Al margen de la crónica

Hay que besarse menos

Si Roberto Galán viviera y aún estuviera con su inefable programa de canto al aire, tendría que cambiar su consigna de “hay que besarse más” por la de “hay que besarse menos”. La gripe A llegó con todo, avanzó en la calle, cerró escuelas, nos obligó a usar más alcohol en un par de días que en toda nuestra vida, redefinió rutinas y se metió en cuestiones tan pero tan arraigadas en nuestra cultura, como saludarse con un beso.

A algunos nos agrada esta nueva modalidad de besarse menos. Para los que hemos tenido una niñez con tías o abuelas querendonas -de esas que aprietan con los abrazos y dejan el rouge en las mejillas- o hemos debido dar por mucho tiempo dos besos en lugar de uno -como dicta la costumbre norteña-, este “distanciamiento social” significa algo así como un respiro. Uno ya no queda como un grosero o un antisocial porque, se comprende, hay un fin sanitario.

¿No es más práctico acaso un simple “hola” que llegar a una cena de 20 individuos y empezar a besar uno por uno? ¿No es más franca esta modalidad de saludo que besuquear a personas que ni siquiera conocemos? O peor aún ¿a personas con las que no tenemos afinidad?

Pasando a otro hábito que cambió la gripe A, nos encontramos con uno sumamente irritante: no poder compartir el mate. Tomar sólo esta infusión -para no contagiar o contagiarse- va en contra de su esencia misma, porque el mate nació para ser convidado.

Ahora es común que un compañero de trabajo se pare al lado esperando recibir ese espumoso y caliente brebaje. Y lo que antes ni siquiera requería palabras, porque es un acto reflejo, no llega. “No te puedo convidar”, dice con dolor el que ceba... y con más sinsabor se va el compañero rechazado. De verle los ojos, puedo decir que le duele más esa negativa, que la memoria de un rebote en un baile adolescente.

Así las cosas, la gripe A va cambiando rutinas y hábitos instalados. Y pregunto ¿dónde quedó la Semana de la Dulzura en la que se cambiaba una golosina por un beso? Es la única excepción que justifica besar a extraños, porque una barrita de chocolate bien vale el esfuerzo, aún en tiempos de emergencia sanitaria.