Entrevista a Vicente Battista

En busca de la trama perfecta

Los libros de cuentos de Battista, y en especial sus novelas, han ido acentuando a lo largo de los años, un estilo directo, cada vez más llano y eficaz. “Siroco” (1985), “Gutiérrez a secas” (2002), y su quinta y última novela, “Cuaderno del ausente” (El Ateneo), alcanzan a través de distintos caminos una fluidez narrativa funcional a su trama, revelando el osado deseo de su autor por la búsqueda de la novela sin fisuras. “Cuaderno del ausente” narra las peripecias de Raúl Benavides, un periodista free-lance, quien debiendo escribir una nota sobre un famoso comisario, ya muerto, de la década del ‘60, inicia una investigación que lo lleva por un mundo enigmático y amenazante, en gran parte signado por las pistas caprichosas que una anciana prostituta desliza a través de sus confesiones. Una vez más, la persecución resulta un tema medular en su narrativa, una persecución ambigua, dictada probablemente por la paranoia del perseguido.

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Vicente Battista.

Por Augusto Munaro

—¿Cuál fue el disparador de “Cuaderno del ausente”?

—Si tuviéramos que hablar de un disparador, podría ser la figura del comisario Evaristo Meneses, un singular policía de aquellos años, temido y respetado por los delincuentes más célebres. No estoy hablando, por supuesto, de rateritos de segundo nivel, comidos por el paco, sino de figuras pesadas, con códigos estrictos. A partir de este personaje real, elaboré un personaje de ficción: Meneses está “contado” por medio del relato de Erika, por las crónicas de la época y por un libro absurdo y retórico. En una palabra, el comisario, su ser y hacer dependen de tres diferentes “relatos”, los tres incorporados al espacio de la ficción que, como bien se sabe, es un sinónimo de mentira.

La figura de Meneses ya estaba diseñada, él mismo se había ocupado de hacerlo. El resto son todas figuras inventadas, articuladas para el relato que, como todo policial que se precie, debía tener movimiento y una buena dosis de suspenso. Espero haberlo logrado.

—¿Qué fue precisamente lo que más le atrajo del Meneses histórico?

—Quizá su personalidad, algo que de alguna manera reflejo en la novela. Cuando hablo de personalidad me refiero a ese modo de ser que, dicen, tenía Meneses. Invariablemente, se ponía en la primera línea de fuego, al frente de sus subordinados. Se mantenía activo las 24 horas, pero igual le quedaba tiempo para leer (Verlaine era su poeta preferido) y pintar algunos cuadros. Al recurrir a diarios de la época encontré que solía figurar en las primeras planas, pero no por ser un posible candidato político, sino por haber apresado a un nuevo asaltante o puesto fin a una peligrosa banda. No creo que por estos días haya un policía de esas características. Hay que decir que tampoco existen asaltantes como los que detenía Meneses.

—Raúl Benavides, periodista free-lance y protagonista de esta novela, se revela como un personaje modesto en aspiraciones. ¿Se siente más cómodo trabajando con antihéroes?

—Mis personajes suelen ser antihéroes o al menos criaturas que no se caracterizan por su valentía. Como en literatura soy poco amigo del discurso didáctico y/o moralizante, prefiero que sean seres poco heroicos quienes se ocupen de llevar el relato. No creo que sea una cuestión de comodidad sino una elección que puse en práctica desde mis primeros textos.

—¿Cree -como sentencia uno de los personajes de su novela: Tete Arcidia- que la falta de suspenso es el mayor defecto de la narrativa actual?

—Sí, entiendo que sí, pero decir “la narrativa actual” es muy amplio. Tal vez deberíamos decir que ese defecto se encuentra en un sector específico de nuestra actual narrativa, el que está comprendido por aquellos escritores que se empeñan en no contar ninguna historia y que basados en esa carencia elaboran sesudas teorías. Tiendo a pensar que tal vez lo hacen porque no saben de qué modo poner en práctica esa vieja y buena costumbre que caracteriza a la literatura de todos los tiempos: narrar.

—Hay en la historia de la literatura argentina un escritor excelente del género, que resultó ser Manuel Peyrou, autor un tanto olvidado. Ambos trabajan la trama con admirable solvencia.

—El caso de Manuel Peyrou lamentablemente se repite sin descanso: hay numerosos grandes autores argentinos que están en el olvido. Por supuesto que leí a Peyrou, recuerdo los cuentos policiales reunidos en “La espada dormida” y una magnífica novela: “El estruendo de las rosas”. Convengamos que además de construir sólidas historias era también un maestro a la hora de titularlas. No pierdo la esperanza de que alguna editorial lo redescubra.

