Crónica política

Pensar la Nación

Rogelio Alaniz

“El futuro es de las masas...o de quien sea capaz de explicárselo”. Daniel Bell

Anunciar la convocatoria al diálogo político es algo tan genérico como decir que se está a favor de la vida o de la paz. Nadie en principio suele estar en contra de las buenas intenciones y la convocatoria al diálogo no es más que eso, una manifestación de buenas intenciones que luego habrá que ver si se cumplen o no. Cuando escuché las palabras de la presidente me vino a la memoria la escena de Juan Domingo Perón llamando a la tregua unos meses antes del golpe de Estado de 1955. La convocatoria llegaba tarde en todo sentido; porque los opositores ya no querían acordar, sino derrocar al presidente. Y porque la convocatoria era poco sincera.

Los tiempos han cambiado -eso espero- y 1955 tiene poco o nada que ver con 2009, pero convengamos que de todos modos hay buenas razones para creer que un sector importante de la oposición no tiene muchas ganas de dialogar con el gobierno y -por su lado- el gobierno no habla del diálogo porque crea en él, sino porque las circunstancias lo han empujado en esa dirección. El diálogo hoy no es una señal de fortaleza del oficialismo sino de debilidad, y la política en estas situaciones suele ser inclemente e implacable, sobre todo con quienes en circunstancias parecidas también pagaron con la misma moneda.

Si se me pidiera una opinión respecto de lo que hay que hacer, diría que en principio hay que pensar la actividad política dentro de las instituciones, simulando incluso que se cree en lo que no se cree o se duda. La oposición no puede reprocharle a este gobierno vulnerar las instituciones a través de actos que violenten a las instituciones por partida doble.

Hace unos días leía las declaraciones de José Mujica, el candidato presidencial del Frente Amplio, recordando los esfuerzos que hicieron para sostener al presidente Batlle y permitir que concluyera su mandato. ¡Así se comporta un demócrata en serio! ¡Es en las situaciones límite donde se pone a prueba la vocación democrática, porque ser demócrata en tiempos de bonanza es fácil!

A las coartadas, la tentación de recorrer caminos supuestamente más rápidos, los argentinos los hemos practicado durante décadas y siempre nos fue mal. Por lo tanto, lo que se impone es apostar a la democracia, aunque a veces esa apuesta no sea del todo agradable. En política, a las tentaciones primarias hay que aprender a controlarlas en nombre de principios y valores más trascendentes. Así se actúa en las sociedades civilizadas. Lo otro es barbarie o fascismo, en cualquiera de sus variantes.

Por su parte, hasta el momento, la oposición sólo ha demostrado ser fuerte para denunciar vicios y errores, porque a la hora de proponer salidas alternativas su performance ha sido modesta, demasiado modesta. Se sabe que toda oposición que se precie debe, además de criticar, proponer salidas. Hacerlo implica un ejercicio intelectual porque no hay propuestas sin ideas, pero también es necesario convencer a la sociedad de que esas alternativas son viables y, fundamentalmente, necesarias.

La presidente convoca al diálogo para producir algunas reformas. ¿Qué van a decir al respecto los dirigentes opositores? Dialogar es bueno, pero convengamos que la política no se hace sólo conversando, sino también tomando decisiones, y no cualquier decisión, sino las decisiones más justas para la sociedad. ¿Cuáles son ellas? Hasta el momento no conozco por parte de los dirigentes opositores respuestas importantes. La oposición está más en los tiempos de los balbuceos que en los de elaboración de palabras y frases. La convocatoria al diálogo es, entonces, una excelente oportunidad para empezar a elaborar propuestas serias. Sobre todo, si creemos que en la Argentina hay que transformar, más allá de administrar.

El kirchnerismo se va a o está a punto de irse. Políticamente ha agotado su ciclo, pero para que el país no caiga en el vacío o en otra frustración es necesario llenar este vacío con ideas, decisiones y con dirigentes que estén a la altura de estos objetivos. Cualquier partido que llegue al gobierno deberá resolver algunos dilemas básicos de la política. Señalo algunos. ¿Qué hacer con el capitalismo en 2009, y qué hacer con las masas? Pequeño problema. Hacer funcionar al capitalismo implica asumir simultáneamente los desafíos de la acumulación y la distribución. ¿Alguien ha dicho algo creíble al respecto? Acumular en serio implica estrategias de mediano y largo plazo que movilicen al Estado y al mercado en esa dirección. ¿Contamos con un Estado en condiciones de hacerlo? ¿Contamos con capitalistas a la altura de estas exigencias? No hay estrategia de desarrollo sin prioridades. No es posible pensar a la Argentina sin antes tener en claro qué lugar nos corresponde en el mundo o qué lugar podemos aspirar a ocupar en el mundo.

