La vuelta al mundo

Un grotesco drama bananero

Rogelio Alaniz

Una solución razonable en Honduras hubiera sido la de anticipar las elecciones o permitir que Zelaya regresara y concluyera su mandato, con el compromiso de no convocar a un plebiscito para asegurar su reelección indefinida, aspiración que viola una norma constitucional acordada en su momento por todos los partidos políticos. Digamos que en los papeles se pueden pensar diferentes salidas civilizadas, pero en la vida real, con protagonistas exasperados por la profundidad del conflicto o las miserias de los intereses en juego, las soluciones no son tan sencillas; mucho menos las soluciones pensadas en el exterior.

La OEA y las Naciones Unidas expresaron con claridad su oposición al golpe de Estado perpetrado por los militares con el acuerdo del poder político de Honduras. La condena incluye sanciones internacionales que debilitarán la economía de un país pobre y con graves carencias desde hace años. Por supuesto los que sufrirán las consecuencias no serán las enriquecidas clases propietarias de Honduras, sino los pobres, una sensible mayoría que representa al setenta por ciento de la población.

¿Qué se puede hacer desde afuera? Presionar para que Zelaya regrese a Honduras. Intentarlo por lo menos. Es lo que se hizo este fin de semana con el resultado conocido. ¿Qué más se puede hacer? La misma pregunta es probable que se haya hecho Insulza, el presidente de la OEA, un político inteligente que no necesita alardear de su progresismo político porque lo es en serio.

-Hasta aquí llegamos- fue su respuesta. Lo demás le corresponde resolverlo a los hondureños. No está equivocado. La OEA no dispone de otros recursos de sanción y si los tuviera, sería muy opinable que los usara. Hay que decirlo con claridad para que se entienda: cerradas las tratativas diplomáticas, la alternativa sería la ocupación militar. Es lo que amenaza con hacer Chávez. Es una barbaridad por supuesto. La ocupación militar, desde el punto de vista humanístico, alentaría la guerra civil, y desde el punto de vista político sería un atropello al principio de autodeterminación de los pueblos.

Ninguna de estas consideraciones sensibilizaría a Chávez o a los hermanos Castro, porque para ellos todos estos principios valen para esgrimirlos cuando les conviene. No deja de resultar gracioso que Chávez le exija a Estados Unidos que intervenga en la región. Continuando con la saga humorística, diríamos que lo que Chávez propone es una política de cañoneras de izquierda o una invasión de marines socialistas que impongan por la fuerza lo que Zelaya no puede resolver por otro camino. Ignora el destino del socialismo del siglo XXI propuesto por Chávez. Por lo pronto me resulta gracioso, y mucho más gracioso me resultan los que creen que semejante adefesio merezca el nombre de socialismo.

Obama -conviene recordar- condenó personalmente el golpe de Estado. Agregaría que el embajador de Estados Unidos protegió en su residencia al hijo de Zelaya, porque no se le escapaba que las bandas militares lanzadas como jauría a la calle son capaces de cometer las atrocidades más viles. Y, también hay que decirlo, estos energúmenos a lo único que respetan en el Caribe, a los únicos que le tienen miedo es a la embajada de Estados Unidos.

¿Qué más pueden hacer los yanquis? ¿Invadir? Eso es lo que propone Chávez. Bush invadió Irak para defender la democracia; Chávez propone invadir Honduras para defender el socialismo del siglo XXI. Groucho Marx, y tal vez Carlos Marx, se hubieran divertido mucho con Chávez. Sobre todo porque el socialismo del siglo XXI estaría representado en este caso por ese personaje grotesco, venal y banal, que se llama Manuel Zelaya.

Hay un debate abierto acerca de si efectivamente lo sucedido en Tegucigalpa fue un golpe de Estado. Mi opinión es que si no lo fue es lo que más se le parece. Sin entrar en vericuetos teóricos digamos que la imagen de una patrulla militar irrumpiendo en la residencia de un presidente para sacarlo en paños menores como chicharra de un ala, es lo más parecido a un golpe militar en versión bananera.

Es verdad que Zelaya había desconocido a la Corte Suprema de Justicia y al Parlamento; es verdad que se trata de uno de esos personajes tropicales de los que no se sabe bien qué es más detestable, si su carácter perverso o sus arrebatos ridículos. Todo eso es verdad, pero nada justifica la intervención militar en estos términos. En un país civilizado, la salida correcta hubiera sido el juicio político... en un país civilizado. En Honduras, el tercer país más pobre de América Latina, estas cosas se resuelven honrando las mejores tradiciones bananeras. Como en los western spagheti, todos los personajes son siniestros y grotescos. Micheletti no sólo comparte con Zelaya el mismo partido sino el mismo estilo brutal y vulgar de ejercer el poder. Que uno diga que es socialista y el otro asegure que es liberal, para el caso no tiene ninguna importancia, porque en realidad ni Micheletti es liberal ni Zelaya es socialista.

Porque todas estas consideraciones estuvieron presentes es que la mayoría de los jefes de Estado trataron el tema con mucha cautela. Por un lado condenaron la asonada militar, pero por el otro trataron de tomar distancia del circo bananero. Lula ofreció un avión para que se trasladaran los funcionarios de la OEA y punto; Tabaré Vázquez y la señora Bachelet expresaron su condena y dejaron que sus cancillerías se hicieran cargo del trámite. El presidente de México, que podría haberse involucrado por razones geográficas también tuvo un rol discreto, porque si bien nadie iba a aceptar el golpe de Estado, nadie iba a comprar sin beneficio de inventario el discurso victimizador de un personaje grotesco como Zelaya.

Por el lado chavista, las cartas se jugaron con más transparencia. Chávez montó su habitual circo, acompañado por los hermanos Castro. Chávez -el golpista y el maestro de las reelecciones indefinidas- y los hermanos Castro, titulares de la dictadura más prolongada del mundo, invocaron principios y valores en los que no creen para hacer un poco de propaganda antiimperialista, entre otras cosas porque ellos también saben muy bien que Zelaya es un mamarracho poco confiable.

Lo que nadie entiende es qué estaba haciendo la presidente argentina en esa murga. Recordemos que hace un año y medio su marido también se prestó a protagonizar el papelón del año, deambulando por la selva en busca de un rehén que no era tal. Ahora, el grotesco lo hizo su esposa. En todos los casos, la desmesura, la sobreactuación y, de alguna manera, el ridículo. La foto de la presidente argentina al lado de Zelaya luciendo su ampuloso sombrero blanco de hacendado bananero, alguna vez será reproducida por las revistas de humor del futuro o figurará con un privilegiado recuadro en la antología del papelón.

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Torcido. El camino iniciado por las Fuerzas Armadas de Honduras a partir del conflicto suscitado entre el depuesto presidente Zelaya, de un lado, y el Parlamento y la Corte de Justicia, del otro, carece de la contundente claridad de la línea recta.

Foto: Agencia AFP