppie, que el mismo día en que se convierte en millonario por un golpe de suerte en la Bolsa, se entera de que su mujer le es infiel, vuelve “a la casita de sus viejos”, a su antiguo cuarto que está intacto, detenido en el tiempo, cubierto de afiches de las mujeres más deseadas de la década del “80. Allí, solo y amargado, desilusionado y rabioso, decide ir por las fantasías que llenaban su vida a los catorce años. Hoy tiene todo para hacerlas posibles: dinero, tiempo, coartadas y complicidades pagadas. Entonces da rienda suelta a su deseo, vuelve el tiempo atrás y se embarca en una doble vida.

A esa edad -los catorce-, todos tienen sueños, de ésos que se sueñan con los ojos bien abiertos, estando conscientes, con la imaginación como cómplice. Por la noche, o cuando la quietud del ambiente ayuda, la fantasía se desborda y se hacen reales, tangibles; en ese espacio se es dueño de la profesión elegida, de una familia ideal, de viajes por bellos lugares. En ese mundo imaginado no existen las exigencias que implica obtener un título en la Universidad, tampoco las desavenencias en las relaciones, ni los avatares de administrar un dinero limitado que apenas permite una escapadita a las Sierras. Tampoco hay enfermedades, ni pérdidas, no existen los disensos, las tensiones, las tentaciones ni las traiciones.

Pero ¿adónde van a parar los sueños que no se concretan? ¿Adónde va esa energía?, ¿qué es de las ilusiones, de los anhelos, de las cosas no conseguidas? La negación de los deseos, ¿tiene que ver con una decisión personal, o es cuestión de hadas? ¿es producto de una ecuación que incluye los dos binomios? ¿o es que el individuo nació para existir disconforme e incompleto?

Con el correr de los años, a medida que crece, el hombre se olvida de soñar, de desear; se resigna, se amolda y responde a lo que el ámbito al que pertenece espera de él. Un día se duerme sin haber soñado, sólo por cansancio y desde ese día, sus sueños van a parar al rincón de los recuerdos que sólo abre en noches de vigilia.

En las novelas, la magia radica en que los personajes, por obra y gracia de los libretistas, pueden realizar lo impensado, lo imposible, lo deseado.

La vida es otra cosa. No hay magia ni libretos y mientras pasa, arruina, hiere, atormenta y entristece. Pero también regala sueños impensados, ésos que asombran y conmocionan porque no fueron previstos y que sorprenden porque llegan de pronto como un regalo no esperado.