EDITORIAL

Crucial momento de nuestra democracia

Toda convocatoria a dialogar debe ser bienvenida, sobre todo en un país donde lo que predominó en los últimos años fue el monólogo. Desde la oposición, pero también desde la opinión pública en general, se le reclamó al gobierno de los Kirchner que tienda puentes políticos, que instrumente formas de entendimiento, que consulte, que construya consensos, que privilegie el acuerdo al conflicto.

Es importante, por lo tanto, que desde la más alta autoridad política de la Nación se hayan dado pasos orientados a formalizar el diálogo. Era lo que se reclamaba y, por consiguiente, es lo que en principio se debe valorar como un paso positivo. Sin duda que lo deseable habría sido que la convocatoria no fuera el resultado de una derrota electoral. Los mejores entendimientos nacionales son los que se elaboran cuando el gobierno es fuerte, tiene capacidad de convocar y, en consecuencia, puede permitirse ser generoso en aras del interés nacional.

No fue así. Hasta último momento los Kirchner insistieron con su estilo confrontativo y fueron los rigores despiadados de la realidad los que los impulsaron a buscar entendimientos y acuerdos. ¿Hasta dónde están dispuestos a hacerlo? No es sencillo responder a este interrogante, entre otras cosas porque en las actuales condiciones políticas es probable que la propuesta presidencial de diálogo haya llegado tarde.

Hechas estas consideraciones, interesa reflexionar acerca de las posibilidades del diálogo. En principio, los más importantes dirigentes de la oposición tomaron a la convocatoria con cautela y, en más de un caso, la consideraron una salida oportunista para distraer a la opinión pública de los verdaderos problemas que afligen al país. Puede que algunas declaraciones hayan sido excesivamente duras, pero, en definitiva, será el gobierno nacional el que deberá probar que sus intenciones son políticamente sanas.

Para ello, lo que importa es realizar una convocatoria precisa con una agenda ajustada en la que estén planteados los dos o tres problemas básicos que afligen a la Nación. El diálogo debe ser algo más que una puesta en escena o un momento político para que los convocados posen delante de los fotógrafos. En realidad, la gestión de un gobierno debe constituirse sobre la base de la apertura, el acuerdo y la consulta diaria con los dirigentes opositores. Se trata, para ser más precisos, de hacer exactamente lo que hasta la fecha los Kirchner se resistieron a hacer.

¿Podrán hacerlo? ¿Están dispuestos a intentar otro tipo de gestión? Cada uno puede tener una respuesta a este interrogante, pero está claro que a la palabra definitiva la tiene el propio gobierno. Los Kirchner serán quienes deberán probar si lo suyo es una cortina de humo para disimular los verdaderos problemas o una respuesta sabia y prudente a las exigencias de la hora.

En cualquier caso, las horas que se avecinan serán difíciles y se necesitarán grandes dosis de inteligencia y generosidad política para avanzar en un terreno desconocido y a menudo despreciado por quienes hoy convocan a recorrerlo.