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La memoria histórica

Jesús Sancho Bielsa.

DNI: 7.580.333. Foro Mudéjar.

Señores directores: La expresión memoria histórica, tal como se viene utilizando, es un tongo sospechoso y un camelo, una melonada; culturalmente es un invento burdo que degrada la inteligencia; sociológicamente, un insulto a la dignidad de la persona que procura día a día servir y contribuir al bien común de la sociedad.

No hay, pues, memoria histórica, sino recuerdo de hechos pasados, que son objeto de historia al desarrollarse en el tiempo. La expresión no pasa de ser una redundancia en boca del engolado sucedáneo del turno cultural. No es una contradicción, pero es albarda sobre albarda. Sin embargo, la usan ciertos políticos para enfundar propósitos de resentimiento y mala voluntad, que caracterizan mentes empobrecidas y enemigas de la verdad y del bien, con la pretensión de imponer la revisión anacrónica de acontecimientos pasados y enturbiar la convivencia entre los hombres, después de haber superado por acuerdos y olvidos generosos los momentos difíciles y agrios de la contienda entre pasiones exacerbadas.

El hombre es más que resentimiento, que sólo conduce a reacciones de miseria moral y civil. Sólo los fracasados, cobardes e indignos son resentidos; y con los resentidos nunca se consigue algo útil. La dinámica de la historia ha de ser la civilización, la educación, la cultura en toda su dimensión, mejorando el comportamiento del hombre, sujeto a normas profundas que encauzan y defienden la libertad. La norma es el camino de la libertad, que sin cauce se convierte en barbarie y despotismo.

La civilización tiende a superar las reacciones propias del animal, que procede por instintos bajos e incontrolados. Los ciclos históricos agitados por el resentimiento han sido los más oscuros, originando tiranía al despreciar la libertad de los ciudadanos, impedidos de actuar con responsabilidad e iniciativa y acierto en la consecución de logros brillantes, dignos de mérito y reconocimiento social. Es decir, de los hombres merecedores de biografía con agradecimiento de la historia.

Es preciso combatir y contrarrestar el delirio infausto de estas mentes arreboladas de encono y perversión, si no queremos que la civilización y la paz entre la gente y entre los pueblos se desmorone y caiga en un abismo de odio y desesperación. El patrimonio cultural de la historia no gana un ápice con estas aportaciones de los políticos, que dan pena.

Con temor de aurora boreal siento el asombro que experimenté el 25 de enero de 1938, durante la guerra, en Crivillén, Teruel, mi pueblo, al contemplar a las once de la noche el cielo estrellado, frío, limpísimo y rojo. A mis doce años, me invadió el pavor y pensaba que era el fin del mundo. Habíamos pasado con mi madre la velada en casa de tía Juliana, hermana de la abuela Antonia, y al salir vimos el cielo con aquel color bellísimo pero insólito; sin ningún rubor nos pusimos a rezar.