—-¿Cómo nació el personaje de Erika?, ¿de qué modo logró otorgarle cuerpo a su intensa historia?

—Se me ocurrió que debía ser un personaje grotesco y así lo pinto no bien aparece, pero luego ella con su propio relato va tomando cuerpo propio y se convierte en una criatura realmente interesante. Creo que fue el personaje que más trabajé. En los primeros borradores, tenía otro lenguaje, más fino, más clase media, pero una vez escrito comprendí que ese discurso no le pertenecía y lo cambié radicalmente: continuaba diciendo lo mismo, pero lo hacía con otras palabras.

—Usted ha escrito logradas novelas policiales como “Siroco” y “Sucesos argentinos”. ¿Qué admira y reniega del género?

—El policial es un género que me resulta seductor: suele considerárselo un género menor, pero sin embargo casi todos los grandes escritores alguna vez lo han practicado. Raymond Chandler decía que en el interior del policial se agrupan grandes obras y enormes desastres, lo que incomoda es que a unas y a otros se los marca con el mismo rótulo: policial. Entonces lo bueno fatalmente se mezcla con lo malo y se producen las confusiones.

Aun sin proponérmelo de alguna manera, siempre escribo bajo un dejo policial. Además de “Siroco”, de “Sucesos Argentinos” y de “Cuaderno del ausente”, que cómodamente se pueden encuadrar en el interior del género, he publicado otras dos novelas “El libro de todos los engaños” y “Gutiérrez a secas”- que nada tienen que ver con el thriller. A pesar de ello, también en estas novelas planteo una búsqueda que de algún modo debe resolver un enigma. El personaje de “El libro de todos los engaños” va detrás de un libro que, se supone, contiene la verdadera historia; el personaje de “Gutiérrez a secas”, se empeña en encontrar el sitio en donde se refugian los correctores que en definitiva son los que modifican las historias.

—¿Cuáles han sido los autores que lo han acompañado siempre, y estimulado su escritura?

—El número de autores es infinito. Para saber escribir, antes hay que saber leer y todos los autores, desde un trágico griego hasta un ignoto narrador de Villa Soldati, pueden ofrecerte algo, enseñarte algo. No sé si algún día dejaré de escribir; sé que nunca dejaré de leer. Hay preferencias que tienen que ver con el modo en que cada uno articula sus textos. En mi caso, soy poco amigo de la literatura barroca y/o del realismo mágico (yo no practico ese tipo de escritura), por lo que autores como Hemingway o Hammett me interesan más que autores como Lezama Lima o Cabrera Infante. Los cuatro me parecen grandes, pero leo con mayor placer “Cosecha roja” que “Paradiso”.

—¿Sigue pensando, como declaró en una entrevista, que “la ficción es sinónimo de mentira”?

—Sí, por supuesto. La llamada non-fiction es una buena prueba de ello. Tanto en “Operación Masacre”, de Walsh, como en “A sangre fría”, de Capote, o en “La canción del verdugo”, de Mailer, se anuncia que se tratan hechos verdaderos. Sí, los hechos, pero en cuanto narramos esos hechos entran en el campo de la ficción. Tanto los asesinos de Capote, como el asesino de Mailer son según cada autor los cuenta, sus palabras son las del autor, con las correcciones que éste ha hecho para darle más emoción o fuerza al texto. Un buen ejemplo de ello, de que la historia es según quien la cuente, es el célebre cuento de Akutagawa, “En el bosque”. Ahí queda muy claro esto que quise decir.

—Es decir, manipular el punto de vista de la narración.

—Pienso que “manipular” no es la palabra adecuada, suena a trampa, a engaño. Akutagawa en su cuento pone ante un juez a los diferentes testigos de un crimen. Hay algo indiscutible: el cadáver. Pero en las declaraciones de cada uno de los testigos tropezaremos con pequeños matices que presentarán dudas acerca de quién está contando la verdad. ¿Hay una única verdad o tantas verdades como narradores tengan? Esto podemos observarlo a diario, basta con que les pidamos a diferentes personas que nos cuenten un mismo hecho vivido por ellos. Difícilmente habrá dos relatos idénticos. Lo mismo sucede con la literatura, cada texto tiene tantos lecturas como lectores tenga.

En busca de la trama perfecta

“S/T”, de Amelie von Wulffen.