No hay objetivos económicos válidos sin una apuesta decisiva a favor de la educación y la investigación científica y tecnológica. Los sindicatos docentes, ¿están dispuestos a acompañar estas metas? Los políticos, ¿están decididos a plantearlas? Los padres, ¿están preparados para hacerse cargo de estas responsabilidades?

Todos los dirigentes hablan de la necesidad de mejorar la distribución de la riqueza. La Argentina no es un país pobre, pero es un país injusto. La diferencia entre ricos y pobres se ha acentuado aún más en los últimos años, por lo que la retórica kirchnerista acerca de una identidad con la izquierda es nada más que eso, retórica, porque en los hechos sus políticas han contribuido a profundizar la brecha entre pobres y ricos. Distribuir la riqueza es un objetivo humanista y, además, una meta indispensable para asegurar el desarrollo económico. Distribuir la riqueza significa, además de un acto de justicia, un acto de cohesión social y el requisito para asegurar nuevas metas de desarrollo, porque sociedades con mejores niveles de distribución de riqueza disponen de recursos humanos más aptos, mejores niveles de consumo y bajos índices de violencia social.

La riqueza no se distribuye a través de la revolución social como pensaba la izquierda leninista. Las revoluciones sociales lo que han hecho en general es agravar las condiciones económicas, destruir fuerzas productivas y hundir a las sociedades en prolongados ciclos de penurias y despotismo. La riqueza, en las sociedades modernas, se distribuye a través de diferentes mecanismos, pero uno de los más operativos es el tributario. Una profunda reforma impositiva es necesaria en la Argentina. Una reforma que, además de proteger a los que menos tienen, combata la evasión, diferencie entre quiénes obtienen ganancias e invierten y quiénes obtienen ganancias y despilfarran.

No hay reforma impositiva sin un Estado que funcione. El Estado debe prestar servicios eficientes. Nadie paga impuestos para no recibir nada a cambio. En los países nórdicos de Europa, la contribución impositiva es alta, pero los beneficios sociales también lo son. El vecino de la más modesta comuna y el ciudadano de la nación más poderosa quieren que sus impuestos sean invertidos en políticas públicas cuyos beneficios sean evidentes.

Los candidatos llamados presidenciables, ¿han conversado sobre estos temas? Es fácil criticar a los Kirchner, pero, ¿qué proponen ellos? Es fácil enojarse con Moyano o Barrionuevo, pero, ¿cómo se van a relacionar con ellos cuando lleguen a la casa Rosada? ¿Los van a enfrentar? ¿Los van a corromper? ¿Van a proponer una reforma sindical, como intentó hacer Alfonsín? Nos enojamos con la especulación financiera. ¿Qué reforma financiera proponemos que privilegie la producción y no encarezca el crédito? Nos llenamos la boca hablando a favor de la educación. ¿Cómo proponemos una educación más exigente sin transformarla al mismo tiempo en una educación excluyente?

En política, se sabe, siempre hay que lidiar con los imperativos de lo posible. El paraíso en la tierra no es un objetivo humano y, por lo tanto, hay que saber que cada avance de la sociedad no sólo es costoso y complejo, sino que suma nuevos problemas e incluye renovados desafíos. La política tiene los límites vigorosos de la realidad, pero es -por sobre todas las cosas- una actividad humana. Y, como tal, exige de los hombres inteligencia, ideas y lucidez.

El diálogo hoy no es una señal de fortaleza del oficialismo sino de debilidad, y la política en estas situaciones suele ser inclemente e implacable.

Pensar la Nación

La presidente. En Tucumán, durante la celebración del Día de la Independencia, Cristina Kirchner reflexionó sobre el valor del diálogo e invitó a practicarlo.

foto: agencia dyn

La oposición está aún en los tiempos de los balbuceos. La convocatoria al diálogo es, entonces, una excelente oportunidad para elaborar propuestas serias.