Miedo a morir

Pbro. Hilmar Zanello (*)

El enunciado de este tema (“miedo a morir”) parecería pertenecer exclusivamente al ámbito de la ciencia de la Tanatología, que en estos momentos ha avanzado maravillosamente para ayudar al hombre a terminar sus días lo más humanamente posible, con la victoria sobre los dolores, sufrimientos y desesperanzas.

Tales fueron las enseñanzas que escuché en agosto de 2006 en unas jornadas de Tanatología, aquí en Santa Fe. Pero al final de este seminario se formó una mesa redonda con la intervención de diversos cultos religiosos e ideológicos, sobre el sentido de la muerte: evangélicos, hinduistas, adherentes a filosofías diversas, rabinos y católicos, y allí pude expresar las ofertas del cristianismo a la esperanza de una nueva vida brotada del Evangelio, cuyo centro es la Pascua de Jesucristo, su resurrección.

Viene bien lo que me acaba de expresar un amigo mientras estaba escribiendo estas reflexiones, comentando la situación actual de riesgos y miedos ante esta epidemia gripal. Dijo: “Uno tiene un poco de miedo, pero cuando escucha el Evangelio, viene una calma para todos los creyentes”. Así es Julio César, este amigo que había aprendido una lectura nueva sobre la muerte en la catequesis de adultos.

Ciertamente, ante la muerte no sólo estamos frente a un hecho biológico de una vida que se apagó, sino frente al misterio más profundo del hombre, que busca una respuesta impuesta por esa necesidad de inmortalidad que nace con la misma vida.

Entonces resulta oportuno recordar aquellas palabras de Blas Pascal cuando afirmaba que ante la muerte no se puede estar mudo. O lo que decía el filósofo Jacques Maritain: “La muerte no es algo tan espantoso como incomprensible, la pensamos como una violación, una ofensa, un despropósito”.

La muerte es inaccesible y sorprendente, porque llega y nos domina, pero sí puede ser objeto de reflexión para proveerla de finalidad y de sentido.

Y al reflexionar sobre la muerte ejercemos nuestra memoria para valorar la autenticidad de la vida; ahí podremos descubrir que somos algo más que tiempo transcurrido o materia corruptible.

La persona humana no quiere finalizar su vida en brazos de la nada.

Hemos descubierto que en nuestro interior existe una semilla de eternidad que quiere germinar y dar fruto.

Lo que no podemos negar, porque resulta algo que experimentamos, es esa nostalgia de plenitud, de absoluto, esa hambre de que existe un Dios eterno que da respuesta a nuestros anhelos.

¿Y qué sabemos de la muerte? Con la razón podemos percibir sólo una cara de la muerte, esa cara angustiosa de una dolorosa partida y ruptura de todos nuestros vínculos humanos.

La otra cara de la muerte, lo que existe detrás de este muro, sólo lo percibimos con una mirada de fe y esperanza, nacida de aquellas palabras que pronunciara Jesús, el Señor: “No tengan miedo, yo soy la resurrección y la vida... A quien cree en mí, yo les daré una vida nueva y eterna”.

Sólo el Señor Jesús pudo decirle al ladrón que moría con Él, cuando aquél lo invocó: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Porque la última palabra no la tendrá la muerte, sino la vida.

Ahora, comprendemos por qué los primeros cristianos llamaban a la muerte: “El día de nuestro verdadero nacimiento”, en el que el hombre realiza plenamente su ser auténtico para siempre.

La actitud ante la muerte es distinta según la plataforma desde donde se la mire. Hay una mirada, siempre angustiosa, de quien termina habiendo cumplido una tarea en la vida, pero su término será la nada.

Hay otra mirada, no menos angustiosa, pero llena de una esperanza prometedora de una segunda vida más feliz, plena y eterna. Esa mirada, desde la luz esclarecedora de la fe iluminando las oscuridades de la muerte, nos anuncia una victoria final.

Entonces la muerte es vencida, como enseñaba San Pablo.

(*) Asesor de la Pastoral de la Salud.

Miedo a morir

“La Resurrección de Cristo”, de Hendrick van den Broeck (1519-1597).